lunes

Lema orante semanal

CANSANCIO, TRISTEZA, APATÍA.
12 de octubre de 2009

Son tres aspectos que, con frecuencia, se dan en nuestra cultura de este siglo XXI. Tres aspectos que, vistos desde la óptica de la razón, de la lógica, son parte natural del estilo de vida que se tiene. Sin duda podemos deducir que -con el cansancio, la tristeza y la apatía-, la evolución, el desarrollo, la creatividad, el logro, la consecución, se hacen difíciles. Ni que decir tiene la convivencia, la solidaridad.
De ahí que hoy, en el tiempo orante, aparezcan estas palabras como propuestas, en oración, de cómo convertirlas en otras posiciones, en otras disposiciones, en una referencia hacia una semana, hacia un tiempo.


La vida, en general, no se cansa. Por doquier aparecen elementos: entre las piedras, en las condiciones más adversas, se nos describen elementos de vida. El Universo no parece dar signos de cansancio. Su incesante actividad, que poco a poco vamos descubriendo, nos muestra una caótica actividad inteligente, que, como mínimo, nos asombra.
En cambio, contrasta cómo el hombre de este tiempo –hombre como humanidad- se cansa fácilmente de casi todo. Con lo cual, apenas si le da tiempo a evaluar, valorar… Pareciera como si la información del “usar y tirar” hubiera calado tan profundamente que, además de los beneficios económicos que pueda aportar, pareciera como si siempre, eso, pudiera aportar una novedad.
Habría que diferenciar, sin duda, dos tipos de cansancio: Ese cansancio emocional, afectivo, psicológico, medioambiental, cultural; y ya el cansancio más físico, personal, que a veces –a veces- es consecuencia de patologías, pero muchas otras –en el nivel en que nos estamos refiriendo- no lo es. El interés, la búsqueda, la expectativa, la escucha, han pasado a ser elementos secundarios, sin poca importancia.
Los datos sociológicos que nos suministran en las diferentes áreas de estudio, de trabajo, de dedicación… nos indican que se permanece muy poco tiempo, se persevera muy poco y, en consecuencia, se sabe menos aún. Con lo cual, ese nivel tórpido de ignorancia nos abruma.
Y, del abrume, viene el aburrimiento. Ese estado somnoliente de cansancio especial que aparece en cualquier edad. Y que, a algunos, nos da por pensar que antes no era igual, y ahora es harto frecuente.

En este momento orante, cabe preguntarnos: ¿Dios es así de cansado, de cansino, de aburrido? Porque, en el tiempo de oración, todo se referencia hacia lo Divino. ¿Es la Creación un proceso que ya conocemos y dominamos y manejamos y manipulamos lo suficiente como para que nos aburra, nos canse? ¿O, más bien, quizás, con lo que se haya conseguido, y a falta de suficiente esclavitud –de esclavos, quiero decir- ya el interés se ha desvanecido?
A todo esto, se añaden las escasas posibilidades, tanto en lugares terriblemente pobres como en lugares especialmente ricos –aunque, por supuesto, hay sus diferencias-, se añaden las escasas posibilidades de que el sujeto, el ser, pueda canalizar, pueda desarrollar, pueda exponer sus ideas, criterios, sensaciones…
A lo largo de la historia de la organización humana, desde los jefes, brujos, chamanes, reyes, dictaduras, democracias… -por hacer una visión voraz-, todos los sistemas han procurado dominar, controlar, manejar, usar. Y, realmente, las posibilidades, sin duda muy distintas de unas épocas a otras, pero en cada una han permanecido similares enormes dificultades para poder expresar proyectos, ideas… Y quizás ese detalle colabora también significativamente a ese cansancio, a ése “no, para qué, va a salir mal”, “no, si ahora hace falta esto” “no, si ahora te pedirán lo otro” … Un cansancio vital, un cansancio de vivir en el que, evidentemente, lo Divino no está. No está porque, si sutilmente estuviera, habría suficiente entusiasmo para que, a pesar de dificultades e inconveniencias, se tuviera el coraje, las ganas, el valor de innovar, de continuar, de perseverar.

