LLAMADA ORANTE
17 DE ENERO DE 2011
Las carencias prolongadas de algo que no se sabe muy bien qué es, pero que se siente que es necesario –como la Esperanza-, esas carencias prolongadas pueden y producen ansiedad, angustia, ¡desespero! y una especial voracidad hacia cualquier aparición esperanzadora. A menudo sucede.
Esto puede arrasar –como así ha ocurrido hasta ahora-, cualquier brote de esperanza porque, como hambriento, el ser se lanza a por ello y antes de que tenga posibilidades lo ha consumido.
Quizás, por esa actitud, la consciencia de esperanza no ha llegado a fructificar en su verdadera dimensión y está ahí –siempre intentado brotar- y cuando apenas asoma se la consume inmediatamente. Parece como si se estuviera esperando que surgiera algo que tenga un cierto valor para que, inmediatamente, se le anule. Una posición de poder, una posición de rabia, una posición de ira ante no poder conseguir tener, poseer esa fuerza esperanzadora. Ese es el gran riesgo -bajo el sentido orante- que tiene este curso –posibilitante de esperanza- que nos aguarda, que nos espera.
Como es algo que habitualmente se ha hecho, como es una costumbre –el abortar cualquier tipo de esperanza- cuando aparece la opción verdadera es fácil lanzarse a por ella y querer poseerla, querer consumirla o –si no se desarrolla ¡inmediatamente!, ¡cuando uno quiere, y como uno quiere!- se la desprecia o se la ignora.
Esto puede arrasar –como así ha ocurrido hasta ahora-, cualquier brote de esperanza porque, como hambriento, el ser se lanza a por ello y antes de que tenga posibilidades lo ha consumido.
Quizás, por esa actitud, la consciencia de esperanza no ha llegado a fructificar en su verdadera dimensión y está ahí –siempre intentado brotar- y cuando apenas asoma se la consume inmediatamente. Parece como si se estuviera esperando que surgiera algo que tenga un cierto valor para que, inmediatamente, se le anule. Una posición de poder, una posición de rabia, una posición de ira ante no poder conseguir tener, poseer esa fuerza esperanzadora. Ese es el gran riesgo -bajo el sentido orante- que tiene este curso –posibilitante de esperanza- que nos aguarda, que nos espera.
Como es algo que habitualmente se ha hecho, como es una costumbre –el abortar cualquier tipo de esperanza- cuando aparece la opción verdadera es fácil lanzarse a por ella y querer poseerla, querer consumirla o –si no se desarrolla ¡inmediatamente!, ¡cuando uno quiere, y como uno quiere!- se la desprecia o se la ignora.
Se debe estar, en consecuencia, atentos y alertados –bajo el sentido orante- a que no cunda la desesperanza, motivada por la ansiedad de que aparezca ¡ya, aquí y ahora!, sin ningún otro esfuerzo, sin ningún tipo de sacrificio. Y al hablar de sacrificio no estamos hablando de dolores y traumas, sino de un esfuerzo un poco más arriesgado que aquel esfuerzo que busca simplemente una renta.
Como, probablemente, casi todos sepan o recuerdan, la Esperanza es una virtud -junto con la Fe y la Caridad- que, como tal, es muy frágil, pero no por ello es carente de fuerza, y su base no radica en nuestras capacidades. Es una oportunidad que se nos brinda, es una fuerza que se nos transmite y que reside en todos los seres en la medida en que cada ser se facilita, se pliega, se escucha y no trata de imponer su sistemática voluntad, sino que espera sin desesperarse. Quizás por eso lo que nos antecedió fue el desespero y la espera: para poder cultivar -después de haber superado el desespero y saber esperar-, para poder realmente cultivar la Esperanza , predisponerse a ella.
Y es muy fácil, y es una reacción muy de cultura ante el mensaje orante de la Esperanza-, es muy fácil -al no ver el resultado inmediato de lo que se quiere- tirarlo todo por la borda, y desacreditar cualquier posición porque no se ha producido el resultado que se esperaba.
