domingo

Lema Orante Semanal

 

ES EL A-MAR, EL RECURSO

 

11 de marzo de 2024


Se hacen extensas las manías, las inseguridades y los prejuicios.

Avanzan las animosidades, los sectarismos y los radicalismos personales... como si todo fuera el anverso del verdadero sentido de vivir.

Sí. También parpadean –“parpadean”- virtudes y propuestas y proyectos, pero lo hacen de manera... subterránea, cuidadosa y temerosa; aunque encierran, sin duda, valentía por apostar hacia... la bondad innata del ser, heredada de la Bondad Superior.



Y quizá lo preocupante ­–nos advierte la Llamada Orante- es que, cada vez con más facilidad y con menos esfuerzo, el ser se expresa vanidosamente, groseramente, vulgarmente...

Como si se hubiera cambiado de moneda, y ahora la que hay en curso es otra. Y es la que vale: insultar, criticar, propagar aconteceres falsos...; predominio egocentrista y desapego de lo solidario y de lo atento. Lo amable queda por allí, rezagado.



Pareciera –¿verdad?- que siempre hay un motivo para quejarse. Y con ello, juzgar; y con ello, condenar; y con ello, disparar.

Pareciera que la latencia violenta está ¡ahí!... aguardando cualquier momento para atacar.



Y se hace... como un gen predominante que se transmite. ¡Contagioso!

Y lo que es más llamativo: sirve de patrón de referencia.



Y cuanto más ataques, critiques, condenes… pareciera –socialmente- que tienes más valor, verdad…



Bajo la óptica orante, podemos ciertamente caer también en desacreditar nuestro tránsito de vida, y culparlo en el nombre de… ¡de Dios!

Pero el Misterio Creador no condena, no persigue, no tiene prejuicios, no…

No es humano... Aunque, misteriosamente, lo viviente emane de su infinita decisión.



Llamada Orante” advierte, avisa, sugiere, promueve, desarrolla... Pero todo ello emana de una Misericordia, de una Bondad; de un impulso misterioso... ¡que no nos persigue!; que le gusta vernos volar, que le gusta vernos sonreír, que le gusta vernos idealizar, que le gusta vernos conciliar.



Sí. Atrevida es la Llamada Orante que se atreve por apostar... –otra apuesta- se atreve por apostar hacia una conversión, hacia una transfiguración del trayecto que lleva esta materia viviente humana.



Pero no porque confíe... en nosotros. No. Porque se sabe conocedor de sí mismo.



El protagonismo de la consciencia humana llega a pedir a lo Divino que confíe en él.

¿Qué lo Divino confíe en nosotros? ¿Es una broma o…?

Trastocada consciencia, la que se erige en centro de la Creación.



El Misterio Creador es una… o es “la” referencia de vivir.



Y, bajo ese criterio, no tenemos ninguna... –subrayado- ninguna ascendencia sobre los planes divinos, los designios de la Creación. Ninguna.

Por eso, esa expresión popular que dice simplemente: “Que sea lo que Dios quiera”, no. Habría que mejorarla: “Será lo que quiera. Será lo que Dios quiera”.



Es semejante –salvando las distancias- a la criatura recién nacida, que precisa “inevitablemente” de la atención de la madre.

Será lo que la madre decida. Si la alimenta y la cuida, saldrá adelante; si no…

Y ¿qué suele hacer...? –bueno, por seguir con el mismo ejemplo- ¿y qué suele hacer la madre?: cuidarlo, alimentarlo, limpiarlo, hablarle…

¿Lo insulta?, ¿lo considera feo?, ¿le reclama más intelectualidad?, ¿lo castiga cuando no duerme?…

No, ¿verdad? No.

Hay aberraciones, sí. Pero lo apremiante y lo que sale por necesidad innata es el cuido, el abrigo, el consuelo, el alimento… Y eso constituye un motivo complaciente.

Ahora, traslademos este minúsculo ejemplo a la Creación y a lo creado, y su relación.

¡Cuánto más no emanará del Misterio Creador hacia sus criaturas...!

No es algo que está ahí para castigarnos. Es lo que Es y lo que Está... para expresarse en todas las criaturas. ¡En todas!: en la hormiga, en el elefante, en el hipopótamo, en el águila, en el ser humano.

Es-Está”, como referencia para acercarnos un poco. Porque ni Es ni Está. Se sale de los parámetros que defendemos como verdades absolutas. Pero, bueno, de momento, sabiendo que no lo son, se usan para... salir del paso.

Pues sí. Es el que Es, el que Está y... el que produce, el que engendra, el que muestra, el que regula, el que sabe... cada segundo de lo que pasó, de lo que pasa y de lo que pasará.

