miércoles

Lema Orante Semanal

La suavidad
25 de septiembre de 2017

 Mientras lo duro, lo rígido, lo quieto… se afanan en mantenerse, lo suave aguarda su ocasión. No es imperativo; no es poderoso; no es estable; no es, nunca, igual.
Lo suave aguarda su ocasión.

Y en ello habría que preguntarse:
¿Qué… qué pie, qué mano ofrece el ser… a la disposición, a la espera de lo suave?
¿Y qué confianza atenaza… y se entronca con lo material, con lo concreto?

A veces, una ligera brisa de suavidad envuelve una decisión, una propiedad, una posesión, para hacerla más… “elegante”.
No es… no es suficiente. La suavidad implica, en su aceptación, una flexura, una blandura y adaptación… de lo que se es, de lo que se sabe, de lo que se conoce, de lo que se hace.


A pesar de la razón voluntariosa, de la lógica práctica, nuestra estancia en la vida es suave.
Sí es cierto que “en el nombre de” y “con motivo de”, se bombardea, se ejecuta, se apresa, se castiga… Pero la suavidad se desliza en nuestras más internas oscuridades: entre músculos, entre las apreturas de los intestinos, entre las flexuras del cerebro, entre el batir de alas del corazón y los pulmones.
Si no fuera por la suavidad…; si estuvieran gobernados por la aspereza y el rigor… ¡falso!, y el dominio de ideas radicales…; si no fuera por la suavidad, eso sería un roce áspero y desesperado.
¡Sí! Y quizás por eso –nos advierte el Sentido Orante-, quizás por eso, esas rozaduras de nuestras estructuras se hacen heridas y se hacen sufrires: porque no hemos sabido suavizar nuestras posturas; no hemos sabido seguir siendo fieles a nuestras palabras; se las ha dejado por un comentario, por un “me parece”…
Y esas palabras, que iban a ser testimonio de eternidad, se hacen duras y rígidas; dejan de ser blandas y suaves.
El ser se individualiza, se externaliza… y reclama su privacidad, su soledad y aislamiento, como si… de él mismo dependiera la vida.

¡Qué… qué duro se ha hecho el pensar! ¡Qué duro se ha hecho el creer! ¡Qué duro se ha hecho el aprender! ¡Qué duro se ha hecho el creer!... Todo ello en principio era suave, maleable, adaptable. Pero pudo más… el rumor; pudo más la costumbre; pudo más la exigencia; pudo más la posesión. Y así, el ser se hizo prieto y ¡pétreo!, pensando que esa era la verdad y su salvación.

Se acabaron las frescuras del ventilar cada mañana. Se terminaron las limpiezas de… ¡remover todas las estructuras! Ahora el ser se cierra; se ‘acortina’ cerrando sus cortinas; apaga sus luces… y pone seguridad.

Aún… aún están las ventanas, aún se aprecian las puertas…
Pero es preciso ¡modificar!; darse cuenta de la postura inmóvil que se establece, que no es capaz de asumir la suavidad.


Se sigue insistiendo en un vivir estructurado, rotulado y ordenado, mientras… mientras la vida trata de mostrar sus vaivenes de suavidades, de adaptaciones, de cambios, de vibraciones, de cantos, de exclamaciones… Pero lo estructurado y lo rígido sólo se escucha a sí mismo. Tiene sus objetivos, tiene sus mandatos, y de ellos no se mueve.


Lo suave no admite roces; no asume golpes; no causa susto. Cuando se le deja estar… es complacencia, es ¡compasión!, es revelación, es notar su ausencia.


Qué sería de nuestra visión, sin las lágrimas: las que proporcionan la suave posibilidad del parpadeo. Qué sería de nuestra boca… ¿Habría palabras, si no estuviera la suave presencia de la saliva?


Que la esperanza… en la fe de la suave Presencia Creadora, sea un móvil a tener en cuenta… ante el desarrollo de rigideces, de posiciones y de posesiones.



