miércoles

Lema orante semanal

IMPORTANTE
19 de septiembre de 2011

Desde la óptica orante es necesario conocer, reconocer, cuál es el grado de valor, de significado, ¡de importancia!, que el ser otorga a esa relación… un tanto delirante ¡o sicótica!, o ¡extraña!, como puede ser orar.
Si bien –¡si bien!-, quizás por repetidas plegarias a lo largo de la historia, se acepta aún como permisible.
Pero cierto es que en la medida en que se crece económicamente, culturalmente, científicamente, ‘tecnológica-mente’, la mente… la mente se ocupa de desarrollar lo importante, darle importancia a aspectos que puede –la mente- controlar, manejar…
Y, en cambio, la mente desecha aquello que no es tangible, medible, valorable…

La consciencia de cada ser -en condiciones… medias- destaca por su visión a propósito de sí mismo.
Y, en ese sentido, lo importante es él –el mismo ser-. La importancia así es ‘per-sonal’.
Así, cada persona desarrolla un nivel de importancia, en torno a su persona, que se convierte realmente en ¡culto!; no de “cultura” sino de “culto” de adoración, ¡de iglesia!, ¡de templo!
Cierto es que puede parecer exagerado; pero al fijarse en el comportarse, resalta demasiado la precaución, el cuidado, la alerta, la previsión –¡mmmm!- y esas áreas personales que solo el importante conoce.
Dicen… dicen –y lo han dicho mucho- que el ser humano es un ser social.
Pensándolo bien bien, bien, bien, bien -en plan bueno, ¡eh!-… ¡pfff!, depende de lo que se entienda por “social” o “suciedad”, porque la “sociedad” puede decirse “suciedad”.
Si nos ponemos en el sentido de bien, la importancia social del ser es francamente deficitaria.
Si la importancia personal llegaba al culto hacia las propias ideas, conocimientos, sensaciones…, la importancia social se maneja en torno al dominio, al poder, al manejo, a la productividad, a la esclavitud, a la imposición, al castigo, al premio… ¿Eso es social?

