7 de junio de 2011
Quizás haya solvencias de muchas naturalezas, pero, en la medida en que el ser es solvente –es decir, que tiene recursos, medios, capacidades, ideas, proyectos, técnicas… para resolver contingencias o situaciones críticas, difíciles, complicadas, en contra-… en la medida en que es solvente, no se producen acontecimientos confrontados, acontecimientos graves, acontecimientos contradictorios, acontecimientos de pérdida de confianza, acontecimientos de pérdida de Fe o esperanza… En definitiva, acontecimientos que hacen difícil… difícilmente “convivible”, a la comunidad humana.
La solvencia –según en qué áreas- no se puede comprar ni se puede improvisar, sino que hay que entrenarse para ella; igual que si se trata de una solvencia económica, hay que disponer de una economía que respalde nuestras compras o nuestras inversiones. Pero para ello, antes hay que… ser solvente en una producción, en un trabajo, en una labor que permita los ingresos suficientes para darle solvencia a esa persona.
Es decir que, tomando ese modelo “económico”, podemos deducir cómo… cualquier tipo de solvencia precisa de una formación, de un interés, de una búsqueda, de una ‘experiencia’…
La solvencia espiritual que pueda ofrecer un ser –indudablemente, aparte de acontecimientos milagrosos o extranaturales-, requiere un tiempo, necesita una práctica, y precisa de una referencia, para que el ser pueda ser solvente.
E igualmente, en definitiva, cualquier ‘profesión’ -que, en principio, hace solvente al licenciado o al doctor- “ha obligado” –entre comillas- a ese experto, a ese ‘pro-fesional’ a cursar una serie de experiencias, de conocimientos y de hábitos, lo que le permite la solvencia para conducir un tractor o un avión o… o la construcción y el cálculo de una casa, o la atención de un enfermo.
Todo esto parece muy… obvio. Todo esto –de introducción, a propósito de la solvencia- parece muy natural. Todo el mundo lo entiende. ¡Pero la mayoría de los seres humanos son insolventes!
¡Curioso!… ¿Insolventes? ¡Sí! ¡Insolventes! ¡La mayoría de los estudiantes son insolventes! Incumplen su capacidad, recursos y medios para aprender, para estudiar, para… dar una respuesta a su profesión! ¡La mayoría de los profesionales son insolventes en su preparación, en sus conocimientos, en sus capacidades! Y para encontrar un profesional capaz, hay que ponerse el satélite, el GPS, la intuición, el brujo y la hechicera; y, con suerte, se encuentra un profesional solvente, que ¡sabe! de lo que trata, de lo que habla, de lo que hace…
O sea que resulta que todo el mundo sabía lo que era ser solvente, y resulta que la mayoría de los seres no son solventes. Entonces, no sabían lo que era y lo que significaba ¡y lo que implicaba!… la solvencia.
Es decir que, tomando ese modelo “económico”, podemos deducir cómo… cualquier tipo de solvencia precisa de una formación, de un interés, de una búsqueda, de una ‘experiencia’…
La solvencia espiritual que pueda ofrecer un ser –indudablemente, aparte de acontecimientos milagrosos o extranaturales-, requiere un tiempo, necesita una práctica, y precisa de una referencia, para que el ser pueda ser solvente.
E igualmente, en definitiva, cualquier ‘profesión’ -que, en principio, hace solvente al licenciado o al doctor- “ha obligado” –entre comillas- a ese experto, a ese ‘pro-fesional’ a cursar una serie de experiencias, de conocimientos y de hábitos, lo que le permite la solvencia para conducir un tractor o un avión o… o la construcción y el cálculo de una casa, o la atención de un enfermo.
Todo esto parece muy… obvio. Todo esto –de introducción, a propósito de la solvencia- parece muy natural. Todo el mundo lo entiende. ¡Pero la mayoría de los seres humanos son insolventes!