***

martes

Lema Orante Semanal



Hay ahí, allí”. Hay aquí”.
18 de septiembre de 2017

Y a las habituales consciencias, los murmullos de la vida se hacen ¡exclamaciones!; los murmullos del vivir se hacen… ¡peticiones!; los murmullos del soñar se hacen ¡predicciones!

¿Cuántos mundos de consciencia gravitan en la vida humana?

¿Cuántos reclamos de exigencia se imponen en la cotidianidad?

¿Cuántos olvidos de inolvidables se quedan en el trastero?

¿Cuántos arreglos inacabables de razones y justificaciones se enredan, se enmarañan en inquietas posiciones?

¡Hay! ¡Hay ahí! Hay ahí un vacío inconmensurable ¡Hay! Hay ahí una emanación permanente de posibilidades. ¡Hay! ¡Hay ahí!... hay ahí nuestro origen. Pero he aquí que el aquí se hace dictador, se hace exigente, se hace indolente, se hace radical, se hace sectario, se hace –como se suele decir- “como siempre”.

Así que ¡hay ahí! y hay aquí. Y el aquí reclama sacrificios, reclama… el diario lamento, reclama posesiones, reclama sacrificios de cada día, como un impuesto por vivir.

Hay. Y hay, ¡hay!, ¡hay ahí!... lo que no reclama, lo que no exige, lo que no impone, lo que plácidamente se recrea y crea. ¡Y ese “hay ahí” está en esa cotidiana consciencia!

Y si no se ve ni se siente es porque ha sido usurpada por sí misma, ante la imposibilidad de dominio, control, manejo, manipulación ¡de lo que “hay ahí”!

Podría decirse que –¡quién sabe cuándo!- el humano se sintió embriagado por el lenguaje paradisíaco de los dioses, y a la vez se sintió fuerte y poderoso; y trató y trató de subyugar a los vacíos, a las misteriosas oscuridades. Y trató y trató tanto que, en desespero, inició una fuga para adorar su talento, y se empezó a adorar y a cubrirse de lienzos.

Y siguió adorándose y... y admirándose como gesta. Mientras, a la vez, construía equiparables modelos –a lo humano, claro-, dándoles el imperio de Dios; como si eso dependiera de la humanidad.

Así, la consciencia cotidiana se encuentra bruñida de recovecos y de resabios; apenas con claridades o con vacíos dispuestos; condicionada, amoldada, acomodada…

Pero… pero ¡hay ahí!; ¡de ahí! somos. Hay aquí; aquí transcurrimos.

No es aquí nuestra pertenencia, y ahí, allí, nuestro dominio. ¡No!

Es ahí, allí, nuestro origen. Es ¡de ahí, de allí, nuestro sustento!

Es aquí… es aquí un transcurrir con lamentos, con exigencias e imposiciones y combates sin fin –consigo mismos y con todo lo que les rodea-.

Pero parece –y así se siente y se cree habitualmente- que el “he aquí” es seguro, es manejable, es predecible; es… hasta que se ve que no lo es. Entonces viene el suspiro de allí, hacia ahí. Pero se queda en un suspiro. Y, salvo excepciones, se vuelve aquí, con un aquí de dominio, un aquí de manipulación, un aquí de… suerte engañada.

Y no se trata de elegir allí, ahí o aquí. Grave error… caer en un dualismo generado por la consciencia cotidiana, para defender la posesión de aquí.

No se vaya –¡no!- no se vaya a creer que ese dualismo indeciso ha sido gestado por la vida. No. No. ¿El pez acaso duda de si seguir en el agua o salir a la superficie!

¡Acaso el águila duda entre volar o... ser una gallina que pone huevos?

¿Duda?, ¿duda el insecto de si polinizar o echarse la siesta para recapacitar: “¿No será que soy un elefante y no me he dado cuenta?”…?