Sin duda hay excepciones que así se comportan, pero estamos hablando de una generalidad y de una disposición en la que se colocan millones de seres humanos que, cansados de su estilo, de su manera, no encuentran, carecen de ese empuje necesario para mantenerse más allá de la supervivencia.
Seguramente también, a través de las historias de las religiones, los seres de humanidad se hayan cansado de esas formaciones. De esas formaciones que nos han trasmitido dioses a imagen y semejanza de nuestros poderes, para así manejarnos mejor, controlarnos mejor y conseguir una uniformidad en la que no hayan sorpresas; una uniformidad similar a un desfile de uniformes ordenados, clasificados. Que, por cierto, suele gustar.
En el nombre de la Creencia, del credo que tenga cada cuál, seguramente podríamos descubrir –y descubriremos- que hay un cierto nivel de cansancio medioambiental que deja trascurrir el tedio y, con ello, queda abolida nuestra inspiración, nuestra inquietud, nuestra búsqueda, nuestra llamada… que reclamamos en este instante orante, que invocamos a nuestros niveles de Creencia, para que hagan presencia en nuestro ser. Y, aunque la medida sea pequeña -de nuestro cansancio vital-, ésta se convierta en un entusiasmo habitual.
Del cansancio general al entusiasmo habitual, hay… hay sin duda, un espacio que probablemente la Fuerza de Lo Divino se encarga de desarrollar.

Y bien se podría, en los días que nos siguen –si han de seguir- que en esos cansancios fáciles pudiéramos alertarnos, pudiéramos invocarnos en lo que creemos -da igual el qué-, para despertarnos en lo creativo, en lo ilusionante.
No, no dejar que la vida de humanidad se siga consumiendo, agotando, cansada de vivir, cuando aún –cuando aún- a poco que se escudriñe, nos quedan tantas, tantas y tantas experiencias por vivir.
Y es frecuente que, a ese cansancio, se añada una madeja suave de TRISTEZA.
Esa larvada experiencia que late sin sonido, pero que tiñe con su sentir cada suceso; que, aunque parezca alegre, lo convierte en algo triste, porque luego puede cambiar, porque más adelante será diferente, porque… Ese halo triste de haber perdido el entusiasmo, las ganas. Ese halo triste que, a veces, llega a ser depresivo, doliente, desesperante.
La tristeza llega a ser como la historia de las manzanas sanas y las que no lo están: Basta que en un encuentro, en una reunión, en un algo en común, haya algo triste, para que inmediatamente todo se contagie de la tristeza. Y poco puede hacer el entusiasmo.
Es más serio de lo que parece, porque, con esa actitud de tristeza, nuestra habilidad –tanto mental como física- se vuelve torpe, se vuelve insegura, se vuelve indecisa.
Dios no es una experiencia triste.
Nos han ido adiestrando, diferentes culturas y diferentes civilizaciones, en la seriedad, en la dureza, en la intransigencia y en la tristeza de Dios. Nos han dicho muchas veces que Dios se pone triste cada vez que hacemos algo malo, algo inadecuado. Si así fuera, haría muchos milenios que Dios no existiría: habría desaparecido, se habría suicidado… Sí, el suicidio de Dios.
Claro, claro que, cuando ya el ser está tupido por ese halo de tristeza, es muy difícil –francamente difícil- decirle:
- ¡Disfruta!, eres joven, eres sano, eres guapo, eres fuerte…
-Ya, pero cuando tenga ochenta años…
-Ya, pero no pienses en eso, ¡hombre!
-No, me voy a hacer un seguro…
-¿Un seguro de qué?
-No, porque ahora es tiempo, porque ya sé que las cosas pasan…
-Ya, ya, ya, pero espera, espera, espera…
Sin duda, esto es un poco exagerado, pero… pero no tanto.
-¡Ay!, ¡Qué bien que me lo estoy pasando…! ¡Ah!, pero mañana es lunes…
-Pero ¡espera, por favor!, espera. ¿Por qué no te concentras en lo bien que te lo estás pasando? ¿Mañana es lunes? ¿Yo qué sé mañana qué es? ¿Qué es mañana? ¿Por qué estar tan codificado –y tan seguro, por otra parte- de decir que mañana…? ¡Mañana!
Sí, hay una actitud de tristeza que se insinúa siempre con ese toque pesimista.
Ese toque pesimista que nos amenaza con… con los males sociales, culturales, farmacológicos, médicos… Ese toque pesimista que, cuando se inicia algo, ya piensa en todos los pormenores de dificultades que pueden aparecer. Y bien está una prudencia y un cierto equilibrio y valoración, pero… pero es semejante a el hecho de que, cuando el niño crezca, en vez de comprarle pantalones más largos, se les vayan cortando poco a poco las piernas… y así siempre le valdrán los pantalones.

