martes

Lema orante semanal

PROTESTAS. CULPAS Y DESESPERACIONES.
24 de mayo de 2009


Son palabras muy significativas del siglo pasado y de éste: La protesta como sistema, el sistema como protesta. La culpa… de los culpables, todos. Y la desesperación, preámbulo de fobias, obsesiones, neurosis, depresión y otras lápidas.
Casi se convierte en un hábito, casi se convierte en un hábito.
-¿Por qué protestas?
-Pues porque sí, hay que protestar.
-Ya, pero ¿qué motivo, qué causa hay?
-Ah, pues eso…
-Eso… bien.
-¿De quién es la culpa?
¡Hombre! La culpa la tiene, o bien el jefe, o el jefe dice que la culpa la tienen los que no son jefes. Tampoco hay así… un discernimiento especial. En caso de apuros, la culpa, por supuesto, la tiene Dios. O bien si la personas es muy de religión, la culpa la tienen los seres humanos, por no haber hecho caso a los mandatos Divinos.
Ante tanta protesta -sin éxito, por cierto-, y tanta culpa, el desespero no puede tardar. Y de inmediato surge, en el momento orante, preguntarse si desde las estancias de Lo Divino, desde la oración, desde lo espiritual, hay protestas. ¿Puede haber otra manera de relacionarse que no sea la violencia?
Por otra parte, salvo interpretaciones -muy importantes, por cierto y muy influyentes y muy actuales-, no se ha demostrado de momento que la Creación culpe específicamente a los seres humanos de algo. No se tiene constancia, pero, pero, pero, cada cual es muy libre, claro está, de crear su propio Dios.
¿Y si cambiáramos lo de culpable por responsable, y así no tenemos que hacer juicios, ni prejuicios, ni condenas, ni sentencias?
En el año del desespero, obviamente el desespero es mayor que en condiciones habituales. África se desespera, Asia se desespera, América Latina se desespera, Europa se desespera, Oceanía se desespera, como continentes. Como grupos humanos pues… siempre hay suficientes motivos para desesperarse.
Y la Creación, ¿se desespera?
No. Hasta donde sabemos, se producen y se han producido cada vez mejores condiciones para el tener recursos, el mantener constantes, el asegurar posibilidades…
Nuestro medio se deja descubrir los secretos, y así los recursos y los medios son mayores. No hay motivos para el desespero, desde esa óptica, porque la abundancia, la sobreabundancia, es el signo, aunque el reparto sea terrible.
Es así, eso sí, cada, cada… cada ser espera determinadas, de-terminadas opciones y en la media en que estas no ocurren, además de culpar y protestar porque no ocurren, culpará a alguien de ello y protestará porque no consigue lo que quería. Se desesperará, porque ha puesto sus ojos en la productividad, en el éxito, en la seguridad o en cualquier elemento de poder, de domino, de control; y salvo excepciones, esto no va a ocurrir así, con lo cual protestará, su protesta apenas si llegará al cuello de su camisa. No más. Es probable que aparte de a él, no le interese a nadie más y, claro, la culpa la tendrán los más poderosos, entre ellos, lo Divino, la suerte, el destino, el karma; cada cultura tendrá una palabra. Y claro, el desespero está asegurado.
¿Se imaginan por un momento…? -Punto y seguido ¡eh!- ¿Se imagina por un momento que se pasará unos días uno sin protestar? O sea, no protesta. No, no protestar. Ni por el tráfico, no por el amigo, ni por la amiga, ni por el niño, ni por el dinero, ni por la inseguridad, ni por el gobierno… no protesta. No.
¿Qué pasaría? Es difícil imaginárselo, pero imagínenselo. En la oración es posible… ¡todo!
Imagínense también por un momento –punto y seguido- que no hay culpables, todos, todos -como el dinero en la crisis-, ha desaparecido. Han desaparecido diez mil millones, han desaparecido quince mil, ha desparecido la General Motors, ha desaparecido… o sea estamos en la época de los desaparecidos.
