martes

Lema orante semanal

 CARENCIAS 
15 de noviembre de 2010

Unos carecen de vitamina C, otros tienen carencias en su higiene y como consecuencia de ello, tienen “caries”. Hay carencias afectivas, que salen “caras”, muy caras. Hay carencias “carísimas”,  es decir muy cariñosas
Aparentemente, hay abundancias, pero todo lo que es abundante tiene alrededor un círculo carencial.
Podríamos decir que la vida tiene carencias y parte de su función es ir, ir satisfaciendo esas carencias, complaciendo esas carencias y ello supone un motivo de gozo, de disfrute. La carencia alimentaria… cuando se come se convierte el ser en otro… Cuando el niño llora porque tiene carencia de leche materna y se le pone a mamar, indudablemente su carencia queda completamente saciada -por poco tiempo- ¡y vuelve otra vez a la carencia!. Fíjense: nuestro estómago –en el adulto- come un día y al día siguiente tiene que comer otra vez. Tenemos un mecanismo que tiende a lo carencial y a la vez su, su “ley motiv” es compensar esa carencia. Como la respuesta de un ábaco: sí-no, sí-no, uno-cero, uno-dos…
Es un impulso de individuos, familias, comunidades, países, continentes, el salir de la carencia para entrar en la opulencia y como vemos –ya podemos verlo- cuando se entra en la opulencia se generan muchas carencias.
O sea, que si bien es cierto que como seres carenciales tendemos a suplir esa carencia, no es menos cierto que no hay que llegar a la opulencia.
¿Medio camino? No, tampoco. Cada, cada cual tendrá su, su medida. Quizás aquel viejo proverbio Sufi que decía “
Huye de la comodidad como de la peste”, nos advertía que, que cuando estamos incómodos y tendemos a buscar comodidad, tiene que ser una comodidad hasta cierto punto.
Como bien sabemos también, igualmente, aquellos que nadan en la opulencia, se aburren, se desesperan se… se echan en falta sus carencias, les falta motivos porque todos están saturados.
Claro, cierto es también que determinadas carencias, cuando se agudizan, pueden producir trastornos severos y graves que conducen a secuelas irrecuperables, e incluso la… “muerte”.
Pero también los excesos o los mecanismos para alcanzar la opulencia y alejarse de la carencia, ya sabemos los problemas que crean: avaricia, rencor, venganza, competencia…
Las carencias nos permiten el ejercicio de un detalle afectivo muy importante, pero de muy difícil realización, por sus cualidades y sus calidades; nos estamos  refiriendo a la “caridad”. Si no hubiera carencias no habría caridad y el correspondiente cariño.
¡Ah! Y las carencias también crean carisma. Cuando hay una carencia terrible y tremenda, la caridad surge a borbotones. El reciente brote de cólera –que continúa- ya con cerca de 700 muertos, ha provocado toneladas de envío de material médico por parte de España. Podría haberlo hecho hace tiempo con el terremoto: prevenir.