¡Curioso!… ¿Insolventes? ¡Sí! ¡Insolventes! ¡La mayoría de los estudiantes son insolventes! Incumplen su capacidad, recursos y medios para aprender, para estudiar, para… dar una respuesta a su profesión! ¡La mayoría de los profesionales son insolventes en su preparación, en sus conocimientos, en sus capacidades! Y para encontrar un profesional capaz, hay que ponerse el satélite, el GPS, la intuición, el brujo y la hechicera; y, con suerte, se encuentra un profesional solvente, que ¡sabe! de lo que trata, de lo que habla, de lo que hace…
O sea que resulta que todo el mundo sabía lo que era ser solvente, y resulta que la mayoría de los seres no son solventes. Entonces, no sabían lo que era y lo que significaba ¡y lo que implicaba!… la solvencia.
Como es obvio, la solvencia de un ser se va a medir en las soluciones que aporte, que dé a cada circunstancia.
Por ejemplo –fíjense-, es de reconocida solvencia la capacitación de, en general, la comunidad japonesa, en Japón. ¡Bien! Pues resulta que, dentro del capítulo de ‘contingencias’ –“contingencias” son aquellas situaciones imprevisibles e inesperadas que pueden, ¡aunque sea remotamente!, suceder u ocurrir-… en el capítulo de contingencias, no tenían previsto un tsunami de las dimensiones que han tenido. ¿Cómo es posible?
Nos estamos refiriendo a las autoridades, es decir, a los que tienen que prever dónde construyo una central nuclear –¡por ejemplo!-; y no tengo prevista la contingencia de que puede haber un tsunami y puede arrasarla, y puede crear un problema… gravísimo. No se tiene prevista esa contingencia. ¿Cómo es posible? Y son, en general, comunidades solventes; demostradamente solventes. ¡Pero!, ¡pero!... se hacen, en algún momento, insolventes. Quizás –en algunos casos-, por falta de preparación, por falta de mantenimiento de esa preparación, por falta de puesta al día de esa preparación, por falta de revisión, por falta de previsión, por falta de mantenimiento… Y empiezan a aparecer una serie de faltas y faltas y faltas…
Por ejemplo –fíjense-, es de reconocida solvencia la capacitación de, en general, la comunidad japonesa, en Japón. ¡Bien! Pues resulta que, dentro del capítulo de ‘contingencias’ –“contingencias” son aquellas situaciones imprevisibles e inesperadas que pueden, ¡aunque sea remotamente!, suceder u ocurrir-… en el capítulo de contingencias, no tenían previsto un tsunami de las dimensiones que han tenido. ¿Cómo es posible?
Nos estamos refiriendo a las autoridades, es decir, a los que tienen que prever dónde construyo una central nuclear –¡por ejemplo!-; y no tengo prevista la contingencia de que puede haber un tsunami y puede arrasarla, y puede crear un problema… gravísimo. No se tiene prevista esa contingencia. ¿Cómo es posible? Y son, en general, comunidades solventes; demostradamente solventes. ¡Pero!, ¡pero!... se hacen, en algún momento, insolventes. Quizás –en algunos casos-, por falta de preparación, por falta de mantenimiento de esa preparación, por falta de puesta al día de esa preparación, por falta de revisión, por falta de previsión, por falta de mantenimiento… Y empiezan a aparecer una serie de faltas y faltas y faltas…
Ahora se descubre –por ejemplo- que el avión que, hace dos años –de Air France-, desde Río de Janeiro a París, se cayó al mar, ahora se descubre que la insolvencia de los pilotos, copilotos, comandantes… –en fin, los que llevan la nave: dos-… su insolvencia fue la que no pudo evitar el accidente. Si hubieran sido solventes y hubieran seguido el protocolo que obliga… en las situaciones a las que fueron sometidos por un fallo mecánico, no hubiera pasado… lo que pasó.
Esto es sólo por ejemplarizar en lo último que podemos hablar, a propósito de situaciones de insolvencia.