¡Ah!, pero el humano concienzudo sí se permite erigirse en protagonista.

Las costumbres, aquí, se hacen leyes; y las leyes se hacen intransigentes; y la intransigencia se hace prejuicio; y el prejuicio se hace juicio; y el juicio se hace condena; y la condena se hace penitencia; y la penitencia se convierte en castigo... Así hasta llegar ¡a la cadena perpetua!

Y se ha ido acostumbrando aquí, y ahí y allí. Se ha ido acostumbrando aquí, y así se ha gestado todo lo establecido: acostumbradamente.

Ahí, allí, cada vez para más y más, no existe.

Porque ya… ya se gestó la costumbre de nacer y crecer, reproducirse, preocuparse…; bachillerato, universidad, hijos, pubertad…; ¡ah!, amores, amoríos, friegas y refriegas…; orgasmos –o algo parecido-, sin saber qué es, cómo es y a dónde va… Pero así: todo bruñido. ¡Es la norma! Es la horma. Y de ahí no se puede salir.

Y así te lo dice el pequeño, el mediano, el mayor, el longevo… ¡mientras preparan su urna!... para asegurarse de que “lo único certero es la muerte”.

Así se está aquí. Pronto, es fácil –¡pronto, pronto, pronto!- pronto, es fácil –como se puede escuchar- recordar rápidamente lo que ocurre y lo que va a pasar. Claro, cuando eso pronto-pronto se descubre, ¿qué merecimiento tiene el vivir? ¿Para qué?, si sé que las muelas se me van a pudrir, que los pulmones se me van a atascar, que las piernas se me van a cansar… ¡Si ya todo me lo han dicho! Si ya parece que todo lo que significa “vida” está escrito. Si el allí, ahí... ¡bueno!: especulaciones de desespero. Muchas veces –sí-, de nada sirven.

¡Ay! Aquí, aquíaquí ya está todo cumplido. Y claro, dentro, obviamente, de la cárcel que cada consciencia se ha ido haciendo: individual, social, popular, de barrio, de país, de idioma… Pero extraordinaria y parecidamente igual.

Las excepciones que se pueden dar, son miradas con recelo porque no son “igual”. Son observadas con cautela y vigilancia, ¡no nos vayan a hacer mal!

Sí. La consciencia cotidiana y ordinaria está muy ocupada en proteger, en defender; en exponer continuamente el serrucho de la razón: “Es que aquí el pan es pan y el vino es vino” y… y cuatro cosas más.

–¿Qué… qué fue de ese ánimo de vivir, de descubrir, del joven que indagaba?

–¡Oh, no! Rápidamente se informó. Y de inmediato supo y aprendió que esto era así, así, así, y así y así y así y así, aquí.

–¿Allí…? ¿Ahí?...

–¡Bueno!… sí. Pero ¡bueno!…

Parecer ser –“parece ser”- que el diseño de la vida es impredecible. No se somete a costumbres, aunque lleve ritmos, frecuencias, cambios, modificaciones, mutaciones… Pero no es una costumbre.

Pero, sí, prontamente, al soñador, al idealista… se le hace recapacitar sobre su recibo de luz, de teléfono, de casa, de seguridad… Rápidamente se le obliga: “Y si no, tú verás”.

“Y si no, tú veras”: la amenaza permanente del aquí.

Mientras allí, ahí... se crea, se recrea, se expande, se mueve. Una sinfonía de misterios se entrecruzan. Un sinfín de intenciones nos abruman, aunque no se escuchen ni se vean ni se intuyan; ni siquiera se fabulen.

Orgulloso se siente el hombre cuando, “en aquí”, domina y controla y maneja. Se ve ganador, se ve triunfador… No tardará mucho en verse apartado, en verse retenido.

“¡Ah!, porque la ley de la vida...”. “¡Ah!, porque la costumbre…”. “¡Ah!, porque las leyes…”. “¡Ah!, porque tu edad…”. “¡Ah!, porque…”.