Imagínense por un momento que no hay culpables. Y los que tenían ustedes ya echado el ojo, “ éste es culpable…” le dan ustedes una tregua. De momento, libertad incondicional. Como hace Garzón cuando coge a unos –hoy- les acusa de suministrar dinero al terrorismo internacional de Al Qaeda y mañana los suelta porque descubre que no. No es el caso de ustedes porque no tienen aspecto de musulmanes, ¿verdad? Pero, pero, mañana puede cambiar la cosa y los culpables son… los blanquitos.
Pero ¿se imaginan… que no hay ningún culpable? La culpa de todo esto la tiene mi madre porque de pequeño no me dio teta y no me cantaron nanas y tal… Pero imagínense que a partir de ahora dice:
-No, la culpa no la tiene mi madre.
-Bueno ¿y quién la tiene?
-Nadie.
-¿La tendrás tú entonces?
-No, tampoco. No existen los culpables. No existen.
-Pero, alguien tiene que tener la culpa de lo que pasa.
-No. Pasa lo que tiene que pasar. Punto seguido.
Y se imaginan… que, que, que, entonces ¿por qué me voy a desesperar? Si no hay nada de qué protestar y no hay ningún culpable…
-¡Ah! ¿No? Entonces no me desespero.
-¿Y qué me puede ocurrir?
-Que hasta me ponga alegre.
Lo cual es francamente difícil, ¡eh! Muy difícil. Tan difícil como que algunas personas en meditación u oración se reían o sonrían. ¡Dificilísimo! Algunas, ¡eh! ¡Dificilísimo! Porque se han imaginado un Dios serio, barbudo, corajudo, con muy mala leche y claro, tienen miedo. Entonces, cuando se ponen a orar o a meditar, tienen el rictus del “moflete apagao”. Entonces no se pueden permitir ninguna licencia.
De verdad, ¡qué pena, eh! ¡Qué pena! Si uno no se puede permitir una licencia con Dios, de verdad, lo mejor es hacerse “Super-ateo 86”. En serio, ¡eh!, pero super, super, super, ateo 86. Pero vamos, ¡ya! ¡Ya!
¿Nuestro auxilio no es el Nombre del Señor? Pues si es nuestro auxilio -como dicen las escrituras-, pues es nuestro auxilio, pero, pero, para lo bueno ¿no? Para que podamos retozar, reír, llorar, doler, sí, pero no excluir. Esa cara de siniestros personajes venidos del más allá, que nos presentan abades, obispos, cardenales, monjes, remonjes, de culturas lejanas, cercanas, budistas, mahometanos, sintoístas, sinfonistas, no sé de qué más… Es, de verdad, una visión tétrica de Dios. Tétrica ¡eh!
Pero claro, como Dios era culpable, como Dios protestaba por nuestras conductas, como Dios se desesperaba ante nuestro escaso avance, pues teníamos que estar -cada vez que orábamos o meditábamos o respirábamos- con una actitud y una postura realmente preocupante, realmente tétrica.
Pero ¡fíjense! Todo puede cambiar de repente, todo. Todo es todo. ¿Se imaginan –segunda imaginación- que después de esta semana ustedes le cogen el gusto y a la segunda semana siguen sin protestar, siguen sin culpabilizar y cada vez se desesperan menos?
Y tercera imaginación: Imagínense que culminan el mes sin desesperanza, sin culpables y sin protestas.
Claro está, el auxilio de la razón, de la lógica y la sociología nos dice: Si no protestas… el que no llora no mama. Entonces, hay que protestar.
Si no descubres a los culpables, seguirán cometiendo atrocidades… pues hay que culpara a alguien. Si no te desesperas no te hacen ni caso, tienes que estar neurótico, histérico, deprimido sobre todo: triste, dejar de comer, tirarte en la cama, no lavarte… y todo el mundo empieza a prestarte atención.
O maníaco, maníaco, maníaco, con muchas manías; entonces, todo el mundo no sabe que hacer contigo, pero estás ahí, estás ahí en el candelero; todo menos pasar desapercibido.
Ese es el slogan que hoy funciona.
Pero desde el sentido orante que hoy se nos sugiere, buscamos, no otro slogan, sino otro estilo: NO VOY A PROTESTAR.
-¿Y si te sirven la sopa fría?
Diré simplemente:
-Esta sopa está fría.
Y a lo mejor me dicen:
-Señor es que la sopa ésta es fría, porque hace mucho calor.
-¡Ah! Bien. Me la tomaré o no me la tomaré.
-Este filete está crudo.
-¡Ah! ¿Lo quiere estilo “suela de zapato”?
-Sí. Pero que conste que, si no puede ser, me lo como crudo, porque estoy en una semana de no protesta. No antiprotesta, no protesta.
