jueves

Lema orante semanal

LLAMADA ORANTE
VOCACIÓN
25 de septiembre de 2011

El descubrir… la propia vocación…; el asumir… los riesgos de su… proyección…; y la consecución… de sus posibilidades vocacionales, pueden ser… aspectos… que, bajo el sentido orante, nos orienten… a propósito de un hacer y un estar, cotidianos.

Se pueden oír… multitud de… teorías, a propósito del despertar a una vocación: medio-ambientales… genéticas… culturales, sociales, políticas… económicas… ¡Pero!... con todas ellas –y jugando un papel- hay… –en la verdadera vocación, no en el turístico paseo por… gustos y… y banalidades- ¡hay algo más!... que le confiere a “el vocacional”… el sentirse… ¡entusiasmado!, ¡impresionado!...; gustoso, grato…; ¡enamorado de su estar!
Existe la sensación de… de estar “diseñado” para esa vocación.
¡Realmente es así!

Cada… diseño humano… de vocación… equivaldría a… una inspiración de Dios.

El hecho de existir… –bajo la visión orante- implica… un… recorrido; un… espacio, tiempo, lugar… ¡exclusivo… para esa vocación!
Esto es… extremadamente significativo –¡el darse cuenta!-, puesto que… ¡puede cambiar!... la actitud habitual con la que se… proyecta, se… ¡se ejercita!… la vocación.
“Los riesgos”.
Ciertamente, las sociedades humanas… tienden a la uniformidad…; tienden –por el manejo que hay sobre ellas- tienden a la estabilidad…; tienden a la quietud…; tienden al conservadurismo… Pero, a pesar de esa tendencia, se está hablando de seres humanos, ¡que tienen el potencial vocacional, también!
Seguramente, adormecido… aplanado… disconforme…

Ese… recibimiento… puede constituir un riesgo permanente ¡a la hora de expresar, de mostrar, de ejercitar!... esa vocación; ese… momento inspirado, divino.
Y, habitualmente –y aquí viene el aviso-, el vocacional, por su… pasión, por su… entusiasmo, por su…, empieza a chocar con… el estatismo… el aburguesamiento…
¡Craso… error!
¡Fácilmente se puede pasar, el vocacional, a un estado fanático!... en el que se trata de imponer o de… convencer o… o incluso castigar a los que no siguen la… ruta de su vocación.
Se identifica así… el miedo, como el principal… elemento que surge, que se defiende, ¡que ataca!... contraataca…, para poder ejercitar ¡y conseguir!... la realización vocacional.
En todo ese proceso… se pierden unidades de vocación; ¡se pierden!… planes de realización; ¡se pierden!… ilusiones; se pierden fantasías…
En realidad… la vocación se encuentra enmarañadamente envuelta… en un papel social que… que no facilita. Ciertamente, no facilita. Pero el hecho de que no facilite, no significa que… se confronte, se…
¡Precisamente!... –“precisa-mente”-, el vocacional… se da pronto cuenta… de que… su entorno no es… favorecedor, propulsor o… o propagador de… de una vocación que desborda…; ¡que corre!…; que… ¡se entusiasma!...
¡El riesgo de… confrontar!... ese sentido de inspiración divina, con… la concordancia, con la razón, con el acuerdo humano…, no es… el camino.
Hay que salvar… ese riesgo… con el ejercicio vocacional de las… “evidencias”.

“La consecución”.
Ser consecuente con esa vocación, ¡segundo a segundo!… del ejercicio… de esa tendencia –¡con el cuidado!... ¡con el arte!... con la finura… sin el desespero-…; esa posición nos va a evitar los riesgos de que… tantas y tantas… y miles de millones de cientos de millones de vocaciones –porque… en todos hay una- se queden… en un combate ¡que no les pertenece!; ¡que nos les corresponde!; que es un planteamiento… de ¡error!...


Conscientes… –un entorno… de miedo, un entorno de… no alternativas, un entorno de… ¡seguridad!-… conscientes de… ¡sus propias… vocaciones!... ¡Que no se dieron!, ¡que no se hicieron!... por, precisamente –“precisamente”-, ese enfrentamiento, esa pasión y ese… “desbordarse”… en la razón humana.
¡Ahjj! ¡Como si fuera el único mecanismo!... la sierra, ¡el serrucho! –¡lo que corta!-; ¡el martillo! –¡lo que golpea!-; el  cuchillo –¡lo que corta!, lo que sesga, ¡lo que degolla!-…
¡Sí! Ese magma… de cultura, de sociedad, de… costumbres, es consciente de sus… fracasos… ¡individuales y colectivos! Pero… lo asume como algo inevitable. No reconoce el error de haberse enfrentado a su medio, entonces… y en aquellos momentos.
¡Sí! ¡Claro que sí! ¡Sabemos de historias de personas que se enfrentaron y… y triunfaron! –sic-.
¡Triunfaron…?

El mostrar, ¡a través de las evidencias! –sin estridencias, ¡sin imposiciones!, ¡sin combates!-…, que la vocación se está  realizando. Aunque vengan “los perros del riesgo”, ¡que nos avisen, nos adviertan y nos amenacen!...
¡Son seres humanos!... Las evidencias… les harán… sonreír… por dentro; porque, en alguna manera…, se verán ¡reflejados!... ¡y reivindicados en sus frustraciones!...

¡Esa es la fuerza de las evidencias!… ¡Eso es lo conlleva… la consecución!... ¡Y “eso”!... es lo que… tiene la capacidad… ¡de contagiar… al acomodado!; de contagiar al adversario; de contagiar… al amedrentado; ¡de llamar la atención del… escondido!... ¡De animar!... al que tiene su vocación… ya rancia y… casi olvidada.

Esta visión orante, del ejercicio de la vocación, ¡ciertamente!... no es la habitual, como sabemos. ¡Es más!: cuando se ejercita algo así, se supone que es… una vocación banal, ¡sin fuerzas, sin… empuje!, porque no se le ha visto su altivez, su… expectación, su… ¡demanda!
¡Es que la vocación no es soberbia!; ¡es humilde! ¡Es que la vocación… no es vanidosa!; es sumisa.
Es que, la vocación, consciente de que… se ha encarnado –en el ser- un… suspiro divino…, es cuidadosa, es… ¡perseverante!, ¡constante!, ¡disciplinada!... ¡y evidente!
¡Sin temor!... Si ha de sufrir riesgos, que no sean por… provocación propia, sino más bien como reacción… del entorno.


El saber… ¡que se tiene ya diseñada una vereda!, un trayecto –exclusivo para ella-, la fe suficiente como para… saber… escuchar los… avisos… que evitan el enfrentamiento… … …, debe dar la suficiente fuerza… de adaptación…, de contundencia evidente… para que las consecuciones hablen por si mismas.


El hecho de “con-seguir”… implica… el saberse asistido… “¡con!”..., para poder ¡ir!...
Ese es el conseguir. ¡No son trofeos!... Ni siquiera premios o… o alabanzas.

“Complacen-cias”.


Hagamos… de la inspiración… vocacional… ¡un ejercicio de amor!... sin riesgos; una consecución… paulatina… ¡entusiasta!; ¡complaciente!...