Sin duda, sin lugar a dudas, ¿motivos de tristeza?… Todos los que queramos. Hay a millones. ¿Motivos de desesperanza y de pesimismo? ¡Poooo! De todos los gustos, hay. Se ha creado una civilización y una cultura así, entonces, hay mucho de eso.
Y se ha cometido el error de combatir todos esos motivos. Claro, los motivos siempre ganan. Y el poco entusiasmo, o ganas o empuje que se tenía, “la cruda realidad” - que todavía no se sabe muy bien qué es eso, ¿verdad?, la “cruda realidad”, pero bueno, funciona, ¡eh!-, la cruda realidad se encarga de demostrarte que no había motivos para alegrarte, para… ¿ves? Ya el pesimismo se hace dueño y señor. Quizás sea el peso, quizás sea la obesidad la causante de todo esto… creo que no.
Pero, ¿podríamos recuperar, aunque sólo sea por pura intuición, el aliento, el hálito de la Divina alegría?, ¿El hálito y el aliento del Divino proceder en lo creativo, en lo nuevo, en los recuerdos lejanos de Lo Eterno? ¿Podríamos echar mano –además de tener la cruda realidad- de nuestros pensares y sentires que no estén ligados a ningún proceso y que, sin duda, están ahí para emanarnos nuestras ganas de vivir, nuestras ganas de continuar, nuestras ganas de apostar, nuestras ganas de decir: “Aquí estoy, cuenta conmigo” , a quien corresponda? Sin que ello conlleve el enfrentarse, el combatir al pesimismo, a esa tristeza larvada... No, no, no, déjenla estar, déjenla. Desarrollemos ese otro factor que ha estado inhibido, ha estado coartado, ha estado hasta mal visto… hasta mal visto. Hasta cuando te ríes en una carcajada en un sitio, las gentes se vuelven para mirarte, como diciendo:
- Pero qué barbaridad, pero ¿qué le pasa a este hombre? ¿Estará fumado, bebido o qué?
-No, simplemente me río. Porque me han contado un chiste, porque me ha hecho gracia lo que he visto, no sé…
Y al hilo, al hilo de la tristeza, ya la posición de APATÍA... Apatía hacia cualquier cosa.
Apático se convierte en antipático, casi siempre:
-¡Qué persona tan antipática!
-Es que es apático.

Igual que ahora se llevan los góticos, los románicos, es… es apático. Aunque lo último de lo último –no sé si lo saben- es que se está desarrollando intensamente lo barroco. Imagínenselo, lo barroco… Pareciera como si el mundo ya se hubiera acabado y no hubiera nada nuevo que aportar sino que tengamos que recalar de nuevo en las viejas y ya inservibles historias.
Esa apatía que… que termina por ser, además de antipatía, un “dar igual”.
- Me da igual.
-¿Cómo que te da igual?
-Pues sí, me da igual.
Y ciertamente, esa actitud apática lleva al ser a probar cualquier actividad, a ser manejado hacia cualquier situación… como le da igual…
La curiosidad… ¡uuhhh!, el querer saber, la búsqueda, la comprensión de un acontecer… Todo eso, sin duda, es apasionante. Y nos decide hacia un sentir, al menos durante un tiempo. Y nos da una visión del mundo, de la vida, que no es precisamente apática.
Quizás, desde la óptica orante, podemos convertir esa apatía en contemplación.
Sí, porque a la hora de contemplar, no tenemos por qué argumentar valores morales, éticos… no, contemplar simplemente. Pero, en esa contemplación, nuestra ánima se alma, se ama, ¡se anima! No interviene en lo que sucede, contempla. No es un observador, contempla. Hace temple de su vida. Se hace idea de lo que sucede, y genera una… una idea de cómo, probablemente, para él –para ese ser- funcionan, están y se desarrollan los acontecimientos. Capaz de compartirlo sin aislarse, como mandan ahora los cánones.
Que esa apatía, esa antipatía cotidiana, pueda ensayarse de otra manera en los días que nos anuncian que puedan estar o llegar. Que de nuevo descubramos que la Creación no es nada apática, sino que tiene una empatía especial. Y que esa empatía, es la sintonía de amor de la Creación hacia cada ser.

Puede ser, puede ser una interesante puesta en escena:
Una semana bajo el sentido orante de la contemplación, el entusiasmo,
El descubrir que lo Divino no es triste.
El poder invocar a la Fuerza para que ese cansancio, ese cansancio de todo se convierta en una curiosidad hacia todo.
Ese reclamo a nuestras creencias, de cualquier ámbito, para que diluyan sus vínculos hacia las imágenes de lo Divino que nos han mandado, de un Divino castigador, de un Divino mortecino, de un Divino serio, cuando, a poco que nos despertemos, vemos que estamos rodeados de una intensa actividad de vida, y que formamos parte de esa totalidad. Y que hay un vínculo, una empatía de amor de toda esa Creación con cada uno de nosotros.


Ámen


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