¡Ay! ¡Qué efímero aquí se plantea!

Por un momento, ¡por un momento!, el allí y el ahí reclama su eternidad.

¡Por un momento!, orando, nos suspiran infinitas e incomprensibles inmortalidades.

¡No!... Desde aquellas Creaciones no se gestó ningún aquí para que se muriera.

Las eternidades y los infinitos no tienen esa capacidad. Sólo saben de eternidades, de infinitos. Nunca empiezan ni terminan.

Y todo parece indicar –a pesar de la obsesiva compulsión de lo científicamente razonable- que de ahí, de allí, venimos; y de ahí y de allí estamos compuestos, estamos hechos.

¡Claro, claro, claro!, ¡no se va a cambiar todo de repente!, no. ¡No se puede tirar todo por la borda! No, no. Ante todo hay que asegurarse.

Nunca se podrá demostrar que el allí, ahí nos engendró, nos insufló y nos mantiene.

En consecuencia, el sentido común…

–¿El qué?

–El sentido común.

–¿El qué?

–¡El sentido común!

–¡Ah, sí!

…dirá que la costumbre y la razón son la ofrenda; la certeza y la ganancia; el logro y él éxito…

Aunque el morir sea una incómoda consecuencia.

–¡Ah, no importa, no importa! –dice la razón-. Hasta que te llegue la pelona, hasta que te llegue el ataúd, puedes hacer y hacer y hacer…

–¿Y…?

–Pero es que eso es la vida.


–¡Ay!, ¡los sueños!...

–¿Los sueños?

–Sí. Hasta ocurría y ocurrió que, por “sueños”, los hombres de humanidad se dirigían, se guiaban y se sentían. Hasta comunidades enteras se movían.

–¿Qué fue de aquello?

–¡Ah!, era mejor soñar con lógicas, soñar con realidades. Y los sueños quedaron sometidos a un trazado electroencefalográfico que indica que los neurotransmisores están funcionando.

Y los sueños, entonces son y se convierten en una buena propaganda, en una excelente idea de marketing. Ahí están, ahí están… más de 800 000 seres humanos con sus sueños destrozados porque un presidente les ha quitado la insegura inseguridad que tenían: los “dreamers”.

–¡Ay! ¿Qué será de su sueño?

–Pero ¿qué sueño? ¿De qué sueño hablan? ¡Ah, sí!: de los móviles, del ‘Studebaker’, del ‘Cadillac’, de la casa, de la tarjeta del seguro…

–¡Aah! Es que ahora los sueños son así, ¿sabe usted? Ahora los sueños son “eso”.

Y si... –¿cómo diríamos?- y si quieres soñar un poco mejor, pues eliges a Alberto Contador y le aplaudes una hora –aunque no haya ganado ni haya hecho nada, pero majo él, combativo, ¡oye!-. Y ya sueñas con Fernando Alonso, porque es lo mejor conduciendo; la culpa la tiene el coche. Eso ya son sueños de nivel, ¿eh? Y se mantienen. ¡Sí! ¡Los mejores! ¡Fantásticos! ¡Extraordinarios!

¡¿Pero esto qué es?!

Claro, es como una reminiscencia de aquellos sueños que… que eran sueños; ¡que estábamos dormidos!...

No. Pero, ahora, ¿soñar dormido? Esto… ¡no! Ahora hay que soñar despierto, con razón y con lógica, con banderas y con laudes y aplausos y…

Y, como siempre, se gestó esa manía de: “Hay que hacer realidad los sueños, hay que hacer realidad los sueños, hay que hacer realidad los sueños…”.

Y la realidad se quedó ceñida en lo material. Pues ahí están, “erre que erre”.

–¿”Erre que erre”, a qué se refiere? ¿A Esquerra Republicana? ¡Viva Cataluña libre, republicana!

“Erre que erre”, el sueño revelador de “erre que erre” de realidad.

