miércoles

Lema orante semanal

LLAMADA ORANTE
CARENCIAS, OPULENCIAS
18 de abril de 2011
Entre carencias y opulencias se mueve la actividad humana, como dos polos de atracción. Uno, con… –la opulencia- con características de deseo; otro, las carencias, con síntomas de desespero.
Según la medida que se aplique, una situación es opulenta o es carencial. No… no tenemos un termómetro –que sea fiable- para la especie, en el que se establezcan los términos de opulencia o carencia, si bien –si bien- deambulan, entre estos extremos, una burguesía mental que anda a saltos, como tratando de expresar –con ese andar a saltos- que no sabe dar un paso hacia delante ni un paso hacia atrás. Ni siquiera sabe a dónde salta.
¿Podríamos hablar de la opulencia Divina? ¿O de nuestra carencia de ella?
Probablemente, al tratar de hablar de la opulencia Divina, muy probablemente se recurriría a ejemplos y a muestras de opulencia humana, en el terreno de logros, descubrimientos y capacidades.
Entre la carencia y la opulencia, a veces se dan curiosas coincidencias. Ayer –o antes de ayer-, el todavía actual presidente de gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, calificó a España de “un poderoso trasatlántico que viajaba seguro a través de los mares”. Bueno, pues ese mismo día se conmemoraba el hundimiento del Titanic.
¡Hay que informarse!

Sí; la opulencia de los dirigentes contrasta a veces con las evidencias de las realidades.
La opulencia de la vanidad lleva al ser, habitualmente, a sobrevalorar su posición; a situarse en una plataforma “por encima de”; a criterios piramidales de dominio, de poder… físico, mental, espiritual…
La opulencia espiritual coloca al individuo en una actitud dogmática, intransigente, intolerable y enormemente competitiva.
Poco a poco, en la medida en que el ser ha ido desarrollando capacidades y recursos, ha aspirado a modelos opulentos –de muy diverso nivel, ¡por supuesto!-; pero… niveles opulentos como objetivos de vida, como sentidos de consecución, como puntos de referencia. Lo que no sea –o lo que no fuera- conseguir ese nivel de opulencia, sería considerado –y es considerado- un fracaso, una torpeza, una incapacidad, una inutilidad.
A nivel orante, sentirse opulento, autosuficiente, vanidoso, soberbio, es –realmente- uno de los errores más catastróficos para la vida–así: que quede como sentencia-.
Porque, ¡verán!: La Creación, Lo Divino, es tan discreto en su grandeza –y eso es difícil, ¡eh!-, pero es tan discreto en su grandeza, que ese vanidoso que tiene como referencia la opulencia… –espiritual o intelectual o de lo que sea- no se da cuenta de dónde habita; ¡no se da cuenta del universo que le rodea!; ¡no ha pensado, por un momento, que no es una máquina de fuel oil la que mueve la tierra!, sino que se ha desconectado de esa grandeza sutil –evidente, pero discreta a la vez- con que nos regala… cualquier noche estrellada; cualquier océano, en su profundidad; cualquier selva conservada.
Destituye ¡casi de inmediato! –cuando se tiene consciencia de ello- ese nivel de autosuficiencia, ese nivel de vanidad, ese nivel de dominio, de poder, de razón, ¡de lógica!...
Y si, por un momento –¡Dios lo quiera!-, pensamos en cómo, cómo, cómo se ha podido organizar la vida, y cómo ha podido prosperar en un lugar como éste, y cuáles son los ingredientes que la mantienen y la conservan, pues –probablemente- nuestro personaje opulento, autosuficiente, vanidoso y orgulloso, entre en un estado de ‘carencia’.
Porque, ¡a todo esto!, las opulencias suelen ser consecuencia de… el vaciado, el deterioro, el engaño, ¡el abuso!... –dejémoslo así- de “otros”, a los que se convierte en deficientes; en insuficientes; en carentes.

