lunes

Lema orante semanal

CONSUMO, CONCORDIA, CONSENSO

20 de setiembre de 2010

La palabra CONSUMO quizás sea la más representativa de la eclosión de la humanidad en su era de razón, de lógica, de industria, de descubrimientos. Quizá sea la palabra que mejor define una actitud global, una posición ante el vivir, una disposición ante el estar.
Es, también, la expresión de
el más poderoso, que -por si sirve la comparación-, consume a los menos poderosos. Y una muestra es que un porcentaje muy bajo consume 70 y largo porciento de energía -un porcentaje de apenas 10-12% de la humanidad-. El desfase es tan brutal, que hiere.
El consumir implica gastar, acabar, terminar, para así poder -poder, poder- consumir algo más, otra cosa más.
Está en proporción directa a las necesidades, pero éstas se desarrollan y se crean según la capacidad de adquisición y de poder de cada comunidad.

Esa actitud conlleva algunos rasgos más profundos, como es, fundamentalmente, el consumir las posibilidades, las probabilidades, los recursos que cada uno posee. Esto supone -esto supone- que si los recursos son ilimitados con un uso adecuado -esto supone que si los recursos personales son ilimitados con un uso adecuado-, cuando el uso es de consumo, los recursos se vuelven limitados.

En términos sociales, culturales y medioambientales, ya se habla -no ahora sino desde hace un tiempo- de “el consumo medio”, “del índice de precios al consumo”…Hay que consumir hasta que no se pueda más. Esa es la conclusión en la que se desarrolla básicamente la comunidad, sobre todo la más poderosa: ver hasta dónde puede consumir. Porque en ello se equipara con el poder. El que más consume, más poder alberga, y más recursos obtiene por sus poderes: de compras, de ventas…

Como cabría esperar, consumir implica competir.
Y ello trae consigo un nivel constante -con alternancias- de violencia.
Esa caladura del consumo, se infiltra en los espacios más sutiles, como la belleza, la elegancia, el afecto, la amistad, el cariño… ¡Y qué decir del amor!, uno de los principales objetos de consumo. Sí, se ha convertido el amor en un consumo:
Si me interesa…”
“Con lo que saco, con lo que tengo, con lo que consigo…”
“Ahora esto, ahora esto, ahora aquello, ahora aquél…”

Como el que no sabe comer y se le pone un plato. No sabe cómo llevárselo a la boca y va dejando, y dejando y dejando y, finalmente, el plato queda lleno de resíduos, sin serlo, pero convertidos en resíduos. ¡Oh!, así se consumen los afectos. Lo que parecían, lo que sonaba, lo que se mostraba como… se convierte en residuo; se desestructura.

Estos detalles sutiles del consumo, hay que tenerlos muy en cuenta. Porque, en la medida en que el ser se va desestructurando en sus fuerzas sutiles, va perdiendo las ganas de vivir, va perdiendo el impulso de cohesión, va haciéndose estéril, incapaz, dependiente.
El consumo de lo Divino, es instantáneo. Sí, como los productos instantáneos que se consumen rápidamente. Se busca la inmediata renta o beneficio, y si ésta no se produce, se consume la creencia y… y a otra cosa.

CONCORDIA…suena bien.
Se ejercicta mal.
Se usa poco.
En ese marco de consumo, la concordia no tiene mucho espacio, salvo para acuerdos de consumo mutuo que puede tener una presencia. No obstante, la concordia es -aunque en dosis pequeñas hoy en día- necesaria, urgente… para que las cuerdas del instrumento, para que las cuerdas de la vida, para que las cuerdas del universo, puedan interpretar su sintonía, su armonía. Para que cada cuerda tenga su identidad, su particularidad, su sonoridad, pero, a la vez, se sepa partícipe de un encordado infinito y, en consecuencia, de un respeto exquisito a la hora de establecer inevitables relaciones.
Y decimos “inevitables” porque la relación, como expresión de la vida, no se puede evitar. Ya no es un mandato de que haya que hacerlo porque es mejor… es que es parte; la relación. Si no tenemos relación con los sistemas vivientes, no somos viables, y ello conlleva una concordia.
Sé de tus necesidades y tú de las mías. Y en esa medida, compartimos prudencias, respetos, carencias y virtudes. Y esto nos permite alcanzar un grado mayor en cada una de nuestras funciones, y crear una nueva función como producto de nuestra concordia.

Cuando la concordia debería ser un recurso medio espontáneo y creativo, hoy, en el siglo XXI, se convierte en un momento excepcional que merece un premio: Premio a la concordia “Príncipe de Asturias”, premio a la concordia…
Por su escasez se la premia, y se la premia por su necesidad. Aunque, cuando se está tan ocupado en competir, en ganar, en tener, en dominar -y no importa qué cantidad, qué espacio se tenga-...

Como elemento mínimamente suavizante ante el consumo y la falta de concordia, surge la opinión, los puntos de vista, el voto. Y con ello se evita elCONSENSO.
Sí, el consenso es ese espacio poco habitual en el que los componentes de una función se esfuerzan por limar sus asperezas, ver sus coincidencias y alcanzar un hacer común. No hace falta voto. No hace falta golpe. No hace falta imposición. No hace falta miedo.
Hace falta sentidos, hacen falta sentires dispuestos a compartirse, y haciéndose así -cada sentir- mucho más grande.
El consenso habilita cada individualidad y la expande en sus contactos, la hace fuerte a la vez que flexible, con capacidad operativa, con diferentes opciones.
Consensuarse supone hoy un esfuerzo en esa competitividad. Pero es la mejor expresión de poder alcanzar una mínima concordia, un mínimo sentir común y un mínimo criterio a la hora de consumir, para alcanzar una posición -aunque sea casi milagrosa- de estar sin incluir la palabra “consumo”, sino estar en lo imprescindible y lo necesario.
El consenso equilibra las fuerzas, mantiene sus identidades, sus naturalezas. Disfrutan unas de otras, pero se sienten conexas. Y así se hacen trama fuerte y vigorosa.

El consenso no tiene la ley del más fuerte.
No tiene ley. Tiene sintonías, tiene voluntad, tiene aprecio. Sabe recoger sentires comunes y sabe limar las asperezas individuales.
No hay batalla en el consenso. Como no hay guerra en la concordia. Como no hay combate en lo imprescindible y necesario.
Sin consumo, contemplamos.
En concordia, vibramos y sentimos la urdimbre del universo.
En consenso, fortificamos los sentidos, los sentires, las emociones y los afectos.
Todo ello nos lleva a apercibirnos como “uno”, a descubrirnos como pequeños… y a apercibirnos de que algo grande nos envuelve, nos contempla, nos mantiene, nos lleva.

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