No se ha descrito el “homus brútidus”. No, no se ha descrito como tal. Pero… pero ¡qué forma tan… tan “pedrusca” de llevar los sueños a esa materialidad!

“Si no, si no los llevas, fracasas. Y un fracasado es un despojo”.

Así que, por aquello del orden y la norma y la costumbre –sobre todo-, pues se estructuran los sueños. ¡Claro! Se estructuran, se calibran, se ve las calorías que consumen –en despierto, claro-, se les ven las posibilidades… Se le recomienda el gimnasio, el pádel o la natación, y se les coloca debidamente para que puedan cumplir sus sueños y hacerlos realidad: tener una casa en el campo y un vehículo que cuidar. ¡¿Para qué más?!

Por ejemplo.

¡Ay!... En un desliz –pero probable cuando en Oración se está-, hay ahí, allí… una atracción que embelesa; hay ahí, allí… un amor que nos inunda; hay ahí y allí, un contemplar… de sinfines, sin saber; hay ahí y allí… un reclamo a nuestras gracias, a nuestros recursos; hay ahí y allí, flotando, una bondad… que envuelve, que recoge, que ¡calma!

Hay ahí y allí… –¡hay!- refugio de verdades; evidentes sinceridades.

Si por un momento dejas de escucharte, las escucharás.

Como un inmediato transporte, te sentirás contemplando inmóvil… embelesado… asombrado… impresionado.

Hay ahí, allí

¡Hay!...