El modelo posicional del ser humano está en una infinita carencia. “El modelo posicional del ser humano está en una infinita carencia”. Y, en la medida en que lo asuma –no como algo que le han quitado sino como algo que ha sido creado-, tenga sed de amor, tenga sed de ayuda, tenga sed solidaria, tenga sed de ternura, tenga sed de ayuda, tenga sed de búsqueda, tenga sed… Sea un sediento fervoroso que, a poco que beba, descubre más sed. Nunca se sacia. No se hace opulento. No toma la referencia de “el poder y la gloria” como camino de su libertad o su liberación o su independencia.
La toma de consciencia de las carencias es la mejor muestra de que la Creación nos llama, nos sitúa, nos posiciona, nos reclama, para que vayamos supliendo esas carencias; pero, a la vez, sabiendo que nunca llegarán a desaparecer. ¡Y haciéndonos ver que esa carencia no es mala!, no es negativa, no es improductiva, no es castigo; más bien es anhelo, es suspiro, es sentirse llamado por lo Divino, ¡y saber que nos deja tocar su puerta!, nos deja buscar sus senderos, nos deja darnos cuenta de que nos da sin que pidamos.
Cada descubrimiento de cualquier tipo de carencia es la bendición para nacer de nuevo, para resucitar, para inmortalizarse, por lo mucho que hay que incorporar, inevitablemente.
No hay espacio para la vanidad ni para el triunfo, ni para el orgullo o la soberbia, ¡sino más bien para todo lo contrario!: para la discreción, para la humildad, para la sumisión; para la entrega inevitable ante la grandeza discreta creadora.

Y andar. ¡Andar con un paso y otro! No pretender saltar, porque el salto nos deja anclados, sujetos; ¡agarrados y apoderados de lo que se tiene!, sin generosidad.
Pero el modelo opulento llama y llama y llama, con su mejores mercancías. “Ha salido esto, ha salido aquello”; “hemos descubierto esto, hemos descubierto aquello”; “esto es verdad, esto es mentira”.
Un gran mercado de farsas, pero bien adornado.

Cuando la carencia no se hace un castigo, no se reconoce como una pérdida o una incapacidad sino como un descubrimiento; ¡un reclamo!
¡Ay! –como exclamación-.
¡Ay! –se podría decir- Dios…
te siento, pero no pretendo alcanzarte
porque Tú ya me has enamorado.
¡Así, no hay posesión posible!
Así, ¡no es mío!, ¡no tengo!, no escondo, no oculto.
Así, cualquier instante del vivir se hace delicia
se hace asombroso
se hace increíble
se hace “sentir la bondad que se derrama sobre nosotros”.
Benditas sean las carencias que nos llevan a buscar, a preguntar, a consultar, ¡a renovarse, a revivirse y a rehacerse!… en cualquier situación, ante cualquier contingencia, como insaciables seres conscientes de sus carencias, y a sabiendas de que el sentido no es la opulencia, sino vivir en esa compensadora carencia que nos hace crecer; que nos hace engrandecernos ¡sin ser grandes!
La creación nos llena, dejándonos siempre carentes. Así, descubrimos de soslayo –o a veces ¡de repente!- lo infinito del amar y de ser amado; lo pedante del querer, el dominar, el poseer… como arma de logro, de consecución y de infravaloración del resto.
Y en ese sentido carencial, un pequeño inciso: desearles… –a los que hoy parten en un viaje de estudios hacia la España musulmana- desearles que se despojen de la opulencia de la falsa fe cristiana; del falso dominio de creencias ¡que están ahí como seguras!, como certeras.
Se les brinda la oportunidad de descubrir, en los destellos o en los sonidos de la Alhambra, la humildad del servidor humano; la necesidad de orar, como la mejor mano. El descubrirnos como “uno entre todos” y, a la vez, distinto. Como uno entre todos y, a la vez, distinto.

Es en la carencia cuando se cumple el refrán de: “No sabía lo que eras hasta que faltaste; hasta que no estabas”.
Así, el amor en Divino nos “adora” austeramente, sin darnos cuenta. Nos parecen normales nuestras consecuciones o atributos, sin darnos cuenta de que no son nuestros y de que no los hemos conseguido; nos los han dado para que descubramos lo que aún está por dar y por recibirse, y para que así nos dejemos guiar por la intuición clarividente de las fuerzas que nos cortejan, nos cuidan, nos animan, nos… ¡inspiran!

Descubrirse en que nuestras carencias son llenadas y plenas, ¡sin ser opulentas!
Descubrirse en un desconocido ambiente, en el que, tan solo finos hilos de “dudosa seguridad”, nos mantienen conscientes. Pero también, con la certeza de que nos sujetan sin materia, sin puntales, sin refuerzos; tan sólo con el aliento de un beso.
¡Nacer!