***

miércoles

Lema orante semanal

IMPORTANTE
19 de septiembre de 2011

Desde la óptica orante es necesario conocer, reconocer, cuál es el grado de valor, de significado, ¡de importancia!, que el ser otorga a esa relación… un tanto delirante ¡o sicótica!, o ¡extraña!, como puede ser orar.
Si bien –¡si bien!-, quizás por repetidas plegarias a lo largo de la historia, se acepta aún como permisible.
Pero cierto es que en la medida en que se crece económicamente, culturalmente, científicamente, ‘tecnológica-mente’, la mente… la mente se ocupa de desarrollar lo importante, darle importancia a aspectos que puede –la mente- controlar, manejar…
Y, en cambio, la mente desecha aquello que no es tangible, medible, valorable…

La consciencia de cada ser -en condiciones… medias- destaca por su visión a propósito de sí mismo.
Y, en ese sentido, lo importante es él –el mismo ser-. La importancia así es ‘per-sonal’.
Así, cada persona desarrolla un nivel de importancia, en torno a su persona, que se convierte realmente en ¡culto!; no de “cultura” sino de “culto” de adoración, ¡de iglesia!, ¡de templo!
Cierto es que puede parecer exagerado; pero al fijarse en el comportarse, resalta demasiado la precaución, el cuidado, la alerta, la previsión –¡mmmm!- y esas áreas personales que solo el importante conoce.
Dicen… dicen –y lo han dicho mucho- que el ser humano es un ser social.
Pensándolo bien bien, bien, bien, bien -en plan bueno, ¡eh!-… ¡pfff!, depende de lo que se entienda por “social” o “suciedad”, porque la “sociedad” puede decirse “suciedad”.
Si nos ponemos en el sentido de bien, la importancia social del ser es francamente deficitaria.
Si la importancia personal llegaba al culto hacia las propias ideas, conocimientos, sensaciones…, la importancia social se maneja en torno al dominio, al poder, al manejo, a la productividad, a la esclavitud, a la imposición, al castigo, al premio… ¿Eso es social?

Esta semana –ayer… hoy…; no se sabía exactamente cuándo- íbamos –¡pero esta semana!-… íbamos a llegar, como especie, a siete mil millones. ¡Siete mil millones de importancias!
Socialmente -volvemos otra vez a la importancia social-, América… ¿cómo esta?; África… ¡está!; Oceanía… ¡pffff!; Asia… ¡pa´ qué?; Europa… ¡se resquebraja en sus ahorros!
Esto, socialmente hablando ya desde el punto de vista más culto, es un grandísimo fracaso… -¡como especie!-.
A pesar de eso –porque eso pesa-, la especie continúa; continúa arañando las entrañas de la Tierra, continúa bloqueando el libre comercio del aire, continúa especulando sobre las especies…, ¡continúa manipulando a su propia especie!
Así que quizás el mito –mito… o el pito- que decía que el ser humano era un ser social… ¡pues va a ser que no! Se relaciona, sí, sí, sí, sí, se relaciona; pero se divorcia continuamente de su propia estirpe.
Se protesta significativamente de sus propios allegados. ‘Conflictualiza’ cualquier relación afectiva.
¡Oh, sí! Sí, sí, sí, sí, sí, se puede pensar que es una visión dramática.
¿Dramática? ¡Oh, sí, sí, dramática!
Quizás los números –¡los números!- nos aclaren la importancia social cómo está. ¡Brrrr!
Cada pocos segundos una criatura muere de hambre o de sed. Cada veinte, alguien se suicida, y diecisiete o dieciocho lo intentan, pero fracasan… hasta la próxima.
Hectáreas y hectáreas de terrenos válidos para el alimento… se queman, se deforestan para obtener otro tipo de beneficios; pero, mientras tanto, la comunidad humana se deteriora.
Hay alimentos para todos, pero… pero socialmente no interesa. Y hay hasta continentes enteros como al que pertenecemos -África, según National Geographic-, que tiene que subirse a una patera para poder comer; queríamos decir: para poder beber agua salada.
Podríamos inundar la sala de datos y de cifras que muestran, con la frialdad de los porcentajes, que… un detalle: el cuarenta y algo porciento –es decir, no llega al cincuenta pero está cerca- de los habitantes de Europa padecen algún trastorno mental –¡je!-.
¡Qué sociedad!
¡No! ¡No, no, no! ¡No, no, no! No… no es pretensión del sentido orante regodearse en lo terrible, ¡lo dramático! ¡No, no!, es todo lo contrario; pero hay que ¡saber! cómo están las importancias, para que a la hora de importar algo… pues importemos algo que nos pueda ayudar a ser… ¡a ser! -lo dejamos así: ¡a ser!-.
Se importan plantas medicinales, se importan tecnologías, se importan Kalashnicovs, se importan pistolas, se importan granadas, se importan minas antipersonas… Bueno, en nuestro caso, nosotros las exportamos –quiero decir, en España-, pero compramos otra serie de cosas.
No es por criticar, ¡eh!, pero con toda la importancia que se le da a la familia, por ejemplo… No es por importunar, ¡eh!, pero… pero ¡manda carallo, eh!, ¡cómo… -socialmente, como importantes- cómo están, eh!... ¡Jo!
El padre y la madre… pues ¿qué… qué decir! Pues se aguantan. ¿O no? Aunque ella es una santa, ¡claro!, y él es un buen hombre.
¡Qué pareja hacen la santa y el buen hombre!, aguantándose ahí malamente; uno intentando estar a flote y la otra tirando p’abajo. Pero se llevan bien, ¡eh! Fíjate, llevan treinta y cinco años juntos, y aún no se han matado.
Pero la familia tira, ¡eh! ¡Hombre, claro que tira! ¡Piedras!, todas las que puede.
Entonces, mientras uno se divorcia, el otro mata a la otra, la otra se come al otro…
¿Saben que en un país muy conocido aquí, que se llama… Colombi… Colombi… ¡Colombia!, ¡eso!, pues han descubierto una organización que se llaman “las damas negras”? ¿Saben a qué se dedican?
A… primero casarse bien para tener una familia –¡eh!- y luego que el marido haga un buen seguro de vida. Y una vez que tiene la vida asegurada, se lo liquidan para cobrar. Es una organización, ¡eh! No vayan a pensar que es una persona sola, aislada. ¡No, no!
Están organizadas. “Las viudas negras”, “Las damas negras”… ¡¿Pero qué es esto?! ¿A cuántos hombres se han cargado? Que... ¡murieron de fallo cardiorrespiratorio!… ¡De eso normalmente suelen morirse todos! ¡Jo!
Tú vas tan buenín, pensando que tienes cualidades, la chica te dice que nunca ha conocido un hombre como tú… Tú te lo crees –¡pendejo!-… Luego, entre cama y cama, pues te dice:
-¡Oye! ¿Tú has pensado en el futuro, Manolo?
-¡Hombre, claro!
-¿Qué será de nosotros si faltamos alguno?
- ¡Pues es verdad!
- Pues ¿por qué no hacemos un seguro?
-¡Pues claro, hombre! ¡Qué bruto!, no había caído. ¡Pues venga, háztelo!