A todo esto, el camarero pone cara rara y dirá…
-¡Este hombre…!
-¡Tranquilo! –ustedes añaden- No le culpo de nada. Y no se preocupe, no me voy a desesperar… esperaré lo que haga falta.
Es posible que el psiquiatra del restaurante –que ahora tienen psiquiatras- salga para hacerle alguna entrevista o el test de Rorschach. Pero bien, qué bonito, imagínense ustedes de camareros y que un cliente les diga:
-No, no, no vengo a protestar, vengo a tomarme una cerveza, si es usted tan amable de servirla…
Y te sirve una cerveza sin espuma, por ejemplo. Y cuando le vas a culpar, dices:
-No le culpo de nada, pero esta cerveza no tiene espuma.
- Perdón, señor…
-No, no, tranquilo, no le culpo de nada. Es más, estoy dispuesto a esperar lo que haga falta hasta que usted me traiga una cerveza ¡en condiciones!
Es un desespero así… un poco con personalidad, ¿no?
Probablemente ya habrán visto que el panorama puede cambiar radicalmente, pero radicalmente.
Cierto es que hemos vivido en una cultura que necesitaba culpables, siempre. Hemos vivido en una cultura en la que si no se protestaba, nada se resolvía. Y hemos vivido en una cultura –y vivimos en una cultura- que, aunque tiene más posibilidades y probabilidades que en otros tiempos, no es menos cierto que son más estrechas esas opciones, son más difíciles, y las exigencias son mayores.
El querer, el proponer, el sugerir modificar esas actitudes, no es fácil. Pero si se opta por no enfrentarse a ellas, anular, disolver el lenguaje de la violencia, de la oposición, probablemente tengan cabida otras opciones, aunque puedan resultar de entrada poco rentables, inútiles o inservibles, como es el caso que nos ocupa de la protesta, la culpa y el desespero.
El sentido orante de la protesta se convierte en descubrir las verdaderas vocaciones de cada uno. Cambio protesta por vocación.
La culpa, como ya hemos dicho, se convierte en responsabilidad.
El desespero se convierte en espera, en pausa. El arte de la espera.
El dar cauce a la vocación, en pequeños quantums, en pequeños gestos, movimientos, actitudes, dedicación.
El asumir las responsabilidades justas y propias en las que uno se siente verdaderamente capacitado.
Y la espera, sabiendo que Lo Eterno se confabula, conspira, para inspirarse en buscar nuestras mejores ocasiones.
No dejen pasar esta ocasión de soltarse de las culpas, propias y ajenas. De soltarse de las protestas que violentan, que exasperan. De soltarse de la dramática guerra del ánimo por los suelos. Desesperados. Y cambiarlo por esa espera que sabe sonreír, que sabe animar y que incluso sabe alegrarse.
¡Es también una propuesta sanadora! ¿Cuántos, cuántos y cuántos -como por ejemplo en las enfermedades autoinmunes- sufren una traslocación del sistema inmunológico por sus protestas insatisfechas, sus culpas reconocidas, ratificadas y asumidas como castigo… y su desespero como expresión de su enfermedad? Muchos, muchos.
Pero muchas veces eso no se pone de manifiesto porque no se pregunta, porque no se indaga. Pregúntenlo. Pregunten el grado de protesta, para ver cómo está esa vocación. Pregunten por el grado de culpa, para ver cómo se sienten de responsables. Pregunten, bajo este lema orante, cómo están de espera, e indaguen cómo viven su desespero.
Es posible que las tres palabras: vocación, responsabilidad y espera, puedan ser esos pequeños coenzimas, esas pequeñas enzimas, esos pequeños principios activos que pongan en marcha otros mecanismos, muy diferentes a los que están instaurados, y comience una verdadera revolución del espíritu, una verdadera regeneración del concepto que cada uno tenía de sí.
Sanando con la palabra, haciendo de ella una oración sin más pretensión que ser un vehículo que utiliza lo Eterno para señalarnos el verdadero sentido de la liberación.

Que vivan una novedosa semana.



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