¡Hay!… 

***

lunes

Lema Orante Semanal

Dar gracias. Ver la gracia. 
Ser referencia.
11 de septiembre de 2017
La Llamada Orante se hace el eco Creador… que orienta, que sugiere, que guía, que advierte a… el hacer de humanidad, al estar de humanidad, al pensar y al sentir de humanidad.
En cada ambiente, en cada circunstancia, en cada lugar… la presencia de lo humano, como expresión de La Creación, tiene unas connotaciones aparentemente diferentes. Y se dice que “aparentemente” puesto que la lectura —según cultura, religión, filosofía, estilo de vida, etc.— que se hace es muy particular, muy posesiva.
La Llamada Orante de hoy nos incita a universalizar nuestras particulares versiones de personas, de grupos, de comunidades, e insertarlas en… otras aparentes y diferentes realidades.
Y son “aparentes realidades”, puesto que constituyen la actividad de la misma especie. Que, aunque se vean modificadas por su trayectoria y su ambiente, tienen la incidencia Creadora que envuelve a toda la vida.
Consecuentemente, la expresión que con frecuencia se ejercita, de: “¿Yo qué tengo que ver con eso? Ese es un problema de aquel, del otro…”. “No. Yo no tengo ninguna responsabilidad. Eso es un asunto entre… coreanos, americanos, europeos… Pero yo soy musulmán. Pero yo soy cristiano”…
Ese desentenderse de la dinámica de nuestra especie conlleva un demérito; un demérito hacia nuestra valoración, un exclusivismo absurdo y una pobre renta de exclusividad.
¡Sin duda, no somos todos iguales! Cada uno tiene y tiende a una propensión, porque cada uno ha llegado con una propuesta, con una misión, en virtud de La Creación. ¡Pero! insertado en esa vida; comunicándose con todas las vidas.
¿Se puede… se puede aprender a leer y a escribir?
¡Ah, sí! En multitud de lenguas. Pero es leer y escribir.
El hecho en sí es común. La particularidad del lenguaje es una expresión de la variabilidad de La Creación. Pero lo cierto es que debo emplear el lenguaje. Necesito expresarme… hablando, escribiendo, leyendo…
Es un ejemplo.
¡Es-tamos! capacitados para tomar consciencia de que nuestras acciones… no se quedan en el patio, en la casa, en el campo, en la ciudad. Inciden sobre toda la naturaleza viva. “Sobre toda la naturaleza viva”. Más clara y significativamente sobre la de la misma especie humana.
La consciencia —el despertar a ella— universalista de nuestras posiciones, actos, actitudes… no puede ser tampoco una obsesión, porque probablemente no logremos razonar… las implicaciones de nuestro ser, hacer y estar.
Ahora bien, si sabemos —porque nos lo dicen, nos lo revelan en oración— que nuestro proceder no se agota en nosotros, sino que se expande y se comunica con todo lo de naturaleza viva, poco a poco, recordando permanentemente ese sentido, nos iremos apercibiendo de la incidencia que tienen nuestras actuaciones, nuestras acciones, nuestras posiciones, nuestros silencios.
Por ejemplo: han transcurrido dos intensos meses de actividad en este lugar, en los que se ha mostrado, básicamente, la cosecha de un tiempo anterior. Pero, dado el sentido que cada momento ha tenido, y por la vocación de Escuela en la que se producen los procesos, evidentemente lo transcurrido no se ha quedado aquí, no se ha limitado a los asistentes, sino que se ha expandido a lo indefinido. ¡No sabemos!... Ha incidido en países, personas… Y somos tan solo una minúscula acción humana, guiada orantemente.
Y a poco que cada uno depare en ese transcurrir de intensidades en intensidades, ¡diferentes!, quizás no cueste mucho trabajo descubrir una Providencia que, como auxiliar —aunque es la fundamental, pero “como auxiliar”, por aquello de respetar el irrespetable protagonismo humano—, se ha hecho presente: Lo Providencial.
Es propio, en consecuencia, decir que… buscando, buscando un resquicio de ¡humildad!, procede un “dar gracias” a Lo Providencial, a Lo Invisible, a Lo Misterioso, a Lo Infinito, a Lo Eterno.
¡Y seguramente, al dar esas gracias!, nos podemos dar cuenta de... ¡de todo el auxilio! que se ha producido a lo largo de esta fracción de tiempo, de encuentro.
Las casualidades, las coincidencias, las sorpresas, los imprevistos, los inesperados, la suerte, la ayuda, la cooperación, la sencillez y la ‘humorización’… han sido oportunas y de repente.
A La Providencia se la cata, se la percibe por los “detalles”. Es tímida ante la egolatría del hombre.
¡Y en la media en que nos damos cuenta de ello!, nos descubrimos como mediadores, como intermediaros, como peregrinos que son llevados en brazos a través del infinito.
Y enseguida, ese pequeño detalle —¡por quizás haberlo nombrado!: Providencia, Providencial­— nos advierte, con el ejemplo, que no es que ya haya pasado: “ya pasó”. ¡No! Sigue y, por ponerlo en evidencia orante, nos promueve, nos exige, ¡nos incita!... a lo que se avecina: a ese ‘por-venir’, que ya está, y que ya reclama organización, previsión, ordenamiento, actividades, proyectos…
Pareciera que no hay descanso; y así se puede sentir, cuando se mantiene la consciencia de llegar, cumplir y… “ya veremos”. Pero si la consciencia está avisada de que es peregrina en Lo Eterno, hacia Lo Infinito, sabe que cada ciclo o ritmo es promoción para otros ciclos o ritmos que tienden, evidentemente, a engrandecer nuestra realización, a aclarar nuestra posición, a ‘virtualizar’ —en el sentido de “virtud”— nuestras acciones.
Cada “gracias” a Lo Providencial se corresponde con millones de “gracias” a nuestro entorno… humano, animal, vegetal, mineral…
Y además —y además—, esas “gracias” deben implementarse con el saber ver que en consciencia nos corresponde: ver la gracia de cada uno, de cada cosa, de cada circunstancia; la gracia, como aquella flor que se abre y nos muestra su belleza y su perfume. Aunque, en el criterio racional, nos parezca inadecuada expresión para algunas circunstancias doloras o dolosas…
Pero, ¡ay!... ¡Ay, lo que queda aún por ver!, que no se ve, y a lo que se está ciego… por el egoísmo personal; por el transcurrir de este sentido de vida, que tiende a aborrecer la misma vida y a utilizarla como esclavitud. ¡Ay!...
Por ello, aunque sea ¡momentáneo!, el ver esa gracia, esa belleza, esa originalidad de cada visión que tenemos del entorno, en personas y en cualquier acontecer, es otro de los llamados orantes de hoy. Igual que nos gratificamos y agradecemos y universalizamos, y nos sentimos comunicados, comunicantes, el agradecer a Lo Providencial implica el agradecer a lo pequeño, a lo cercano, a lo íntimo.
El recalar en esa gracia particular es como descubrir… —y no está muy lejos— descubrir el sentido original por el cual ese ser, ese detalle, ese acontecer, está ahí, ha venido; cuál es su sentido en su transcurrir.
Cada amanecer se hace sorpresa… porque, desde la oscuridad, la claridad nos permite perfilar nuestra presencia. Y esa presencia tiene el impulso, y se debe canalizar hacia la realización, hacia el servicio conjugado, compartido, congeniado, ‘colaborante’…
Esa vigilia de la luz, que nos perfila, nos permite recrearnos —“recrearnos”— en la belleza, en el equilibrio, en la armonía.
Que cada uno sea el vigía, como el faro en la costa, que avisa. Y, como vigía, referencia de no se sabe qué, pero que se aposte como remedio, como intermedio, como referencia por su buen hacer.
Limpio…

