ENSOÑAR, ENSEÑAR, APRENDER.
12 de julio de 2010
Un cierto grado de ensueño vive el ser, de una manera habitual y diaria. Es ese estado de… imaginación, pensamiento, futuro, intuición… Una extraña mezcla de lo que aún no ha pasado y de una visión de lo que está pasando, diferente de lo que expresan los aspectos concretos y materiales.
El ensueño forma, además, parte de multitud de tradiciones que nos hablan de ese estado de conciencia a partir del cual se va creando lo vivo, se va creando lo nuevo, se va haciendo el mundo. Hasta en el Génesis se relata el ensueño de Adán para que no viera las magias de Dios a la hora de crear a la mujer. Seguramente mitos, leyendas, historias, fantasías… muy alejadas de la realidad. Pero… ¿somos nosotros reales?
El estudio de la estructura íntima de la materia nos muestra una actividad ensoñadora. La capacidad que tenemos para contemplar el universo en su magnificencia es, sin duda, una visión ensoñadora. En consecuencia, hablar de lo real y material carece de sentido. Es decir, que eso que llamamos real y material y… y concreto, es tan sólo un… un instante del ensueño de la vida.
Si accedemos, en consciencia, a plataformas diferentes a las de un instante, para entrar en una eternidad, ensoñaremos de algo… y con algo… que nos desborda y que podemos experimentar de forma infinita.
Cada vez que el teatro se llena y se escucha la inquietud de las bambalinas…, ¡ay!, y cuando se abre el telón, el ensueño se hace evidente, se hace consistente.
Es en el arte teatral cuando los ensueños consiguen fundir lo universal con la estructura íntima de lo material.
El ensueño hace del ser un arte.
El ensueño se especializa en hacer posible lo imposible.
En la medida en que el ser es un arte de ensueño, está impulsado a mostrarse en su mejor faceta, en su impecable actuar. Es así como ENSEÑA. Y es así como es posible APRENDER.
El que no sabe, cada vez que se encuentra ante la posibilidad de aprender, todo le parece –porque es- un ensueño. Y como resulta que ninguno sabemos, todos tenemos que aprender… e inevitablemente tenemos que enseñar. Esto pasa en un mundo de ensueños. Simultáneamente se enseña y se aprende.
Y el mundo material y concreto, en realidad es un atrezzo, es un elemento circunstancial concreto que sirve de decorado.
Ciertamente, el hombre actual tiende a aferrarse al decorado. Y así, va perdiendo la posibilidad de aprender y de enseñar. Realmente, lo material y lo concreto se ha convertido en el mundo de las apariencias: la casa, el vehículo, la televisión, la sombrilla, la pelota… Y el actor ¿dónde está?
La oración nos sumerge en ese mundo posibilitante del ensueño. Orando, aprendemos y descubrimos lo que intuímos que podemos enseñar. La frivolidad se hace sinceridad; la vulgaridad se convierte en ternura; la desgana… en alegría. ¡Ah!, de repente se puede descubrir que uno puede ser diferente. El caso es que, no es que puede ser diferente, sino que es diferente. ¡Ni siquiera sabemos quienes somos! ¿Cómo es posible, entonces, aferrarse a una pasajera instantánea de la realidad, llamada materialidad y realidad?
Decidirse a enseñar y aprender a la vez. Realmente empezar a moverse en el mundo ensoñado, es en el mundo realizado. Es dejar que Dios nos enseñe el mundo… y estar dispuesto a aprenderlo.
En el ensueño, orientamos nuestra presencia. Es decir, la situamos en diferentes posiciones hasta encontrar la más apropiada y, en ella, aprender y enseñar. Abandonar el mundo continuo y plano, y entrar al mundo ondulante, fluctuante y alterno.
En la actitud de aprender, es posible darse cuenta de que, a través de un instrumento circunstancial como el teatro, la realidad se hace ensueño y el ensueño se hace mística.
Se muestra y se enseñan diferentes momentos de ensueño que no son, nada más ni nada menos, que vestigios, rastros de Dios.
Es así como la acción y la actuación se hace sagrada, se hace conmovedora. Es así como, todos los que integran una transmisión, aprenden y descubren la sorpresa de lo que sienten.
Desde el ensueño, podemos percibir la acción Divina.
Desde el ensueño, podemos aprender los signos de
Desde el ensueño, podemos atrevernos a enseñar lo que descubrimos, y compartirlo como un acontecimiento universal.
Actuar desde el ensueño, es sintonizarse, a través de lo místico, con lo Divino. Es hacer del estar, un aprendizaje y una enseñanza continua.
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