La caridad precisa de la carestía, precisa de la carencia y promueve un cariño especial hacia lo que se hace pensando que la ayuda que puede recibir Haití, después o ahora, en plena tragedia sanitaria -que de paso ha sido acompañada por una tormenta tropical- resolverá momentáneamente el problema, pero las condiciones continuarán.
¡Sí! También la caridad se dosifica lo suficiente para que continúe la carencia. De ahí que el ejercicio de la caridad sea extremadamente difícil de realizar -o te quedas corto o te pasas- pero necesario de ejercer.
Ejerce tu caridad en silencio, quizás sin que te la pidan, porque al carente le cuesta pedir caridad. Mira a tu alrededor y de seguro que podrás ejercitar la caridad en su diversos niveles.
No es sólo caridad aquella que va al hambriento y al sediento, de comida y agua. Las carencias del ser están en todos los niveles.
¡Por caridad!, si me ves dolido, cansado, ejerce tu caridad.
No te extrañe que seas rechazado, probablemente no has sabido dosificarla o no has sabido plantearla.
Esa, esa acción caritativa ante la carencia: anónima, sin interés, sin intereses, sin I.V.A., sin vuelta.
También, también… ¡ay orante!... puedes, puedes mostrar tus carencias, puedes decirlas en la persona, en el ambiente, en el foro en el que te sientas escuchado. La espontánea solidaridad humana dará una respuesta.
También ocurre que la vanidad -¡ay! ciertamente yuyo malo que envenena toda huella-, la vanidad a veces oculta la carencia y hace ver que “¡Yo puedo con todo, soy capaz de todo, no necesito a nadie!, ¿Para qué ayuda?” (como el gran detergente que no necesita ni siquiera agua para limpiar: Mr. Proper, el héroe de las vajillas) no precisa, y oculta así sus carencias –a costa de su tristeza, su apatía, su indiferencia-.
También, cierto es que las carencias generan victimismos: los que se sienten siempre permanentemente incapaces de hacer cualquier cosa. Una manera astuta para que todos los demás las hagan. Así no se asume, a penas, responsabilidades, porque el sujeto se declara sin recursos, sin medios para hacer frente a unas demandas.
El sentirse carencial ante el entorno del llamado mundo, nos despierta nuestras capacidades y nos hace ver que somos capaces de suplir esa tendencia a la carencia y que no podemos descuidar el estar atentos a ella.
Cada oración nos pone en evidencia nuestra carencia en torno a la Fuerza Creadora, en torno al Misterio que nos envuelve, en torno a las fuerzas que nos movilizan.
Lo místico divino se promueve entre los seres para hacernos ver las carencias y, a la vez, para proporcionarnos los medios que nos permitan ir progresando, ir creciendo, ir… ir… ir.
Cierto es que se utilizan las carencias para unas demandas permanentes que absorben la caridad hasta extremos exhaustos. Carencias que tienden a colapsar cualquier otra posibilidad que no sea el saciarse.
Resulta, resulta de todo ello que es difícil reconocer las carencias, es difícil expresar las carencias, es difícil manejar las carencias -en base a la caridad-, es difícil reconocer las carencias, es más difícil llegar a la opulencia y, estando en ella, descubrir inmensas carencias.
Un desequilibrio permanente. Sí, quizás ese estado de carencias nos sitúa en la figura de un equilibrista que ha de estar atento, alerta e incluso alarmado mientras trascurre por la barra fija, por la cuerda, por cualquier espacio, para mantener el equilibrio.
Y ahí, quizás, esté el adecuado estar ante esa consciencia de carencia: el movilizarse en torno a un equilibrio que vaya respondiendo a las carencias sin llegar a la opulencia -
que vaya respondiendo a las carencias sin llegar a la opulencia… que vaya respondiendo a las carencias sin llegar a la opulencia- que será variable en cada caso.
Ese equilibrio de repartir caridad por la necesidad carencial, sin ser absorbido por el egoísmo personal de otros, supone un equilibrio, un saber decir “no”, un saber regular el flujo que favorezca el avance, el ir, pero a la vez, vaya satisfaciendo la necesidad, sin colmar.
El ejercicio en la carencia hacia su restitución nos permite rectificar, nos permite corregir, nos permite valorar el esfuerzo, la dedicación; nos permite evaluar las dificultades, los obstáculos.
El saber que la resolución de la carencia no es la opulencia sino el ir equilibrado, el estar equilibrista, el saber adaptarse a esas carencias, sin quedarse estancado sino, por el contrario, descubriendo estrategias.
Ciertamente, en el inmenso e incierto mundo en el que nos movemos, la consciencia de carencia es un recurso de esperanza, un recurso de anhelo, un recurso de propuestas, un recurso y un discurso de proyectos.
El sentido carente de lo Divino no nos aparta, no nos aleja, nos impulsa, nos reclama, nos “avisa”. Y en esa medida nos promovemos en oración, en meditación, en afectos, en emociones, para en alguna medida reflejar lo que recibimos -en una abundancia por nosotros desconocida-.
Carencia, carencias, caridad, calidad, carisma, calidez…
calma.

Ámen.





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