Esta semana –ayer… hoy…; no se sabía exactamente cuándo- íbamos –¡pero esta semana!-… íbamos a llegar, como especie, a siete mil millones. ¡Siete mil millones de importancias!
Socialmente -volvemos otra vez a la importancia social-, América… ¿cómo esta?; África… ¡está!; Oceanía… ¡pffff!; Asia… ¡pa´ qué?; Europa… ¡se resquebraja en sus ahorros!
Esto, socialmente hablando ya desde el punto de vista más culto, es un grandísimo fracaso… -¡como especie!-.
A pesar de eso –porque eso pesa-, la especie continúa; continúa arañando las entrañas de la Tierra, continúa bloqueando el libre comercio del aire, continúa especulando sobre las especies…, ¡continúa manipulando a su propia especie!
Así que quizás el mito –mito… o el pito- que decía que el ser humano era un ser social… ¡pues va a ser que no! Se relaciona, sí, sí, sí, sí, se relaciona; pero se divorcia continuamente de su propia estirpe.
Se protesta significativamente de sus propios allegados. ‘Conflictualiza’ cualquier relación afectiva.
¡Oh, sí! Sí, sí, sí, sí, sí, se puede pensar que es una visión dramática.
¿Dramática? ¡Oh, sí, sí, dramática!
Quizás los números –¡los números!- nos aclaren la importancia social cómo está. ¡Brrrr!
Cada pocos segundos una criatura muere de hambre o de sed. Cada veinte, alguien se suicida, y diecisiete o dieciocho lo intentan, pero fracasan… hasta la próxima.
Hectáreas y hectáreas de terrenos válidos para el alimento… se queman, se deforestan para obtener otro tipo de beneficios; pero, mientras tanto, la comunidad humana se deteriora.
Hay alimentos para todos, pero… pero socialmente no interesa. Y hay hasta continentes enteros como al que pertenecemos -África, según National Geographic-, que tiene que subirse a una patera para poder comer; queríamos decir: para poder beber agua salada.
Podríamos inundar la sala de datos y de cifras que muestran, con la frialdad de los porcentajes, que… un detalle: el cuarenta y algo porciento –es decir, no llega al cincuenta pero está cerca- de los habitantes de Europa padecen algún trastorno mental –¡je!-.
¡Qué sociedad!
¡No! ¡No, no, no! ¡No, no, no! No… no es pretensión del sentido orante regodearse en lo terrible, ¡lo dramático! ¡No, no!, es todo lo contrario; pero hay que ¡saber! cómo están las importancias, para que a la hora de importar algo… pues importemos algo que nos pueda ayudar a ser… ¡a ser! -lo dejamos así: ¡a ser!-.
Se importan plantas medicinales, se importan tecnologías, se importan Kalashnicovs, se importan pistolas, se importan granadas, se importan minas antipersonas… Bueno, en nuestro caso, nosotros las exportamos –quiero decir, en España-, pero compramos otra serie de cosas.
No es por criticar, ¡eh!, pero con toda la importancia que se le da a la familia, por ejemplo… No es por importunar, ¡eh!, pero… pero ¡manda carallo, eh!, ¡cómo… -socialmente, como importantes- cómo están, eh!... ¡Jo!
El padre y la madre… pues ¿qué… qué decir! Pues se aguantan. ¿O no? Aunque ella es una santa, ¡claro!, y él es un buen hombre.
¡Qué pareja hacen la santa y el buen hombre!, aguantándose ahí malamente; uno intentando estar a flote y la otra tirando p’abajo. Pero se llevan bien, ¡eh! Fíjate, llevan treinta y cinco años juntos, y aún no se han matado.
Pero la familia tira, ¡eh! ¡Hombre, claro que tira! ¡Piedras!, todas las que puede.
Entonces, mientras uno se divorcia, el otro mata a la otra, la otra se come al otro…
¿Saben que en un país muy conocido aquí, que se llama… Colombi… Colombi… ¡Colombia!, ¡eso!, pues han descubierto una organización que se llaman “las damas negras”? ¿Saben a qué se dedican?
A… primero casarse bien para tener una familia –¡eh!- y luego que el marido haga un buen seguro de vida. Y una vez que tiene la vida asegurada, se lo liquidan para cobrar. Es una organización, ¡eh! No vayan a pensar que es una persona sola, aislada. ¡No, no!
Están organizadas. “Las viudas negras”, “Las damas negras”… ¡¿Pero qué es esto?! ¿A cuántos hombres se han cargado? Que... ¡murieron de fallo cardiorrespiratorio!… ¡De eso normalmente suelen morirse todos! ¡Jo!
Tú vas tan buenín, pensando que tienes cualidades, la chica te dice que nunca ha conocido un hombre como tú… Tú te lo crees –¡pendejo!-… Luego, entre cama y cama, pues te dice:
-¡Oye! ¿Tú has pensado en el futuro, Manolo?
-¡Hombre, claro!
-¿Qué será de nosotros si faltamos alguno?
- ¡Pues es verdad!
- Pues ¿por qué no hacemos un seguro?
-¡Pues claro, hombre! ¡Qué bruto!, no había caído. ¡Pues venga, háztelo!

Una vez hecho, la Antonia… pues se encarga de sus malabares:
-¡Oye, Manolo, ¿tú qué pastillas tomas?!
-Yo tomo estas para la tensión y estas otras para la próstata
-¡Ah, qué interesante! Es bueno que lo sepa, ¡eh!, por si acaso un día se te olvidan…