Una vez hecho, la Antonia… pues se encarga de sus malabares:
-¡Oye, Manolo, ¿tú qué pastillas tomas?!
-Yo tomo estas para la tensión y estas otras para la próstata
-¡Ah, qué interesante! Es bueno que lo sepa, ¡eh!, por si acaso un día se te olvidan…

Y así, poco a poco, va disolviendo la dama viuda… digo… todavía no… negra, pues va disolviendo pastillita y pastillita hasta que un día le da un síncope a Manolo.
¿Quién va… quién va a investigar?, si sabían ya que tomaba pastillas para la tensión y para la próstata… Hay problemas…-efectos secundarios-; todo el mundo lo sabe. Y todo el mundo sabe que es más peligroso ir a un hospital que montarse en un avión.
Entonces, se le hace un buen entierro a Manolo, se le crema por si acaso, y luego pues… pues eso… ¡a vivir, eh!
Aquí parece –en estos casos, ¿verdad?- que la importancia personal se impone a la importancia social. Y la importancia social deja mucho que desear.
El núcleo central de la sociedad dicen que lo constituye la familia; y es cierto. ¡Vaya núcleo!, ¡vaya DNA!, ¡madre mía!
Así que no hay que especular mucho –¡no!- para ver que la importancia social y el socialismo humano dejan mucho ¡mucho que desear!
Y la importancia personal cabalga por doquier, reclamando sus… dones, ¡sus derechos!, sus importancias, importancias… importancias…

Y haciendo un aparente salto –pero muy aparente, ¡eh!-:
Recientemente –más o menos “mente”-, su… su majestad –no, no se le llama “majestad”, pero no me parece oportuno en una oración llamarle “santidad”- el Papa, en este caso Benedicto XVI, visitaba un campo… que en otro tiempo fue de… ¡un campo! Donde no se cultivaban precisamente lechugas, sino que era un campo de concentración; donde se concentran las personas, para lo que sea: para una manifestación, para hacer pan, para… ¡no sé!..., o para dar como… se puede decir “para que se dignifiquen por el trabajo” –eso constaba en la entrada de ese campo de concentración-.
Sí, sí, sí, sí, sí. Sí, parece ser que en esos campos pues… –por aquello de la importancia social- a los que eran feos los quemaban un poquito, y a los que eran ya demasiado feos… pues los reciclaban en humo –en humo, sí, humo: eso que sale de los cigarros-, y bueno, pues… dejaban en manos de Dios que eso se organizara de otra manera y que nacieran más bonitos. ¡’Hate tú!, ¡’hate tú!, ¡’hate tú!
Bueno, el caso es que cuando llegó este hombre –y no es la primera vez que pasa- a ver aquello, y ver las condiciones en que vivían… o que vivieron los que pasaron por allí -el poco tiempo que vivieron-, pues… dijo… sin mucha importancia personal o… ¡bue...!, ¡bueno!, ustedes lo decidirán… -y a propósito de la oración- dijo: “¿Y dónde estaba Dios cuando pasó todo esto?”.
Porque le dijeron los datos, ¿no?: “Pues aquí, en humo y en polvo convertimos como… dos millones, ¡je, je!”.
-¡¿Dos millones?!... ¡¿Tanto?! ¿Tanto feo había?
Es una expresión para sonreír a los que –de esa manera- se fueron… ¡obligados!

Sin pensar mucho -sin pensar, sin pensar mucho, ¡eh!-, si… si… la importancia –y el ser se dispone de forma importante a orar, en relación a la Creación y a la Fuerza-… ¿cómo… cómo se valoraría un pensamiento de este tipo?: “¿Dónde estaba Dios cuando ocurrió esto?”.
También preguntan muchos –debe de ser que lo están buscando-: “¿Dónde estaba Dios cuando lo de las Torres Gemelas?”, “¿dónde estaba Dios cuando las explosiones de Atocha?”…
¡Ahora todo el mundo buscando a Dios!...“¿Dónde estaba Dios en la Guerra de los Cien Años?”, “¿dónde estaba Dios en la Segunda Guerra Mundial…, en la Primera Guerra Mundial, en la Gran Guerra?”, “¿dónde estaba Dios en la Guerra de los Cruzados?”.
-¿…?
¿No dicen que al séptimo día descansó?... Pues descansa.
Y no es bueno el despertar a las personas si no quieren, ¡eh!; porque les puede dar… ¡susto!
Imagínense que Dios se despierta ahora y ve todo lo que hay…. ¡Qué susto!, ¡qué susto! Y ya no tiene Sodoma, ni Gomorra, ¡ni nada! ¿Y… y a quién… a quién… a quién…a quién va a elegir para una nueva dimensión?... ¿A un neoyorquino, a una gallega o a un africano?, ¿a quién?... ¡A ver, ¿cómo hace la selección?!
¡Aunque Él se sabe el DNA de todos!, ¡eh! –el DNI no, el DNA-.
¡Ya lo ves!, ¡fíjate!, ¿dónde estaba Dios?... O sea, vienes a enmendarle la plana y preguntarle:

  1. ¡Oye!... ¿cómo…? ¿Y Tú… qué hacías, hombre?, ¿por qué no te has preocupado de… de ver lo que les pasaba a estos… “ragarciños” convertidos en humo…?
  2. ¡Pues ya lo ves!
El don de la importancia personal llega a tales extremos que se hace difícil orar, porque… el que más o el que menos dice: “¡Bueno!, y acuérdate de mi padre, recuérdate de mi amigo Antonio –que está pasando un mal momento-… ¡Oye!, no te olvides de echarle una mano a Jacinta –que le ha salido un grano que no me gusta nada…”.
Total, que se pasa el paisano con una lista una hora, pidiendo más que un cura –que es difícil, ¡eh!-, pidiendo y pidiendo… Y… total, cuando ha terminado, dice: “¡Bueno!, y sobre todo no te olvides de mí, ¡eh!”. ¡Je!... ¡sobre todo!, ¡eh!
O sea que… también –con buena intención- el hombre cuando ora pues… se acuerda de los demás -por lo que les interesa-, pero luego: “Sobre todo, pues… no… ¡Acuérdate…!, ¿no? Acuérdate que, en vez de estar aquí, ‘traballando’ y haciendo cosas, podría estar en Acapulco… pescando pulpos, ¿no?, como «María Bonita, María de mi alma». Porque ¡hay que ver qué poco te acuerdas de mí!, ¡eh!, con esas playas que hay por ahí… y yo aquí, en la Manchuela. ¡¿Tú crees que hay derecho?!... ¡Estoy como una tachuela!... ¡Con lo bien que se vive en Tailandia siendo rico!, ¿y por qué me tiene aquí de pobre?, ¡si no tengo ni para comprar una pantera, fíjate!, ¡qué desgraciado soy! ¡¿Por qué te has olvidado de mi?!”.
Y Dios –que debe de ser muy sabio- se calla. ¡Claro!, porque es como cuando el niño empieza a decir: “¿Y por qué no me compras un coche?, ¿y por qué no…?, ¿y por qué no me traes una novia?, ¿y por qué no… me regalas un pastel?, ¿y por qué no…?”.
Y te empieza a pedir, a pedir, a pedir… Y hace lo mismo que si estuviera rezando un adulto.
¿Y tú qué haces?... Pues o te callas, o le das un “sopapo” –en un país que esté permitido, porque ¡como lo hagas en otro…, te pueden llevar preso!-.
“So-papo” –para las personas que practican otros idiomas-… “sopapo” es como… -¿cómo decir?- Es darle, con una cierta intención, con la palma de la mano o con el dorso –según el castigo que se quiera infringir- en… la boca –en los labios, quiero decir; en los labios, ¡sí!-. Se le da un sopapo, “so-papo”, porque viene de: “¡sooo, papo!”, que significa, que significa: “¡basta ya de comer, basta ya de papear!”, pero con el tiempo, para hacerse cursi, en vez de “basta ya de comer” –porque comes mucho y nos vas a arruinar-, pues se le da un sopapo para castigarle, para que no vaya a comer más.
¡Bueno!, quizás esto no aclare mucho la cosa, pero se trata de un leve golpe de atención, en el área de los sentidos –y más concretamente en los labios y en la zona de mejillas... ¡Sí!, es que está todo muy cerca-, ¿no? Y…
Y ¡bueno!, pues le das el sopapo porque ya está bien, ¿no?
¡Claro!... pero en algunos sitios no se puede hacer, porque llega el niño y te denuncia y… y te llevan preso. Y te castigan y te llevan a un centro de re-educación.
No vayamos a decir que el sopapo está bien o no, pero los que hemos vivido en la época de los sopapo… ¡eso sí que era un campo de concentración!... Sopapo pa’ rriba, sopapo pa’bajo… Y no se limitaban a un sitio, ¡no!, te cogían todo el cuerpo… Sí. ¡Hombre!, había casos graves como palizas y esas cosas, pero…
Y otras veces tú decías, y pedías, y pedías, y pedías… y te decían: “¡No!, ¡no!, ¡no!”... Y, al quinto “no”: “¡¡Te he dicho que NO!!” –por si acaso no oías; porque había niños sordos, ¡eh!-.
Y otras veces, los padres más cultos… simplemente no te respondían.
“¿Pero me has oído, papá? ¿Me has oído, mamá, que te he pedido?”.
Entonces, el padre culto miraba –con tal forma y flecha en sus ojos- que atravesaba la garganta del que pedía. Y no se te podía volver a ocurrir preguntarle: “¡Oye!, ¿por qué no me compras una muñeca nueva?”.
¡Ni pa’tres!

La importancia, si falla lo social… -y falla, falla, falla- y si lo personal está cargadísimo de… de… de… de importancia, pues ¿cómo… cómo… cómo abrirse a otra realidad?, ¿cómo abrirse a otras dimensiones?, ¿cómo sintonizarse en la vibración creadora? –que no hay que ser muy inteligente para saber que está ahí-.
¡Difícil!
¡Y se dice que sí!… ¡Y se razona que sí!… Y… y sí, pero…
Luego, se pueden descubrir –salvo excepciones- que los abismos entre la persona con sus caretas y sus viandas… y el don de la importancia trascendente… La distancia es inmensa.
Y es bueno saber cómo se está y cómo se maneja, para movernos en inmensidades.
¡Oh, sí!, ¡inmensidades!, porque en la medida en que sabemos que hay inmensidades de… ¡Aaaahh!, ¡existe lo inmenso!... Y yo, tan importante personalmente, solo llego a… al barrio de la esquina, o como mucho a San Clemente, porque es el único santo más cercano que tenemos. Porque lo demás, fíjate: ¡Pozo Amargo!… “los guisantes”, “lo Sisante”… ¡La Roda!…
No vayan a pensar que estamos orantemente degradando esas localidades. ¡No! Son las que nos toca.
¡Y créanlo! ¡Créanlo!: en inmensidades enormes, también en “La Manchuela” está Dios… ¡Ja!... ¡Ja, ja, ja!, ¡claro!, normalmente se suele pensar que está en el Vaticano, en la Meca y en sitios así muy concretos, ¿no?, donde uno va… a Lourdes a… ¡pfff!... yo qué sé…
¡Pues no!
Si sé –entre bostezo y bostezo- que la inmensidad es una mesura, una medida que existe… y estoy inmerso en ella, probablemente la importancia personal y social se puedan empezar a modificar.
Y, cuando me disponga a orar ante Lo Inmenso, no lleve el papel de recomendaciones, ni tampoco el don importante personal de “¡por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa!”, sino que me disponga a estar en Lo Inmenso, y valorar y evaluar dónde, cómo y de qué forma estoy. Descubrir los pequeños momentos en los que raudo y veloz Dios pasa por mi lado, ¡y me toca con la suerte!, ¡y me llama con el silencio!, ¡me reclama con la casualidad!, ¡me susurra con la coincidencia!... y me cuida y me cuida… para que pueda tener consciencia de la inmensidad… ¡en Lo Inmenso!
Sumergido en ello, se disuelve toda importancia, desaparece la importancia, y el ser se hace inmenso, ¡inmenso en su regocijo!, en su abrazo, en su entrega, en su hacer, en su disposición.
Inmenso en la inmensidad de Lo Eterno ¡Vibrante!, ¡Expansivo!, ¡Misterios!, ¡Operativo!

¡Inmensidad!


***

martes

Lema orante semanal

DUDAS, DEUDAS, RESOLUCIONES
12 de setiembre de 2011
Y mientras transcurre el vivir, el ser se va cargando de deudas; y, a la vez, aparecen las dudas; y algo… algo difícil de definir, en su interior, reclama resoluciones, como si para seguir viviendo se necesitara la carga adecuada, ya que si se está con deudas, dudas… y sin resoluciones, la contradicción, la irritabilidad y el desespero… se instauran, y aparecen las imágenes de derrota, las imágenes de destrucción, las imágenes de “no puedo”
Afloran todas las quejas, entre dramas y tragedias.

La “deu-da” más universal… –y que tiende a suplantar a la supervivencia, a la voluntad, al entusiasmo- es la mentira; ya sea por omisión, por silencio, por trabalenguas, por interés, por… por… Un “por” que no multiplica en el sentido de creación, sino que ¡resta!, ¡y resta!, ¡y resta!…
Las dudas surgen –inevitablemente- en ese contraste entre ‘las deudas a través de mentira’, y lo que podríamos considerar verdad... sinceridad…
Poco a poco, el mundo ficticio va ganando espacio, y genera confort, bienestar; ¡o guerra!, ¡batalla!, ¡combate! –muy propio del drama y la tragedia, darle intensidad a la vida buscando el conflicto y el enfrentamiento a través de verdades y sinceridades a medias-. ¡Voilà! “La duda está servida”. Con lo cual –al dudar- el ser trata de mostrar sus diferentes caras –según circunstancias-.
La necesidad de resolver esa situación, que se hace difícil por momentos –por muchos momentos-, con deudas y dudas…
Se hace difícil, aunque se tiende a buscar algún rincón del alma en donde se tenga una cierta consciencia de cómo… o qué es lo que se debe o no se debe hacer; cómo se debe o no se debe estar…
Resolución, como expresión de una unidad que salva el conflicto que genera la duda, la deuda, y la combinación de deudas y dudas.
Todo esto sucede a la vez.
El conflicto está… servido. Empieza a ser el alimento más habitual.