¡Y en una esquina!... –seguramente, seguramente- en una esquina de esa consciencia animosa del ser, está el vector que nos hace despertar, seguir, continuar.

Y a veces creemos que es nuestro, y no. No. Es como una pila que nos recargan o ya está cargada o... ¡quién sabe!, pero no es nuestra. Nos movemos y actuamos y nos ejercitamos porque está la pila, si no…



Pues bien. En esa esquina, si nos referenciamos con esa promoción constante, tendremos la... –permitamos la palabra- la clarividencia de dejar de juzgar, condenar, criticar… y entrar en preguntarse, en descubrir. Porque va dejando –va dejando- signos, señales, que nos orientan hacia... hacia dónde.

Y ese otro dicho popular de que no hay mal que por bien no venga, sería utilizable en nuestra consciencia para preguntarnos:

Esta iniquidad que campea como la verdadera posición, que ataca, que vende, que engaña ¿tiene detrás el aval de la bondad?”.

Difícil de ver. Muy difícil.



Pero lo difícil no es imposible.

De hecho, somos imposibles que permanecen en un lugar de la Creación, del Universo.



Cualquiera –supuestamente-, contemplándonos desde otras dimensiones, diría:

¿Qué... qué sentido tiene todo eso que ocurre en esa bolita azul...?

¿Por qué esa singular excepcionalidad, al lado de la grandiosidad luminosa, oscura, insondable e inabordable, de la Creación? ¿Ha sido un fallo creacional?”.

No hay fallos.



Podríamos decir, más corriente y vulgarmente: Dios no se equivoca. ¡Cómo va a ser!...”.

¿Y nosotros, sí?



Si somos –como se dice- “hijos de Dios”, ¿es que acaso el hijo no se equivoca con respecto a la posición del padre? Por seguir la trama familiar. Iba a decir la “trampa” familiar, pero salió la trama para... no sé.

El introducir la equivocación como fallo, como error, ¡no! No. La llegada singular que vivimos, por el hecho de vivir, es excepcionalmente impecable.



Sí. Y podríamos decir, en plan justiciero:

.- Sí, pero... ¿y lo que hace?, ¿y lo que mata?, ¿y lo que persigue...?

.- Sí... ¿Y qué?



El “¿y qué?” parece... que no importa la transgresión y los exabruptos del vivir humano.

¡Sí! ¡Claro que importa! Pero es parte, es expresión de un Misterio que transcurre. Y si nos damos cuenta de ello, emanará de nuestra actitud esa esquina de redención, de misericordia, de bondad, de comprensión, de escucha.

¡El amar no puede ser una daga que se clava!... por venganza, por razones o… Eso no es amar...

Eso es querer imponer, controlar y dominar. Y quedarse en la consciencia limitada, parcial, de la condena o el aplauso de un acontecer.




Si, por un instante, el ser deparara en el esfuerzo que supone el agredir, perseguir, atender a la defensa y al ataque, y se diera cuenta –y no es especialmente difícil- de lo fácil, ¡sin esfuerzo!, que supone el conversar, estar, ayudar, colaborar, aliviar, consolar…



¿Y si en vez de condenar, redimo?

¿Y si en vez de atacar, converso?

¿Y si en vez de condenar y ajusticiar, perdono?

Y aligero mis pieles duras y curtidas, y las convierto en plumas ligeras y frágiles, de esas que se juntan y alzan el vuelo.



En esa facilidad sin esfuerzo, cuando descubrimos que de esa esquina emana una elipse, una serpentina voladora que “sin esfuerzo” se muestra, se da...



Es el A-mar, el recurso; como así hace al evaporarse... y darnos la lluvia gratificante que nos permite nutrir y fecundar.

Es el Amar intrínseco de nuestra consciencia, el que nos hizo sobrevivir al llegar; el que nos cuidó y el que nos empujó a... saltar.

Es el A-mar, como piedra filosofal: la que convierte y transforma –como alquimista- todo lo que toca, en inmortal, en brillante, en apreciado, en generoso.



Disponernos… disponernos hacia una redención inevitable.

Posicionarnos hacia una bondad cotidiana.

Abrirnos a un estar sin condenas, sin juicios ni castigos...; a ser adoradores del amor del A-mar, expresado en el respeto, en la admiración hacia los otros y en la disposición a servirnos.



La Piedad nos acoge en cada desvarío. Está ahí para resarcirnos, para situarnos en la brillantez, en la esperanza permanente de lo imprevisto, de lo inesperado, de lo asombroso, de lo descubierto.



Pie-dad.





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