Esto es sólo por ejemplarizar en lo último que podemos hablar, a propósito de situaciones de insolvencia.
La oración nos recuerda esta palabra, hoy. Probablemente, para alertarnos; para que se preste especial atención a todo aquello que se haga, que se piense, que se sienta…; que esté con el fundamento de la convicción, con la certeza de ‘el saber’, con la prudencia de la humildad, con la intensidad de la pasión.
¡Y en esa medida!, al referirse específicamente a orar, puedo aproximarme a ‘el acontecimiento orante’, con la solvencia de estar ¡ávidamente despierto!... hacia la comprensión, hacia la sensación, hacia ¡la caladura! ¡Que me cale!, ¡que me llegue!... la idea, la sugerencia, ¡la orientación con que la oración nos reclama!
Porque, ¡ciertamente!, en la medida en que somos fieles al mensaje orante, nuestra solvencia aumenta, se acrecienta, se ejemplariza; porque nos sitúa en esa posición intermediaria que tiene cada ser con respecto a su vivencia con su entorno, que viene dada por la capacidad con la que es capaz de escuchar –¡sobre todo!- a ‘Lo Inescuchable’, a ‘Lo Insondable’; a esa Fuerza que nos… genera, mantiene, entretiene…
¡Y en esa medida!, al referirse específicamente a orar, puedo aproximarme a ‘el acontecimiento orante’, con la solvencia de estar ¡ávidamente despierto!... hacia la comprensión, hacia la sensación, hacia ¡la caladura! ¡Que me cale!, ¡que me llegue!... la idea, la sugerencia, ¡la orientación con que la oración nos reclama!
Porque, ¡ciertamente!, en la medida en que somos fieles al mensaje orante, nuestra solvencia aumenta, se acrecienta, se ejemplariza; porque nos sitúa en esa posición intermediaria que tiene cada ser con respecto a su vivencia con su entorno, que viene dada por la capacidad con la que es capaz de escuchar –¡sobre todo!- a ‘Lo Inescuchable’, a ‘Lo Insondable’; a esa Fuerza que nos… genera, mantiene, entretiene…
El ser de humanidad, bajo el sentido orante, ha de ser básicamente “un solvente humanista”. “Solvente humanista” implica un saber, un conocer; y, en la amplitud… del que puede gestar un círculo, ¡tener una visión!... de su entorno, que va desde la calle de la ciudad en donde habita, hasta las estrellas que habitualmente se ven, pasando por saber qué es una lavadora o un frigorífico, o cómo funciona un motor –¡por ejemplo!-.
Porque, curiosamente –curiosamente-, como decíamos hace un instante, la comunidad humana es insolvente. Lo es porque, básicamente, la comunidad humana deja progresivamente –en base al ejercicio de su poder, de su influencia, de su ascendencia y de su capacidad de manipulación- deja de lado su sentir, su sentido humanista, y se enrosca en su egoísmo personal, en su faceta… idolátrica, y en “¡sus!” problemas, o en “¡su!”… Y ello conduce al enfrentamiento, al empobrecimiento de su naturaleza, al deterioro… ¡porque no acaba de comportarse según su especie!; según su naturaleza. ¡No acaba de darse por enterado de que tiene que ejercitar su amueblado mental, su decorado animista y su belleza espiritual!
Y en vez de dar –a lo que le demande en un momento determinado, algo- una visión universal, en vez de responder ante una situación concreta, con una visión que englobe todos los factores, pues da respuestas… ¡absolutamente parciales! Tan parciales que… recomiendan los especialistas, los super-técnicos de técnicos –en cualquier rama- determinadas soluciones que no tienen en cuenta…
Un ejemplo: no tiene en cuenta, el arquitecto supernumerario que construye unos quirófanos de un gran hospital madrileño, en los sótanos, no tiene… no tiene en cuenta que, apenas a doscientos metros de allí, hay una línea de ferrocarril que cada X minutos transita, ¡recorre!, ¡pasa!, ¡rueda!, ¡¡vibra!! Y entonces –pues claro-, también ¡¡vibra!!... la mesa de operaciones; ¡¡vibra!!...