Cuando vemos las “deu-das”, la sola palabra nos expresa cuál es el inicio de la resolución: “dé”; “das”. En la medida en que el ser se da, no precisa el empleo habitual, sistemático y… ¡frecuente-frecuente!, de la verdad a medias, la ocultación parcial, el “sí, pero no”, “ya pasará”, “no tiene importancia”...
Esas deudas son acúmulos permanentes de bloqueos, estancamientos, contradicciones, ¡culpas!...
No permiten la espontaneidad. No dejan que aflore lo ¡genuino!... Porque el ser no se da en la dimensión de sus recursos, de sus medios, de sus gracias, sino que lo dosifica según intereses… según beneficios...
¡Ay!... ¡Con todo lo que a él le han dado! ¡Ay! ¡Con todo lo que la Creación ha derramado!, ha apostado, ha invertido, ¡ha confiado!...

Pero no se suele ver. No se quiere entrar en esa dimensión a la que la oración nos lleva. ¡Es más manejable el endeudamiento cotidiano! ¡Es más fácil de olvidar! Y parece que no tiene tanta responsabilidad. Pero es como si –“es como si”-, en cada asalto de deuda, fuéramos agotando, una y otra vez, todos los dones, todas las gracias, todos los beneficios,
¡todas las oportunidades!, ¡todas las ocasiones!... que se nos han brindado. ¡Todos los recursos! ¡Todo lo que se nos ha dicho!
Y así, aparece la dureza y la intransigencia. ¡Lo voluble!

¡Ah! ¡Ah! Se decía –y se puede seguir diciendo-: “la duda… ofende” –“la duda ofende”-. ¡Sí! Cuando el ser empieza a dudar –de entrada, hacia sí mismo-, se está ofendiendo; se está agrediendo; se está dañando; se está engañando...
Perturba su estancia; y, como inevitable vibración de comunión de especie, perturba a todo lo demás.
Mientras no se sabe –o no se sabía-, cualquiera puede decir: “¡Bueno, esto se queda aquí, y de aquí no pasa! ¡Esto es algo mío y personal y…!”
¡No! Ya, ese argumento no sirve. ¡Nunca sirvió! Pero, en la ignorancia y el atrevimiento, podría valer. “Hoy, tus deudas y tus dudas… ¡salpican!... ¡estés donde estés!”.

Toda la Creación se conmueve –se con-mueve- con cualquier movimiento, ejercicio, ¡realización!… que hace el ser. ¡No hay rincón que no se aperciba de ello! ¡Quizás, la exigencia razonable de ello no la tengamos aún! ¡Quizás! Pero, la evidencia, sí está.
La Creación está presente, se desplace, se quede, suba o baje… lo creado. Y se resiente –¡no en el plano humano, sino en el plano creacional!-. Y como decía el título de aquella película: “Con él llegó el escándalo”.
¡Y llega! Y “llegar” significa que, se esté donde se esté, en la medida en que el sujeto esté con deudas y dudas, sin resoluciones, va a seguir repercutiendo… de donde venía, a donde iba, y adonde seguirá.

Decía también otro refrán, que “muerto el perro se acabó la rabia”…
¡Ja! ¿Y los que quedaron infectados… –que aún no han muerto y siguen mordiendo-? Se suele llamar “contagio”, en medicina. ¡Qué cosa!

Y, la duda, no solamente ofende… autoagrede al ser, sino que agrede a los demás. De nuevo aparece la vibración que “consuena” con otros.
A partir de la razón de “la duda razonable”, fue la excelente coartada para ¡cortar!... Fue ¡y es! –¡es!- el bisturí elegante ¡del doctor que opera!
¡Dudas y más dudas! Mientras que las deudas menoscaban, ¡las dudas! –las dudas- consiguen que el ser deje de creer. La duda se apodera, ¿y en qué cree? ¡Termina haciéndose un mundo de “nadas”, sin saber nada de “la Nada”! Sus dudas no le permiten reconocer las palabras.

De nuevo, el darse en lo que se cree…
Creer es un salto… ¡de Amor! Quizás sea el salto de amor más hermoso que se puede dar bajo estas circunstancias. ¡No hay dudas! –ni razonables, ni irrazonables-.
“¡Creo!”. Y creer es ese acontecer de amor, que ensalza, que ilumina, que… que es el sentido de vivir.

Ese reclamo a “re-solver”, ese reclamo hacia la resolución –desde el sentido orante- constituye la ¡Fe!...
¡Y, con esa fe, se van apareciendo recursos, medios, ideas, proyectos!… ¡que van generando pequeñas alegrías, pequeños entusiasmos! Pequeñas pompas de colores. No importa que estallen: aparece otra, y luego otra, y luego otra…
Resuelve. ¡Sí! Y resuelve porque, en la medida en que el sentido orante nos proyecta en la fe, la mentira va teniendo “incomodidades” para instaurarse, la duda se va haciendo débil, y la creencia aumenta –¡porque la fe la incrementa!-.
Sí. La clave de cualquier resolución –en el sentido orante- es la Fe.
L
a clave –en el sentido orante- para la duda, es creer.
La clave –en el sentido orante- para la deuda, es ¡darse!
¡Podría decirse: “Darse en la creencia de la fe”! O “La fe nos hace creer… en que darse es el sentido”. O “Creer implica fe, y supone darse”. ¡Léanlo como quieran!
“¡Fe!”: ¡esa confianza!, ¡esa convicción!, ¡esa certeza de sabernos permanentemente asistidos!

¿Recuerdan… aquella frase?: “¿Por qué dudáis, hombres de poca fe?”.
Malamente se ejercita la vida, sin fe, sin creencia, sin entrega. “Dura” se hace –muy dura- la estancia de vivir.
¡Y se transmite!, ¡se contagia!… con una gran facilidad. Y lo que eran pompas de colores, ¡se hacen piedras duras! Lo que era creer, ¡crecer!, se convierte en… ¡imposibles!; en “la cruda realidad”. Lo que era estar “al contado” –¡sin deudas!-, se convierte en una hipoteca… ¡que nunca se acaba!

Nos asisten permanentemente.
En el transcurrir del vivir, ¡nos esperan!… continuamente...
La fuerza vibrante y espiral, de la vida, nos suministra las casuales circunstancias para ejercitarnos en la fe, en la creencia y en el darse.
La oración nos ¡proyecta!… hacia estas perspectivas que son realizables… ¡ahora! ¡Son ejercitables… cotidianamente!

El drama, la tragedia, la queja ¡continua!, esa deuda y esa duda, han ido creando un pensamiento, según el cual, ¡es imposible!… vivir en la fe, en la creencia y en la entrega. Ha abandonado la idea de sentirse ¡asistido!, y descubrir –en la casualidad, en la intuición, en la imprevisibilidad, ¡en la suerte!-, el lenguaje oculto… de lo Divino.
Se nos ha planteado una razón, una lógica y una ciencia, que buscan el beneficio propio o circunstancial de grupo, ¡y que hace imposible la realización de los planes de Universo, de Creación! Y parece que es costoso –¡difícil!- mantener la fe; ¡imposible!, estar vibrando en la creencia; inútil, intentar ser sincero.