***

domingo

Lema Orante Semanal


Una Consciencia Secuestradora De Nuestra Presencia En La Creación

4 de septiembre de 2017

Y en la medida en que el ser de humanidad va… ¿descubriendo?, ¿aprendiendo?..., en cualquier caso, teniendo una versión de… el transcurrir de la vida, se vuelve progresivamente hacia una consciencia autónoma, hacia una consciencia de secuestro hacia lo que sabe, hacia lo que conoce, hacia lo que aprende, hacia lo que descubre. Y ello tiende a llenar el transcurso de sus días; si bien –si bien-, con criterios de evolución, se percata de que sus descubrimientos, sus aciertos… no tienen un carácter permanente, sino que cambian. O quizás es que nunca fueran así, como se vieron. Pero cada vez que se ven de otra forma, es esa la que impera y la que secuestra; de tal forma que la consciencia cotidiana se hace un gueto de relaciones, normas, leyes, costumbres, hábitos, manías, ¡ajeno!... –un gueto ajeno- a su presencia como… entidad viva en un Universo.


Podríamos poner el símil o la imagen semejante a… a la observación en un laboratorio: cuando se toma una muestra, o cuando se somete a algún animal a algún experimento, no se tiene en cuenta –porque no se sabe cuantificar- la influencia que tiene el sacar de su medio a lo observado, a lo investigado; y que, en consecuencia, va a cambiar y va a modificar su auténtica estructura.

No obstante, el ser se siente conformado, contento y descubridor.

Así que se podría decir que somos habitantes de un laboratorio, en el que nosotros mismos nos secuestramos de la vida que nos correspondiera, que nos corresponde, que nos sería propia, y nos sometemos a unas condiciones, a veces caprichosas, y otras… de pura curiosidad, pero sin la intención necesariamente amorosa que debería tener esa facultad: lo curioso.

El Sentido Orante nos advierte de cómo el ser secuestra, se secuestra… de un Universo capacitador, facilitador, generador, origen de su mismidad. Y en consecuencia, al estar separado, todas las deducciones que en principio se obtengan… son erróneas.

Pero la situación se hace grave cuando la mayoría de la mayoría están en esa posición, y no se hacen conscientes, no toman posición y alerta ante una vivencia errónea, sino que se manejan con ese error; se estructuran con el error.