Y uno dice: “Bueno, ¿y este hombre no tuvo….?” ¡No! No tuvo, no tuvo… no tuvo ni un tubo en la cabeza. Había que hacer un hospital, había que poner los quirófanos en el sótano –no sé por qué, parece que están más seguros allí- y no tuvo… no tuvo, no tuvo… ¡bueno!, el mapa de situación. Es decir:
-Vamos a hacer aquí una…
-Espera, espera. A ver. Vamos a ver qué hay aquí…
“No tuvo”…
¡Claro! “¡Es un gran profesional!”. “¡Es un gran especialista!…” ¡Nooo! ¡Es un gran pendón! Sin más; sin más –es un título, también-.
Lo menos que se puede hacer es saber dónde, cómo y de qué forma. Y ya no digo que se tenga en cuenta cómo esla Tierra del Fuego, para hacer una construcción en Madagascar. No. A lo mejor no se sabe exactamente cómo es la Tierra del Fuego en su “terricolaridad” –de ‘terrícola’, ¡vamos!; ¡de ‘tierra’!-. Aunque tampoco estaría de más, ¿eh? Pero, ¡por lo menos!, por lo menos saber… en el sitio en que vas a construir, qué es lo que hay, cómo es… ¡Un mínimo! –¡un mínimum!-.
Porque, curiosamente –curiosamente-, como decíamos hace un instante, la comunidad humana es insolvente. Lo es porque, básicamente, la comunidad humana deja progresivamente –en base al ejercicio de su poder, de su influencia, de su ascendencia y de su capacidad de manipulación- deja de lado su sentir, su sentido humanista, y se enrosca en su egoísmo personal, en su faceta… idolátrica, y en “¡sus!” problemas, o en “¡su!”… Y ello conduce al enfrentamiento, al empobrecimiento de su naturaleza, al deterioro… ¡porque no acaba de comportarse según su especie!; según su naturaleza. ¡No acaba de darse por enterado de que tiene que ejercitar su amueblado mental, su decorado animista y su belleza espiritual!
Y en vez de dar –a lo que le demande en un momento determinado, algo- una visión universal, en vez de responder ante una situación concreta, con una visión que englobe todos los factores, pues da respuestas… ¡absolutamente parciales! Tan parciales que… recomiendan los especialistas, los super-técnicos de técnicos –en cualquier rama- determinadas soluciones que no tienen en cuenta…
Un ejemplo: no tiene en cuenta, el arquitecto supernumerario que construye unos quirófanos de un gran hospital madrileño, en los sótanos, no tiene… no tiene en cuenta que, apenas a doscientos metros de allí, hay una línea de ferrocarril que cada X minutos transita, ¡recorre!, ¡pasa!, ¡rueda!, ¡¡vibra!! Y entonces –pues claro-, también ¡¡vibra!!... la mesa de operaciones; ¡¡vibra!!...
Y uno dice: “Bueno, ¿y este hombre no tuvo….?” ¡No! No tuvo, no tuvo… no tuvo ni un tubo en la cabeza. Había que hacer un hospital, había que poner los quirófanos en el sótano –no sé por qué, parece que están más seguros allí- y no tuvo… no tuvo, no tuvo… ¡bueno!, el mapa de situación. Es decir:
-Vamos a hacer aquí una…
-Espera, espera. A ver. Vamos a ver qué hay aquí…
“No tuvo”…
¡Claro! “¡Es un gran profesional!”. “¡Es un gran especialista!…” ¡Nooo! ¡Es un gran pendón! Sin más; sin más –es un título, también-.
