Las carencias
29 de enero de 2018
El Sentido Orante nos remite hoy a
las “carencias”.
Probablemente, en el ansioso,
pausado o vertiginoso camino de la humanidad, las carencias hayan sido las
significativas estancias a partir de las cuales surgen novedades, renovaciones,
recambios…, imprevistos, improvisaciones.
Quizás… la creación del ser supone
una expresión carencial que transcurre a través de la Creación, buscando
restituir, conseguir, dejar de ser carente: carente de afecto, carente de
actitud, carente de voluntad, carente de… ¡tantas cosas!
Extrapolando estas situaciones,
podríamos decir que la condición humana está… en vacío; carente de llenar el
vacío. Y gracias a ese vacío y a esa vacuidad, afloran los adornos o los
detalles que hacen la estancia… más grata o habitable –por poner un ejemplo-.
Si repasamos –así, como geografía política,
histórica y geográfica- las diferentes partes donde habita el ser humano,
encontraremos carencias en todos los sitios. En unos quizás haya mucho
petróleo, pero en otros haya demasiado poco; pero a la vez, en los sitios de mucho
tengan demasiada contaminación y estén carentes de aire limpio; en otros habrá
muchas cosechas por los grandes índices de lluvia, pero a su vez habrá
inundaciones y habrá carencia de…
Y así sucesivamente.
Históricamente –como humanidad-
este pueblo tendrá tales virtudes –suponiendo que llegue a “tales”-, pero
tendrá la carencia de sus pensadores, sus políticos, sus economistas, sus
científicos… No encontraremos un lugar pleno.
Parece que el diseño de nuestra
estancia en este lugar del Universo es un diseño carencial… por el que tenemos
que pasar, no necesariamente con dolor, pero sí necesariamente con reconocerlo. En la medida en que tengo
la carencia –y la reconozco- de una mala escritura, podré mejorar, mejorarla, a
través de ayudas.
¿Ayudas?... ¡Aaahh! “Ayudas”. Es
una palaba más o menos clave. Veamos: Si alguien reconoce una carencia, es muy
posible que encuentre la ayuda para mitigar la carencia. Pero si la mayoría de
la mayoría de la mayoría no reconoce sus carencias, o… les gustan, porque de
ellas sacan algún beneficio –teóricamente- para ese estado de consciencia, la ayuda no aparece, no llega.
Es un misterioso mecanismo de la
Creación. Y se corresponde, desde el Sentido Orante, con esa consciencia de lo
Divino que tiene lo creado: “Que mantiene, entretiene y sostiene”. Y que,
merced a ese estado carencial –en su reconocimiento-, se hace más y se hace
presente… lo Creador, a través de diferentes vías: “la ayuda”.
Parece obvio, pero no lo es. Parece
obvio pero no lo es, que “Ayúdate y te
ayudarán”. Sí; porque igual que somos capaces de reconocer nuestras
carencias, tenemos que ser capaces de generar, a través de ese reconocimiento,
los mecanismos de ayuda. Como primer movimiento.
Luego aparecerán las ayudas.
Y dejaremos como el último eslabón
el S.O.S.
Cuando grupos humanos –o individuales-
reconocen carencias, buscan, indagan, investigan… y van gestando proyectos e
ideas que van haciendo, la carencia, menor; y van apareciendo –como una llamada
de necesidad- los recursos: por casualidad, por suerte, por contactos… A veces
parece mágico.
También hay que descubrirse –en ese
reconocer la carencia-… hay que descubrirse en la posibilidad de que el ser se ‘egolatrice’
y se ‘idolatrice’ buscando obsesivamente compensar su carencia ¡por él mismo
absolutamente!, negando así cualquier tipo de ayuda.
Esa autosuficiencia, de la que
tantas veces tenemos referencia, es desoladora.
La “pa-ciencia” y la “per-severacia”
constituyen elementos de vital importancia en la actitud de ir superando esas
carencias. Muchas veces –y con ello hay que tener también cuidado- la carencia
produce desespero, irritación, rabia. Y se busca obsesiva y compulsivamente el
recurso, el remedio ¡inmediato!, ¡ya! Y no hay espera, no hay paciencia, no hay
perseverancia… No, no. ¡Ya!
Y ese “¡ya!”, salvo excepciones, no
llega.
El desespero no formó parte de la
Creación; tuvo sus ritmos, sus pausas, sus aparentes descansos, sus agilidades...
En la medida en que se descubren
las carencias, se gesta el ánimo; se
gesta la animación hacia la búsqueda, hacia la disposición, hacia disponerse “a”…
Y esa disposición y ese reconocer
la carencia es una forma de mostrar, orantemente,
nuestra relación con el Misterio Creador.
No es que la Creación desconozca y
necesite que lo digamos. No. Pero sí es preciso, por nuestra evolución y el
estado de consciencia que se tiene, el mostrarlo, el decirlo, el sentirlo. Y
eso, a los ojos Creadores –que ya lo sabían-, hace promover sorprendentes
mecanismos para suplir esas carencias; que, como carencias, notamos que nos
dañan, que nos limitan, que nos coartan y que nos impiden.
Quizás, la mejor disposición –disposición
orante- ante nuestras carencias sea… la
Piedad.
Sí; en la medida en que reclamamos
percibir –como parte de nuestro vivir- piedad,
y en la medida en que ésta aparece –¡y aparece!-, las deficiencias se
reblandecen; dejan de ser rígidas y duras, ¡imposibles e inalcanzables!... Y se
vuelven carencias amables, que nos dan pistas, que nos dan sugerencias… de cómo
solventarlas.
En la “Pie-dad”, es como reconocernos ligados y dependientes, en el
sentido… no de esclavitud, no de insignificancia, no de adictos, sino más bien
de “originarios de”, “procedentes de”. Y así damos pie a que las dádivas de la Creación… podamos verlas, podamos
sentirlas.
La “Pie-dad” siempre está ahí; basta nombrarla para que se haga
presente, para que aclare la mente, para que ablande y dulcifique el corazón.
Por momentos… o temporadas, las
carencias crean angustia, desespero, ansiedad, tristeza, soledad…
El afán personal por resolverlas,
al verse insuficiente, se siente incapaz de solicitar ayuda.
Sin duda, la más pulcra ayuda surge
de la Oración –como acabamos de plantear-. Y en el transcurrir del convivir
aparecen las circunstancias o hechos que… mitigan esa carencia o la eliminan.
Y es deber del “san-ador”… y es deber del “san-ador”
descubrir esas carencias en el doliente que nos busca para pedirnos ayuda.
Y es muy significativo que el “san-ador” instruya, oriente y promueva
las capacidades propias que tiene el ser, en la medida en que se sitúa en una
condición anímica, espiritual… de ánimo adecuado.
Y así implementamos, a manera de
Humanismo Sanador, la idea –en el necesitado- de que, a través de él mismo, se
obtienen los recursos para mitigar las carencias. Y así, no seamos un remedio
que cree dependencia; no seamos un remedio que pueda convertirse en
“propiedad”, en mandato, en orden, en posesión.
Hacer, del convivir, una práctica
solidaria y constante de suplir carencias, acrecienta la convivencia y la sitúa
progresivamente en estados de “suficiencia”…; siempre con el gozo del
descubrir, del aprender.
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