Y así, poco a poco, va disolviendo la dama viuda… digo… todavía no… negra, pues va disolviendo pastillita y pastillita hasta que un día le da un síncope a Manolo.
¿Quién va… quién va a investigar?, si sabían ya que tomaba pastillas para la tensión y para la próstata… Hay problemas…-efectos secundarios-; todo el mundo lo sabe. Y todo el mundo sabe que es más peligroso ir a un hospital que montarse en un avión.
Entonces, se le hace un buen entierro a Manolo, se le crema por si acaso, y luego pues… pues eso… ¡a vivir, eh!
Aquí parece –en estos casos, ¿verdad?- que la importancia personal se impone a la importancia social. Y la importancia social deja mucho que desear.
El núcleo central de la sociedad dicen que lo constituye la familia; y es cierto. ¡Vaya núcleo!, ¡vaya DNA!, ¡madre mía!
Así que no hay que especular mucho –¡no!- para ver que la importancia social y el socialismo humano dejan mucho ¡mucho que desear!
Y la importancia personal cabalga por doquier, reclamando sus… dones, ¡sus derechos!, sus importancias, importancias… importancias…

Y haciendo un aparente salto –pero muy aparente, ¡eh!-:
Recientemente –más o menos “mente”-, su… su majestad –no, no se le llama “majestad”, pero no me parece oportuno en una oración llamarle “santidad”- el Papa, en este caso Benedicto XVI, visitaba un campo… que en otro tiempo fue de… ¡un campo! Donde no se cultivaban precisamente lechugas, sino que era un campo de concentración; donde se concentran las personas, para lo que sea: para una manifestación, para hacer pan, para… ¡no sé!..., o para dar como… se puede decir “para que se dignifiquen por el trabajo” –eso constaba en la entrada de ese campo de concentración-.
Sí, sí, sí, sí, sí. Sí, parece ser que en esos campos pues… –por aquello de la importancia social- a los que eran feos los quemaban un poquito, y a los que eran ya demasiado feos… pues los reciclaban en humo –en humo, sí, humo: eso que sale de los cigarros-, y bueno, pues… dejaban en manos de Dios que eso se organizara de otra manera y que nacieran más bonitos. ¡’Hate tú!, ¡’hate tú!, ¡’hate tú!
Bueno, el caso es que cuando llegó este hombre –y no es la primera vez que pasa- a ver aquello, y ver las condiciones en que vivían… o que vivieron los que pasaron por allí -el poco tiempo que vivieron-, pues… dijo… sin mucha importancia personal o… ¡bue...!, ¡bueno!, ustedes lo decidirán… -y a propósito de la oración- dijo: “¿Y dónde estaba Dios cuando pasó todo esto?”.
Porque le dijeron los datos, ¿no?: “Pues aquí, en humo y en polvo convertimos como… dos millones, ¡je, je!”.
-¡¿Dos millones?!... ¡¿Tanto?! ¿Tanto feo había?
Es una expresión para sonreír a los que –de esa manera- se fueron… ¡obligados!

Sin pensar mucho -sin pensar, sin pensar mucho, ¡eh!-, si… si… la importancia –y el ser se dispone de forma importante a orar, en relación a la Creación y a la Fuerza-… ¿cómo… cómo se valoraría un pensamiento de este tipo?: “¿Dónde estaba Dios cuando ocurrió esto?”.
También preguntan muchos –debe de ser que lo están buscando-: “¿Dónde estaba Dios cuando lo de las Torres Gemelas?”, “¿dónde estaba Dios cuando las explosiones de Atocha?”…
¡Ahora todo el mundo buscando a Dios!...“¿Dónde estaba Dios en la Guerra de los Cien Años?”, “¿dónde estaba Dios en la Segunda Guerra Mundial…, en la Primera Guerra Mundial, en la Gran Guerra?”, “¿dónde estaba Dios en la Guerra de los Cruzados?”.
-¿…?
¿No dicen que al séptimo día descansó?... Pues descansa.
Y no es bueno el despertar a las personas si no quieren, ¡eh!; porque les puede dar… ¡susto!
Imagínense que Dios se despierta ahora y ve todo lo que hay…. ¡Qué susto!, ¡qué susto! Y ya no tiene Sodoma, ni Gomorra, ¡ni nada! ¿Y… y a quién… a quién… a quién…a quién va a elegir para una nueva dimensión?... ¿A un neoyorquino, a una gallega o a un africano?, ¿a quién?... ¡A ver, ¿cómo hace la selección?!
¡Aunque Él se sabe el DNA de todos!, ¡eh! –el DNI no, el DNA-.
¡Ya lo ves!, ¡fíjate!, ¿dónde estaba Dios?... O sea, vienes a enmendarle la plana y preguntarle:

