Una Consciencia Secuestradora De Nuestra Presencia En La Creación
4 de
septiembre de 2017
Y en la
medida en que el ser de humanidad va… ¿descubriendo?, ¿aprendiendo?..., en
cualquier caso, teniendo una versión de… el transcurrir de la vida, se vuelve progresivamente
hacia una consciencia autónoma, hacia una consciencia de secuestro hacia lo que
sabe, hacia lo que conoce, hacia lo que aprende, hacia lo que descubre. Y ello
tiende a llenar el transcurso de sus días; si bien –si bien-, con criterios de evolución,
se percata de que sus descubrimientos, sus aciertos… no tienen un carácter
permanente, sino que cambian. O quizás es que nunca fueran así, como se vieron.
Pero cada vez que se ven de otra forma, es esa la que impera y la que
secuestra; de tal forma que la consciencia cotidiana se hace un gueto de
relaciones, normas, leyes, costumbres, hábitos, manías, ¡ajeno!... –un gueto
ajeno- a su presencia como… entidad viva en un Universo.
Podríamos
poner el símil o la imagen semejante a… a la observación en un laboratorio:
cuando se toma una muestra, o cuando se somete a algún animal a algún
experimento, no se tiene en cuenta –porque no se sabe cuantificar- la
influencia que tiene el sacar de su medio a lo observado, a lo investigado; y
que, en consecuencia, va a cambiar y va a modificar su auténtica estructura.
No
obstante, el ser se siente conformado, contento y descubridor.
Así que
se podría decir que somos habitantes de un laboratorio, en el que nosotros
mismos nos secuestramos de la vida que nos correspondiera, que nos corresponde,
que nos sería propia, y nos sometemos a unas condiciones, a veces caprichosas,
y otras… de pura curiosidad, pero sin la intención necesariamente amorosa que
debería tener esa facultad: lo curioso.
El
Sentido Orante nos advierte de cómo el ser secuestra, se secuestra… de un
Universo capacitador, facilitador, generador, origen de su
mismidad. Y en consecuencia, al estar separado, todas las deducciones que en
principio se obtengan… son erróneas.
Pero la
situación se hace grave cuando la mayoría de la mayoría están en esa posición,
y no se hacen conscientes, no toman posición y alerta ante una vivencia
errónea, sino que se manejan con ese error; se estructuran con el error.
El
Sentido Orante advierte de esa desconexión. Y es la función –una de ellas- de
la Oración, sintonizar al ser con su Creación, con la Creación, con lo creado;
y que, así, sea capaz de investigar su estar, su hacer, su desarrollo, en el
contexto… ¡en el contexto de esa universalidad!… y no en el secuestro de un laboratorio.
Y es así
como realmente podríamos salir del error y, de paso, del terror, del horror,
del miedo, del ‘deshumor’… y entrar en la visión de un creyente ignorante, en
la que lo que aprende, descubre, curiosea e inspecciona… no es más que un
reflejo de lo que en verdad es.
Y
consecuentemente, en nuestro vivir –bajo la influencia de lo que nos comunica
con la Creación: la Oración-, hagamos de ese vivir un desarrollo en el que
siempre… –palabra demasiado eterna- se aplique el recuerdo, al menos, de que nuestros
parámetros habituales –en los que vivimos- no son los ciertos, sino que son
parámetros manejados, manipulados, y obtenidos del secuestro de la idea de la
presencia del hombre en el seno de una Creación.
Así, la
oración nos descubre nuestra petulancia, nuestra vanidad, nuestro egocentrismo,
nuestra soberbia… Y en la medida en que esos factores se diluyen, aunque
indudablemente incrementen nuestra ignorancia, sí nos sitúan ante la capacidad
de recrearnos e interpretarnos de manera universal, de forma creativa, con
actitud de misterio, con la sorpresa consiguiente, con el imprevisto acontecer
¡y la necesidad de su lectura!
Empezar a
aprender el lenguaje de la casualidad, de la suerte, de la fortuna, de lo
imprevisible: ¡lenguajes de la Creación!... sobre los que tenemos una
capacitación para escuchar y descubrir.
¡Claro!
No podemos ponerlo en el laboratorio. No podemos secuestrar el lenguaje del
Misterio. Pero podemos vivirlo e interpretarlo.
Habitualmente,
ante este planteamiento orante, el ser pronto rehúsa aprender ese lenguaje, esa
llamada que se le hace, por… porque no puede dominarlo, porque no puede
controlarlo, porque no está de acuerdo.
Ni
siquiera se siente de acuerdo, a veces, con el amanecer y el atardecer. Ni
siquiera a veces está de acuerdo con que el alma calma su sed… con una sonrisa.
Es como
una batalla de desacuerdos permanentes, en los que el poder del secuestro
termina convenciéndole –porque lo domina-, y el miedo libertario a la
ignorancia –desde la óptica del saber poderoso- no le permite abrirse a otras
perspectivas. Así que habitualmente se abandona.
Pero, si
nos llaman a orar –y en ello estamos, y en ello nos descubrimos en una
posición-, es para que, de forma habitual –habitual, habitual, habitual-, ante
cada situación en la que manejemos certeza, seguridad, ley, orden, verdad –ante
cada una de esas situaciones-, nos replanteemos cuál sería la versión real de
la opinión que tengo… sobre mi hija, sobre mi perro…
En el
hábito de “re-visar” –en el sentido de visionar de nuevo cualquier
posición que haya sido aprendida, estudiada, heredada, impuesta o teóricamente
propia-, en cuanto ponemos la lupa de que pertenecemos a una Creación, las
conclusiones y el comportamiento van a cambiar.
Sí;
porque la perspectiva con la que se observe nos da otra versión. Quizás no muy
entendible; quizás algo difusa. Seguramente. Pero ya estaremos desencajándonos
del anclaje del secuestro. Ya no consideraremos a nuestro secuestrador como
“bueno”, como “inteligente”, como “capaz”, “en definitiva vivo gracias a él”,
etc., etc., sino que empezaré a darme cuenta de mis ataduras; y de cómo las he
hecho placenteras, cómo admiro a mi secuestrador –que soy yo mismo, que es mi
sociedad, que es mi cultura, que es mi… “mi”, “mi”-, y qué poco
he dejado entrar la luz del amanecer, y he permanecido en la penumbra…
afirmando que ¡eso es lo que se debe ver!
Ejercitar
lo orante en el cotidiano hacer… es la verdadera esencia del creyente.
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