Una vez más… ¡falso! La fe no precisa límites. La fe no necesita voluntad… ¡ni razón! El creer ¡no supone desgaste! Disuelve la dualidad. ¡Resuelve la continua sospecha! El darse supone un renovarse continuo.
Nunca se agota el pozo de la bondad.

Que se abandone esa idea de imposibilidad de ejercitarse en lo orante, en lo… ¡practicable!; porque es precisamente en esa “practicabilidad” en donde el hombre se siente Universo, se siente ese microcosmos que representa el Gran… Cosmos.
Abrir los ojos en la oscuridad, y dejar que ésta… nos ilumine.



***

lunes

Lema orante semanal


PROYECTOS, REFLEJOS Y CREACIONES…
02-09-2011

…son… tres… instantes… de lo mismo: Creación.
El “vivir”… ansía… proyectarse… como expresión de sus capacidades, de sus recursos, de las ofertas que su entorno le ofrece y de las necesidades que éste le pide.
Nos… proyectamos… inevitablemente; porque quizás seamos… el transcurrir… de una creación incesante –“seamos el transcurrir de una creación incesante”-. Y el ser trata de… de recoger, desde su conciencia –con la mayor ciencia posible-, un embudo que le conduzca a un objetivo.

Luego…, “del dicho al hecho, el difícil estrecho… de hacer”… se puede convertir –y de hecho lo hace- en obstáculos… y en dificultades ¡que no contaban con la incidencia de la vida!, como expresión… adaptativa.

Probablemente… cuando se decía… en los Textos… Sagrados, aquello de “la imagen y semejanza”, quizás sería “el reflejo… y la semejanza”.
Un reflejo… que, como tal, puede ser considerado como un reflejo de luz, o como un reflejo de… un acto primitivo, sensorial y motor, que… puede ser… desde lo más simple hasta lo extremadamente complejo.

Se suele decir: “¡Eres el vivo retrato de tu padre!… O de tu madre” –no sabemos si esto es un piropo o qué-. “¡Eres el vivo reflejo de tu tío Augusto!”.
“El vivo reflejo de mi tío Augusto”...

“Retrato”… “Reflejo”… Como si nuestras reacciones estuvieran ya muy codificadas, muy acostumbradas a un medio muy estable; con lo cual… repite y repite el mismo comportamiento, a falta de creatividad y a falta de cambio del medio.


Cuando… nos aproximamos a las… esencias… de la vida, nos encontramos con… la Creación. Es un volumen inmenso que… al carecer de límites, nos… ¡abruma! Pero… tenemos algo semejante… a la Creación, porque somos… gestados por ella… –por extrañas carambolas, azares y necesidades de… esas fuerzas-.

Se proyecta, se es “el reflejo de”, y… y… ¿qué ‘creación’ se ha dado? ¿Qué ‘recreación’ se ha producido?
Quizás… sea el momento… de… ¡evaluar!… –a diario- qué… realización creativa se ha… esbozado, insinuado, intuido, realizado…
Qué nuevo momento se ha creado.


¡Parece que la vida llama a… a cada ser, para… reclamarle su cuota creativa!
¡Parece que la vida reclama… en cada instante!... ¡porque no se quiere ir sin cumplir con sus… posibilidades!...
La realización de un… “momento creador”: una frase, una palabra, en un contexto o en una circunstancia… puede modificar… cambiar… empujar… desarrollar…

¡Como un reflejo inevitable de la Creación!, se hace, el ser, creativo…
¡Y se queda, justo, en las repeticiones necesarias! ¡Ni una más!
Quizás, el repetir sea consecuencia de un… primitivismo… que necesita reconocerse…, y lo hemos tomado como una necesidad…; como una exigencia.


Y a la hora de proyectar, proyectarse, el ser ha ido progresivamente… gestando… “una idea” del proyecto, en el que… –fundamentalmente- se busca… el rendimiento… la utilidad… el beneficio… la importancia personal…

Cuando… resulta que el proyecto debería ser como la parte… –en su desarrollo- de un embudo, que comienza en la parte más estrecha –el ser que se proyecta- y se va expandiendo, ampliando…, hasta que… –realmente- se funde, se… ¡conjuga con todo!... No es necesario conocer la procedencia.
Probablemente, la conflictividad de “del dicho al hecho” –en ese estrecho y complicado momento de realización- estriba en que… no se ha visto esa… dimensión… de proyectar; del proyecto. No se ha tenido en cuenta… que no es algo de propiedad…, que no es algo de individualidad… –aunque parte de una “singularidad”-, sino que es la necesidad… de proseguir… en “impulsos reflejos” que… recreen la Creación.

Y así, en la medida en que… el “proyectista”… realiza su… perspectiva, en la medida en que cuente con… “dónde”, “en dónde”, “con quién”, “para quién”, “por qué”… se va a proyectar…, contribuirá, se solidarizará con todo el entorno y… renovará la circunstancia.


Sobre la vida incide… la fuerza… que la mantiene y la entretiene; y como consecuencia de ello, somos reflejo… de una Creación.
Es decir…, nuestro “estar”… y nuestro “ser” tienen que ser una muestra –desde su infinita pequeñez- de… la Creación.
¡Y ése sería otro elemento a tener en cuenta!, a la hora de “ser” y “estar”: en qué… medida… represento… a la Creación. ¡En qué medida soy… testimonio… de lo que… veo que ocurre, intuyo que ocurre… e imagino que ocurre –¡y que ocurre en mí!-.


Y a la hora de crear, ¡con todos los medios a nuestro alcance! –y nunca se sabe sin son muchos, si son pocos-… dependerá del “arte creativo” que… sea capaz de esbozar cada uno.
¡Pero es imprescindible que ocurra!… para tener constancia de que se está vivo.
¡Sí! “Constancia de vivo”; porque…, si reflejo proyectado de Creación somos…, cuando tenemos consciencia de ello –o despertamos a ella- es cuando somos capaces de… de mostrar, de ver –¡con todas las materias primas… a nuestra disposición!-, el saber componer ese… pequeño rompecabezas y… escribir una frase…; componer un color…; tallar una madera…; cantar una canción…; preparar un… una bebida o… una alimentación…; hablar con propiedad…, con precisión ¡e ilusión!...
¡Infinitas… opciones!

 Que nunca ocurra: “¡No sé qué hacer!”... “¡No se me ocurre nada!”… 
¡Se pierde la vida! ¡Se pierde! Se diluye y se corta… la comunión… con la Creación.
¡Vale tomarse un instante!, ¡vale… tener paciencia!, pero sabiendo –como así es- ¡que bullen… en todo el ser!... opciones de Creación; que hay un espacio –¡sin sitio!- que está aguardando… a que pongamos la pieza… –“que hay un espacio, sin sitio, que está aguardando a que pongamos nuestra pieza”-… para ir creando y recreando… ¡el suelo que pisas!..., el cielo que ves…, la montaña que contemplas…

Somos… un proyecto Divino… que se expresa en un reflejo… de luz, y que se concreta en un acto creativo. ¡Y como consecuencia!, tenemos… la necesidad de… ejercitarnos en esos tres pasos, que es uno solo: Creación.
Pero que aún precisamos… el “estructurar”… nuestras posiciones. El primitivismo de nuestra consciencia necesita un paso y otro paso y otro paso y otro paso.