  1. ¡Oye!... ¿cómo…? ¿Y Tú… qué hacías, hombre?, ¿por qué no te has preocupado de… de ver lo que les pasaba a estos… “ragarciños” convertidos en humo…?
  2. ¡Pues ya lo ves!
El don de la importancia personal llega a tales extremos que se hace difícil orar, porque… el que más o el que menos dice: “¡Bueno!, y acuérdate de mi padre, recuérdate de mi amigo Antonio –que está pasando un mal momento-… ¡Oye!, no te olvides de echarle una mano a Jacinta –que le ha salido un grano que no me gusta nada…”.
Total, que se pasa el paisano con una lista una hora, pidiendo más que un cura –que es difícil, ¡eh!-, pidiendo y pidiendo… Y… total, cuando ha terminado, dice: “¡Bueno!, y sobre todo no te olvides de mí, ¡eh!”. ¡Je!... ¡sobre todo!, ¡eh!
O sea que… también –con buena intención- el hombre cuando ora pues… se acuerda de los demás -por lo que les interesa-, pero luego: “Sobre todo, pues… no… ¡Acuérdate…!, ¿no? Acuérdate que, en vez de estar aquí, ‘traballando’ y haciendo cosas, podría estar en Acapulco… pescando pulpos, ¿no?, como «María Bonita, María de mi alma». Porque ¡hay que ver qué poco te acuerdas de mí!, ¡eh!, con esas playas que hay por ahí… y yo aquí, en la Manchuela. ¡¿Tú crees que hay derecho?!... ¡Estoy como una tachuela!... ¡Con lo bien que se vive en Tailandia siendo rico!, ¿y por qué me tiene aquí de pobre?, ¡si no tengo ni para comprar una pantera, fíjate!, ¡qué desgraciado soy! ¡¿Por qué te has olvidado de mi?!”.
Y Dios –que debe de ser muy sabio- se calla. ¡Claro!, porque es como cuando el niño empieza a decir: “¿Y por qué no me compras un coche?, ¿y por qué no…?, ¿y por qué no me traes una novia?, ¿y por qué no… me regalas un pastel?, ¿y por qué no…?”.
Y te empieza a pedir, a pedir, a pedir… Y hace lo mismo que si estuviera rezando un adulto.
¿Y tú qué haces?... Pues o te callas, o le das un “sopapo” –en un país que esté permitido, porque ¡como lo hagas en otro…, te pueden llevar preso!-.
“So-papo” –para las personas que practican otros idiomas-… “sopapo” es como… -¿cómo decir?- Es darle, con una cierta intención, con la palma de la mano o con el dorso –según el castigo que se quiera infringir- en… la boca –en los labios, quiero decir; en los labios, ¡sí!-. Se le da un sopapo, “so-papo”, porque viene de: “¡sooo, papo!”, que significa, que significa: “¡basta ya de comer, basta ya de papear!”, pero con el tiempo, para hacerse cursi, en vez de “basta ya de comer” –porque comes mucho y nos vas a arruinar-, pues se le da un sopapo para castigarle, para que no vaya a comer más.
¡Bueno!, quizás esto no aclare mucho la cosa, pero se trata de un leve golpe de atención, en el área de los sentidos –y más concretamente en los labios y en la zona de mejillas... ¡Sí!, es que está todo muy cerca-, ¿no? Y…
Y ¡bueno!, pues le das el sopapo porque ya está bien, ¿no?
¡Claro!... pero en algunos sitios no se puede hacer, porque llega el niño y te denuncia y… y te llevan preso. Y te castigan y te llevan a un centro de re-educación.
No vayamos a decir que el sopapo está bien o no, pero los que hemos vivido en la época de los sopapo… ¡eso sí que era un campo de concentración!... Sopapo pa’ rriba, sopapo pa’bajo… Y no se limitaban a un sitio, ¡no!, te cogían todo el cuerpo… Sí. ¡Hombre!, había casos graves como palizas y esas cosas, pero…
Y otras veces tú decías, y pedías, y pedías, y pedías… y te decían: “¡No!, ¡no!, ¡no!”... Y, al quinto “no”: “¡¡Te he dicho que NO!!” –por si acaso no oías; porque había niños sordos, ¡eh!-.
Y otras veces, los padres más cultos… simplemente no te respondían.
“¿Pero me has oído, papá? ¿Me has oído, mamá, que te he pedido?”.
Entonces, el padre culto miraba –con tal forma y flecha en sus ojos- que atravesaba la garganta del que pedía. Y no se te podía volver a ocurrir preguntarle: “¡Oye!, ¿por qué no me compras una muñeca nueva?”.
¡Ni pa’tres!