Realmente el ser de humanidad del siglo XXI no está dispuesto a asumir sus responsabilidades en el modo, estilo y forma de vivir que le lleva al desespero, a la tristeza, a la rabia, a la envidia y a la mentira; y mientras no asuma su responsabilidad y se disculpe ante ella y, en consecuencia, cambie su actitud y no recurra a los sistemáticos y conocidos métodos de todo tipo de violencia. Mientras eso no se mueva, la esperanza resbalará por la piel, caerá en tierra seca, se evaporará en nubes vacías.
El asumir la responsabilidad que cada cual tiene no significa ser culpable o ser motivo de juicio. Es la actitud de reconocer en qué medida se participa “en”, porque sino se queda todo en el fácil recurso –ácido y crítico- de todo lo que nos rodea -sin incluirse uno ¡claro!-.
De ahí la necesidad de ese reconocer, de esa responsabilidad, de esa disculpa -y aquí disculpa no significa declararse culpable; es diluir la culpa en base a la responsabilidad, en base al darse cuenta.
¡Escúchenlo bien, por favor!, que el lenguaje orante tenga ciertamente una incidencia en el estar, en el hacer, en el convivir, en el participar.
De ahí la necesidad de ese reconocer, de esa responsabilidad, de esa disculpa -y aquí disculpa no significa declararse culpable; es diluir la culpa en base a la responsabilidad, en base al darse cuenta.
¡Escúchenlo bien, por favor!, que el lenguaje orante tenga ciertamente una incidencia en el estar, en el hacer, en el convivir, en el participar.
La oración es la opción y la posibilidad de calar-se de Dios. Calarse, es decir: mojarse; pero si siempre se lleva el paraguas, si siempre se va con el impermeable, oiremos llover, sí, pero no nos mojaremos.
Esa Fe casi disuelta que está esperando cualquier variable para desertar, esa Esperanza en la que incidimos e insistimos ahora –que está aguardado para brotar-, ¡qué decir de la Caridad !, ¡alguna vez llegará!...
Virtudes que están, sin duda, en total desuso.
Virtudes que están, sin duda, en total desuso.
Pero lo más simple y cotidiano: la fe que uno tiene en otro, se ve rota por cualquier incidencia –cuando, precisamente, la Fe trata de convertir las incidencias-. ¡Qué curioso! Lo que sirve para comer, el hombre lo emplea para atragantarse.
Y cuando llega la Esperanza , y hay esperanzas hacia esto o aquello –y estamos hablando de lo cotidiano, no hablamos de lo espiritual- cuando llega la esperanza y ésta no responde -a lo que uno esperaba, a lo que uno quiere-, la respuesta es la desconfianza, una desconfianza constante, permanente.
Y cuando le toca el turno a la Caridad se aprovecha para buscar culpables y eludir cualquier responsabilidad, justificar cualquier postura.
Y así vive el hombre del siglo XXI sus virtudes con unas actitudes y unas posturas que no hacen suponer buenos augurios.
Y es necesario hacer el aviso orante que supone advertir de los riesgos dela Esperanza , porque sino es fácil que se la pise, se la devore, o se trate de apropiarse de ella.
Y es necesario hacer el aviso orante que supone advertir de los riesgos de
La “costumbre”, esa fuerza – ¿recuerdan? “La fuerza de la costumbre”- que trae el drama de cada día, se debe convertir en la esperanza de cada día, bajo la tutela de esa responsabilidad, de esa visión participativa, de esa disculpa, para que realmente abandonemos -al ritmo que la humanidad y cada ser de humanidad esté dispuesto- esa tragedia y ese drama con el que se afronta cada circunstancia.
Nuestras razones, nuestras voluntades, nuestras capacidades no sirven en
Es nuestra disposición a dejar que esas fuerzas se ejerciten en nosotros, reconocerlas, y dejar que fructifiquen, lo que hace posible que realmente
Dios ben-dice la oración.
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