Lo menos que se puede hacer es saber dónde, cómo y de qué forma. Y ya no digo que se tenga en cuenta cómo es
Y suele pasar, en esas relaciones humanas, que los seres se conviven y se conjuntan y se comparten, ¡sin conocerse un mínimo!; sin saber en qué vibración me muevo; sin haber humanizado… ¡sin haberse humanizado los unos con los otros! Y ocurre que, en esa medida, al –realmente- diluir –en gran parte- la naturaleza de las posibilitancias humanas, pues la capacidad para percibir la naturaleza –en su belleza- de lo espiritual, pues es casi… inalcanzable; difícil de sentir. Porque –simplemente- ¡no está desarrollado!, ¡no ha realizado un mínimo!, un básico conocimiento para poder desarrollar –luego- esa capacidad y esa sensibilidad de, al menos, “saber que”…; de, al menos, preguntarse por qué la galaxia es de esta forma en espiral; de, al menos, preguntarse qué hace otra galaxia -muy muy parecida a la nuestra- a veinte millones de años luz… “¡¿Hay alguien?!”
Veinte millones de años luz son una pequeña incomodidad –por lo menos, para el estado de capacitación en cuanto a desplazamiento se refiere-, puesto que apenas si conocemos la luz como un medio de desplazamiento. Lo cual –aquí, entre nosotros-, es bastante torpe. Y aquí, entre nosotros, que se conozca sólo ese medio, parece bastante primario. “Primario”. Y claro, por eso, veinte millones de años luz nos parecen… “¡Puaf! ¡Pues no me va a dar tiempo llegar!” “¡No les va a dar tiempo a venir!”…
“El caso es que he podido visualizar esa galaxia que está ahí, perteneciente a una ¡inmensa constelación! Y, como ella, hay –parece ser- unas cuantas”.
Claro, la respuesta habitualmente inmediata es:
-Bueno, y a mí, ¿de qué me vale saber que…? ¿En qué medida eso…? Bueno, joder, ya tengo yo bastante con los líos de mi hijo, de mi hija, como para preocuparme ahora por la galaxia que está a veinte millones de años luz, que es parecida a la nuestra. ¡Psss! ¡¿Qué me dices, ché?!
-¡Pues sí te digo, ché! ¡Capullo… verbenero! ¡Sí te digo! Porque, en la medida en que tú asumes vivir en ese universo inconmensurable, el “problemita” que tienes con tu hijito, con tu hijita, se convierte en una “chorradita”. “Chorra-dita”
-O sea, vamos a arreglar esto. Fácil. Fácil. ¿Cuál es el problema?
-No, que tal… que cual
-Pues se hace esto y esto….
¿Por qué…? Pero, ¿por qué se puede ser solvente en esos problemas? Pues porque como tú estas con la galaxia y con los veinte millones de años luz –y todas esas cosas- en la cabeza, pues claro, obviamente, el que haya que decidir si pasas el verano en Torrevieja o en Alcobendas pues… ¡debe de ser fácil!, ¿no?
-Bueno, pues en Alcobendas…
-¿Alcobendas? ¡Pero si en Alcobendas no hay mar…!
-¡¿Y qué?! ¡¿Y qué?! En la galaxia ésta tampoco hay mar, ¡y mira!… ¡Ahí está! “Alco-bendas”: pues una alcoba bonita, un sitio para… para vivir, ¡hombre!
-¿Alcobendas? Eso es un barrio de Madrid.
-¿Y qué? ¿Y tú tienes algo contra los barrios de Madrid o qué? ¿Qué prefieres, Torrevieja? Una torre vieja ahí… que en verano te prohíben hasta jugar a la pelota en la playa. ¡Elige!
-¡Torrelodones!
-Ah, bueno. ¡Pues venga! ¡Pues cambiamos de sitio!