Y cada ser podría decir:
“Han proyectado en mí un proyecto que he de proyectar: ser un reflejo luminoso ¡capaz de iluminar!... y enseñar una muestra… de mi devenir… que sea capaz de sintonizar…”


A lo largo de la Historia, ¡la mayoría de los seres han delegado sus proyectos, en otros!; sus reflejos, en otros; sus creaciones, en otros… Así que han quedado esclavizados… ¡a los gustos de otros!; a los caprichos de otros; a las acciones de otros.
Y aún sigue siendo –hoy-… la más ambiciosa opción del ser, poder controlar… manejar, manipular… y ejercitarse… en otras vidas que no sean la propia, ¡y que la propia constituya… ese ejercicio de ¡poder!... sobre los otros!

Quizás… se insinúa que puede… haber llegado… el nuevo aire que… ¡funde los clavos!… hasta el punto de hacerlos vapor.

Fundir la idea de incapacidad, fundir la idea de incompatibilidad, fundir la idea… de Creación…
¡Derretir!... los eslabones… que creíamos que eran propios de nuestra piel; las argollas que… cerraban nuestro cuello y nuestras muñecas… y nuestros tobillos.

Quizás, el aire fundidor… de lo Eterno, ¡se muestra ahora… “inspirado”… y dispuesto a ser inspirado… por el ser!
Ahí está.
Ahí está.

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domingo

Lema orante semanal

LLAMADA ORANTE
29 de agosto de 2011


La preocupación, ¡el miedo!, la angustia, la ansiedad, la tristeza, ¡la melancolía!, el desespero…
Palabras que muestran estancias habituales en las que se mueve el ser, como si fueran movimientos de su naturaleza, y no… situaciones de desadaptación ante entornos violentos; ¡falsos!; ¡manipuladores!; ¡provocativos!...

¡Y a duras penas!... –es decir: con penas duras- el ser ¡sobrevive... vive y deambula!
¡No! No es el destino de la vida, éste; ése. ¡No! ¡No es el transcurrir habitual! ¡No! ¡No es el precio que hay que pagar para alcanzar!... ¿¡qué!?
¡No! Todo es consecuencia de una forma de estar; de una manera de ¡relacionarse!; de una forma de… ¡pensar! En cuanto varíe ese pensar, ese estar y ese hacer, la supervivencia deja de ser un mecanismo ¡diario! Pasa a ser un mecanismo excepcional. Y ¡vivir en complacencia!… pasa a ser lo habitual.

Y es importante apercibirse, ¡orando!, de esta situación. ¡Porque fácilmente nuestro ser se conturba! Si no sabemos ¡qué somos en verdad!, ¡si no conocemos nuestra verdadera posición!, quedamos atrapados en que…“¡Así es!”… “¡No hay remedio!”… “¡Qué le vamos a hacer!”
Y ciertamente, con esas conclusiones, ni la mejor ayuda puede llegar; porque el planteamiento ya es… ¡fatal! Es el fin de la tragedia. Es el fin del drama.
De ahí que podamos deducir… cuando lleguen esos momentos de penar, ¡pesar!, ¡recordar de inmediato el orar!, y situarse en este momento en el que sabemos que no es nuestro destino sobrevivir, sino ¡vivir!... ¡No es nuestro destino penar... sino gozar!; ¡complacer! No es nuestro destino ¡pelear!... ¡sino compartir! ¡No es nuestro destino combatir, sino… conciliar!...
Si así se procede, ¡la oración, de inmediato, se hace fuerte!... en nuestro pecho, ¡en nuestra mente!, en nuestra alma, en nuestro espíritu. Y se es capaz, entonces, de ¡dar!... nuestro destino; la palabra adecuada, la actitud precisa, ¡la vocación clara!... Sin justificación; ¡sin derechos! Con solvencia; ¡con liberación!; con transparencia.
¡Sí! ¡La oración nos muestra nuestro “verdadero” destino!
¡Y no solo es eso, sino… todo lo excepcional que con ello se puede generar!: La excepción del descubrimiento; la excepción del gusto; la excepcionalidad de lo creativo; la excepcionalidad del poema; la excepcionalidad de la sonrisa; la excepcionalidad de la alegría; ¡la excepcionalidad de la vocación!; ¡la excepcionalidad de la entrega!; la excepcionalidad del servicio.
¡Y no solo eso!, sino… el milagro de la espera; ¡el milagro de la sanación!; el milagro de la ¡creencia!; ¡el milagro de la pasión!; el milagro de… ¡el amor!; ¡el milagro de la Fe!; el milagro… ¡del testimonio!; el milagro de la clarividencia; ¡el milagro de la convicción!
¡Y no solo eso!... sino también… ¡LA INTENCIÓN DE ETERNIDAD! ¡LA INTENCIÓN DE INMORTALIDAD!, ¡LA INTENCIÓN DE RESURRECCIÓN PERMANENTE!, LA INTENCIÓN DE SENTIRSE UNO EN TODOS, LA INTENCIÓN DE SABERSE DEPOSITARIO DE TODA LA CREACIÓN, LA INTENCIÓN DE SABER… que todo está en cada uno, y cada uno está en todos.
¡Y no solo eso!, sino –además- la continua expansión y la continua habilidad de recrearnos… ¡y recrearnos y recrearnos!... en cualquier actividad.
Que nunca exista un “No lo sé”. Que nunca exista un “No puedo”. Que nunca exista un “¡Qué vamos a hacer!”.
¡Y no solo eso!, sino –¡además!-... la consciencia y constancia ¡de Dios vivo!... en nosotros, ¡entre nosotros!, hacia nosotros, ¡por nosotros!
¡Y no solo eso!, sino un gran matraz de… ¡NADA!, que continuamente se vacía, y se recrea en la vacuidad y en una renovación incesante.

¡Ay! ¡Ay, ay, ay, ay! Hay recursos de destino… ¡inmensamente incesantes!, ¡suficientes para disolver el destino que nos quieren imponer las soberbias egoístas y egocéntricas por las que el hombre se ha desviado.
¡Sí! Hay destinos… ¡Y además, y además y además y además!…. Por ello, el orante, ¡el creyente!, no puede sucumbir al destino vulgar, ¡nunca!
¡Siempre! –siempre: una palabra ¡algo más que eterna!, algo más que ilimitada, ¡algo más que infinita!, algo más que inmortal-…. siempre tendrá, el orante, la palabra precisa para crear, ¡en un drama!, una sonrisa; en una tragedia, una ilusión; en una vulgaridad, una flor.
¡Siempre!

La grandeza de Dios es infinita. ¡Siempre!
No lo olviden… nunca. ¡Nunca!