La importancia, si falla lo social… -y falla, falla, falla- y si lo personal está cargadísimo de… de… de… de importancia, pues ¿cómo… cómo… cómo abrirse a otra realidad?, ¿cómo abrirse a otras dimensiones?, ¿cómo sintonizarse en la vibración creadora? –que no hay que ser muy inteligente para saber que está ahí-.
¡Difícil!
¡Y se dice que sí!… ¡Y se razona que sí!… Y… y sí, pero…
Luego, se pueden descubrir –salvo excepciones- que los abismos entre la persona con sus caretas y sus viandas… y el don de la importancia trascendente… La distancia es inmensa.
Y es bueno saber cómo se está y cómo se maneja, para movernos en inmensidades.
¡Oh, sí!, ¡inmensidades!, porque en la medida en que sabemos que hay inmensidades de… ¡Aaaahh!, ¡existe lo inmenso!... Y yo, tan importante personalmente, solo llego a… al barrio de la esquina, o como mucho a San Clemente, porque es el único santo más cercano que tenemos. Porque lo demás, fíjate: ¡Pozo Amargo!… “los guisantes”, “lo Sisante”… ¡La Roda!…
No vayan a pensar que estamos orantemente degradando esas localidades. ¡No! Son las que nos toca.
¡Y créanlo! ¡Créanlo!: en inmensidades enormes, también en “La Manchuela” está Dios… ¡Ja!... ¡Ja, ja, ja!, ¡claro!, normalmente se suele pensar que está en el Vaticano, en la Meca y en sitios así muy concretos, ¿no?, donde uno va… a Lourdes a… ¡pfff!... yo qué sé…
¡Pues no!
Si sé –entre bostezo y bostezo- que la inmensidad es una mesura, una medida que existe… y estoy inmerso en ella, probablemente la importancia personal y social se puedan empezar a modificar.
Y, cuando me disponga a orar ante Lo Inmenso, no lleve el papel de recomendaciones, ni tampoco el don importante personal de “¡por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa!”, sino que me disponga a estar en Lo Inmenso, y valorar y evaluar dónde, cómo y de qué forma estoy. Descubrir los pequeños momentos en los que raudo y veloz Dios pasa por mi lado, ¡y me toca con la suerte!, ¡y me llama con el silencio!, ¡me reclama con la casualidad!, ¡me susurra con la coincidencia!... y me cuida y me cuida… para que pueda tener consciencia de la inmensidad… ¡en Lo Inmenso!
Sumergido en ello, se disuelve toda importancia, desaparece la importancia, y el ser se hace inmenso, ¡inmenso en su regocijo!, en su abrazo, en su entrega, en su hacer, en su disposición.
Inmenso en la inmensidad de Lo Eterno ¡Vibrante!, ¡Expansivo!, ¡Misterios!, ¡Operativo!

¡Inmensidad!


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