El Sentido Orante advierte de esa desconexión. Y es la función –una de ellas- de la Oración, sintonizar al ser con su Creación, con la Creación, con lo creado; y que, así, sea capaz de investigar su estar, su hacer, su desarrollo, en el contexto… ¡en el contexto de esa universalidad!… y no en el secuestro de un laboratorio.

Y es así como realmente podríamos salir del error y, de paso, del terror, del horror, del miedo, del ‘deshumor’… y entrar en la visión de un creyente ignorante, en la que lo que aprende, descubre, curiosea e inspecciona… no es más que un reflejo de lo que en verdad es.


Y consecuentemente, en nuestro vivir –bajo la influencia de lo que nos comunica con la Creación: la Oración-, hagamos de ese vivir un desarrollo en el que siempre… –palabra demasiado eterna- se aplique el recuerdo, al menos, de que nuestros parámetros habituales –en los que vivimos- no son los ciertos, sino que son parámetros manejados, manipulados, y obtenidos del secuestro de la idea de la presencia del hombre en el seno de una Creación.

Así, la oración nos descubre nuestra petulancia, nuestra vanidad, nuestro egocentrismo, nuestra soberbia… Y en la medida en que esos factores se diluyen, aunque indudablemente incrementen nuestra ignorancia, sí nos sitúan ante la capacidad de recrearnos e interpretarnos de manera universal, de forma creativa, con actitud de misterio, con la sorpresa consiguiente, con el imprevisto acontecer ¡y la necesidad de su lectura!

Empezar a aprender el lenguaje de la casualidad, de la suerte, de la fortuna, de lo imprevisible: ¡lenguajes de la Creación!... sobre los que tenemos una capacitación para escuchar y descubrir.

¡Claro! No podemos ponerlo en el laboratorio. No podemos secuestrar el lenguaje del Misterio. Pero podemos vivirlo e interpretarlo.


Habitualmente, ante este planteamiento orante, el ser pronto rehúsa aprender ese lenguaje, esa llamada que se le hace, por… porque no puede dominarlo, porque no puede controlarlo, porque no está de acuerdo.

Ni siquiera se siente de acuerdo, a veces, con el amanecer y el atardecer. Ni siquiera a veces está de acuerdo con que el alma calma su sed… con una sonrisa.

Es como una batalla de desacuerdos permanentes, en los que el poder del secuestro termina convenciéndole –porque lo domina-, y el miedo libertario a la ignorancia –desde la óptica del saber poderoso- no le permite abrirse a otras perspectivas. Así que habitualmente se abandona.


Pero, si nos llaman a orar –y en ello estamos, y en ello nos descubrimos en una posición-, es para que, de forma habitual –habitual, habitual, habitual-, ante cada situación en la que manejemos certeza, seguridad, ley, orden, verdad –ante cada una de esas situaciones-, nos replanteemos cuál sería la versión real de la opinión que tengo… sobre mi hija, sobre mi perro…

En el hábito de “re-visar” –en el sentido de visionar de nuevo cualquier posición que haya sido aprendida, estudiada, heredada, impuesta o teóricamente propia-, en cuanto ponemos la lupa de que pertenecemos a una Creación, las conclusiones y el comportamiento van a cambiar.


Sí; porque la perspectiva con la que se observe nos da otra versión. Quizás no muy entendible; quizás algo difusa. Seguramente. Pero ya estaremos desencajándonos del anclaje del secuestro. Ya no consideraremos a nuestro secuestrador como “bueno”, como “inteligente”, como “capaz”, “en definitiva vivo gracias a él”, etc., etc., sino que empezaré a darme cuenta de mis ataduras; y de cómo las he hecho placenteras, cómo admiro a mi secuestrador –que soy yo mismo, que es mi sociedad, que es mi cultura, que es mi… “mi”, “mi”-, y qué poco he dejado entrar la luz del amanecer, y he permanecido en la penumbra… afirmando que ¡eso es lo que se debe ver!

Ejercitar lo orante en el cotidiano hacer… es la verdadera esencia del creyente.









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