Es decir, es decir, es decir: nuestra solvencia, a nivel de humanidad –de humanista-, cuando se amplifica, y cuando es capaz de recoger la inmensidad, la inmensidad, la inmensidad, la inmensidad… ¡hace que lo particular tenga!… ¡claridad!, ¡claridad!, ¡claridad! Y hace que la resolución –¡por nuestra solvencia!- sea sencilla, fluida, transparente. ¡Y que tenga en cuenta todo lo que rodea a esa decisión!; a ese proceso. ¡Sin pretender… ser infalible! ¡Sin pretender… ser absolutamente certero! Con la sencilla intención de humanizar; de intermediar; de mostrarse… como se espera… de nuestra naturaleza.
“Mostrarse… como se espera… de nuestra… naturaleza”.
Veinte millones de años luz son una pequeña incomodidad –por lo menos, para el estado de capacitación en cuanto a desplazamiento se refiere-, puesto que apenas si conocemos la luz como un medio de desplazamiento. Lo cual –aquí, entre nosotros-, es bastante torpe. Y aquí, entre nosotros, que se conozca sólo ese medio, parece bastante primario. “Primario”. Y claro, por eso, veinte millones de años luz nos parecen… “¡Puaf! ¡Pues no me va a dar tiempo llegar!” “¡No les va a dar tiempo a venir!”…
“El caso es que he podido visualizar esa galaxia que está ahí, perteneciente a una ¡inmensa constelación! Y, como ella, hay –parece ser- unas cuantas”.
Claro, la respuesta habitualmente inmediata es:
-Bueno, y a mí, ¿de qué me vale saber que…? ¿En qué medida eso…? Bueno, joder, ya tengo yo bastante con los líos de mi hijo, de mi hija, como para preocuparme ahora por la galaxia que está a veinte millones de años luz, que es parecida a la nuestra. ¡Psss! ¡¿Qué me dices, ché?!
-¡Pues sí te digo, ché! ¡Capullo… verbenero! ¡Sí te digo! Porque, en la medida en que tú asumes vivir en ese universo inconmensurable, el “problemita” que tienes con tu hijito, con tu hijita, se convierte en una “chorradita”. “Chorra-dita”
-O sea, vamos a arreglar esto. Fácil. Fácil. ¿Cuál es el problema?
-No, que tal… que cual
-Pues se hace esto y esto….
¿Por qué…? Pero, ¿por qué se puede ser solvente en esos problemas? Pues porque como tú estas con la galaxia y con los veinte millones de años luz –y todas esas cosas- en la cabeza, pues claro, obviamente, el que haya que decidir si pasas el verano en Torrevieja o en Alcobendas pues… ¡debe de ser fácil!, ¿no?
-Bueno, pues en Alcobendas…
-¿Alcobendas? ¡Pero si en Alcobendas no hay mar…!
-¡¿Y qué?! ¡¿Y qué?! En la galaxia ésta tampoco hay mar, ¡y mira!… ¡Ahí está! “Alco-bendas”: pues una alcoba bonita, un sitio para… para vivir, ¡hombre!
-¿Alcobendas? Eso es un barrio de Madrid.
-¿Y qué? ¿Y tú tienes algo contra los barrios de Madrid o qué? ¿Qué prefieres, Torrevieja? Una torre vieja ahí… que en verano te prohíben hasta jugar a la pelota en la playa. ¡Elige!
-¡Torrelodones!
-Ah, bueno. ¡Pues venga! ¡Pues cambiamos de sitio!
Es decir, es decir, es decir: nuestra solvencia, a nivel de humanidad –de humanista-, cuando se amplifica, y cuando es capaz de recoger la inmensidad, la inmensidad, la inmensidad, la inmensidad… ¡hace que lo particular tenga!… ¡claridad!, ¡claridad!, ¡claridad! Y hace que la resolución –¡por nuestra solvencia!- sea sencilla, fluida, transparente. ¡Y que tenga en cuenta todo lo que rodea a esa decisión!; a ese proceso. ¡Sin pretender… ser infalible! ¡Sin pretender… ser absolutamente certero! Con la sencilla intención de humanizar; de intermediar; de mostrarse… como se espera… de nuestra naturaleza.
“Mostrarse… como se espera… de nuestra… naturaleza”.
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