El Amor de lo Eterno “envuelve” nuestras presencias…
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sábado

Lema orante semanal

ILUSIONES
22 de agosto de 2011

El poeta decía: ”Anoche, cuando dormía, soñé… –bendita ilusión- que una fontana fluía dentro de mi corazón”.
¿Es la ilusión un acontecimiento… bendito? ¿O hay ilusiones que son benditas, por su transparencia, por su imaginación?
¿Cuántas ilusiones han pasado a lo largo de la historia de la humanidad, y…?
¿Es, la ilusión, un estado de tránsito hacia lo concreto? ¿O la ilusión es un estado de vibrante posición, que transmite esa vibración a cualquier otra relación; a cualquier otro nivel?
Es muy probable que la ilusión sea el comodín que entra en lo material, en lo circunstancial, en lo ambiental, en lo familiar, en lo afectivo…
También tenemos que tener en cuenta que “el ilusionismo” es aquel arte de magia que, con hábiles trucos, consigue mostrarnos una realidad sorprendente; ¡impresionante!
Tampoco podemos dejar de pensar en… en el mundo ilusorio: aquél en el que, en la medida en que se desarrolla la evolución espiritual, aparecen acontecimientos que son… ilusiones.
Es decir, ¡no son vibraciones auténticas de ilusión!, sino que son “trampas”. “Trampas” como expresión –entiéndase bien- de dificultades que hay que superar.
En cualquier caso, hoy –siglo XXI de la era cristiana-, la ilusión no tiene mucho cartel. El materialismo –cada vez más concreto, más hormigonado-, con el propietarismo a ultranza, el individualismo radical, los radicalismos religiosos, no hacen fácil… la ilusión.
¡No obstante!, sigue existiendo el dicho de que... “La ilusión es lo último que se pierde”.
A veces se confunde con “la esperanza”. ¡No es lo mismo!
Pero permitamos… ¡otra variable!
En el mundo de la estructura íntima de la materia –de la mecánica cuántica, de la física cuántica-, se concibe la idea –y es algo asegurable- de que el observador influye… ¡en lo observado!
Y esto le hace ver “variables”.
Es decir que, si yo estoy observando algo, ¡estoy influyendo en eso que estoy observando!, ¡y ya no es!... lo mismo que antes –que no lo observaba-.
¡Es tremendo, eso!
Albert Einstein se reveló ¡enormemente!… contra esa idea. Dijo: “¿Es posible que la observación de un ratón modifique una realidad?”.
Rápidamente, el cuántico contestó: “La realidad modifica… al ratón, en cuanto éste la observa”.
Mmmm…
Parece que estamos con el huevo y la gallina. Pero, ciertamente –ciertamente-, en el momento en que aparece el observador, la interpretación del hecho varía. Luego es muy probable que se den ¡las dos circunstancias a la vez!
Mientras el hecho está ahí y no se observa, es de una naturaleza. Cuando se observa, el hecho en sí impacta de tal forma al observador, que le hace ver “algo”. Y, a su vez, el observador –por la actitud que tiene al observar- modifica el hecho.
Esto… ¿qué tiene que ver con la ilusión? Pues mucho.
Si contemplo mi aproximación a la realidad cotidiana, con actitud de ilusión –no “ilusoria”; con actitud de ilusión-, como ya sé que incido y modifico lo que está ocurriendo, con mi actitud –por el hecho de ser observador-, muy probablemente, si mi nivel de vibración es “ilusionante”, lo que vea y… ¡lo que sea!, incidirá en mí de manera diferente que si mantengo una actitud crítica, o una actitud extremadamente seria, o una actitud jocosa, o una actitud de chiste…
Pero si es “de ilusión”…
¡Ahhh, claro! También se puede decir que…“La ilusión es muy frágil. Y… ¿y si luego no es como tú te lo habías imaginado?”.
Pero, ¡cuidado! ¡No confundir tampoco la imaginación con la ilusión! ¡Son palabras que… se rozan mucho!

Hemos –por así decirlo- definido “la ilusión” como ese estado de aleteo o vibración que… ¡imagina!; que le pone un impulso especial. Y quizás eso ocurra permanentemente, ¡pero no se le llame así! ¡Tenga diferentes nombres! Pero es indudable que, si no tuviéramos ese impulso vital que nos hace seguir –y que bien podríamos llamarle “ilusión”-, no haríamos gran parte de las cosas que cotidianamente realizamos.
¡Pero queremos recuperar el sentido de ilusión! Ese que, sin saber cuántica –pero ahora, sabiéndolo-, modifica lo que hay… al ponerle ilusión.
Y… ¡alerta! ¡Atento! No es una ilusión que busca que luego ocurra… que eso se convierta en una moto o en un vehículo… ¡No, no, no, no, no!
“¡Tengo ilusión de tener un coche!”.
¡Ah! ¡Eso es una cosa!
Y otra cosa es lo que estamos intentando aclarar, de forma orante. Es:
“Tengo ilusión. Pero… así: “ilusión”. Me ilusiono con… ¡lo que hay!, con lo que me encuentro, con lo que observo, con lo que contemplo. Pero no para conseguir. Ese es otro tipo de ilusión”.
Y en el sentido orante, ¿que podríamos decir?
¡Aaaahhhh!... ¡Ilusión!...
¿Le ilusiona a usted… Dios? ¿Prefiere que le llamemos “La Creación”? ¿Le ilusiona a usted… El Misterio?
También hay un apelativo despectivo de la ilusión: “el iluso”. “¡Es usted un iluso!”. Es decir, aquél que se hace ilusiones de que es así o asao, o de que aquello es de una manera o de otra, y no es.
“¡Ah! ¡Qué iluso! ¡Qué bobo!”.
Tampoco hablamos de eso.
El sentirme “ilusión”… implica sentirme luz que ilumina…
¡Implica!… ser expresión del Misterio que sostiene; que mantiene…
Implica dejarse sorprender; aceptar un continuo descubrimiento y un permanente asombro; estar en disposición a lo imprevisible; saberse depositario de la sabiduría de La Creación; saber –también- que la vida fue, es, y será… una ilusión de Dios.
La vida fue, es, y será… una ilusión de Dios. ¡Por eso le pone tanto empeño! Por eso… la vida ¡resiste! Se adapta. Se pleomorfiza. ¡Se pliega! ¡Se flexibiliza!...
¡Entre los ladrillos, y desde los escombros!, nacen las plantas.
¡Ay!... Ciertamente: “Anoche, cuando dormía, soñé…”. ¡Bendita ilusión!
Quizá –¡quizá!- asumiendo que la vida es… una ilusión de Dios, el estar en vibración ilusionante es estar bajo un sentido ¡bendito! Es estar bajo la sintonía de Lo Divino.

¡Ilusiónate! No ¡para conseguir! No para lograr. No para alcanzar. ¡Para vivir!... Que eso es la vida. Aunque, ¡se ha trastocado tanto!, que… te pueden llamar “ilusorio”, te puedes encontrar con obstáculos de ilusión, de irrealidad, de trucos…
¡Sí!
¿Pero, acaso, cuando te enamoras, no es el predominio de la ilusión lo que aflora?
“Acaso, cuando te enamoras, ¿no es el predominio de la ilusión… lo que aflora?”.
“Ilu-si-ón”: casi como decir que “la luz… es lo que es, y está siempre encendida”.
Yes, Sir…
¡Ámen!
***