domingo

Lema Orante Semanal

 

La translúcida posición: 

ser lo que se es

29 de enero de 2024


Amenaza sin miedo el ama-necer. Amenazan sin miedo los que nacen por amor.

Y con puntualidad acude la luz, y la infinita e inmensa oscuridad de Misterio se nos muestra generosa, complaciente, bondadosa.

Y con ello nos libera del pensar en lo oscuro, bochornoso y malo..., y lo claro, bendito y santo. Y nos afiliamos a una disolución de lo dual y a una impecable precisión del influjo, hacia lo viviente, de ese Misterio Creador que se cimbrea en la lluvia. Que en cada gota va un mensaje. ¡Ay! Que nos reclama –en cada novedad, en cada imprevisto, en cada inesperado-... nos reclama una respuesta, una actitud ¡sin agobio!

El Misterio Creador no es un francotirador. Es una precisa, oportuna e inconmensurable posibilidad; “posibilidad” como... no entre la duda de o no, sino posibilidad en cuanto a lo infinito de sus recursos.

Y a cada ser le toca una de esas gotas, y le hace mensajero. Y es necesaria esa gota. Y cualquiera podría decir: “Bueno, una gota menos…”. No. La pulcritud de la Creación es insondable. ¡Sí!, de vertiginoso caer en el abismo. Y aun así nos sujetan y nos amortiguan para que realmente mostremos y ejercitemos nuestro mensaje. ¡Sin retraso!... Con el apunte preciso de la oportunidad adecuada. “Con el apunte preciso de la oportunidad adecuada”.



Y es así como el ser sintoniza con la Creación y sabe posicionarse. Un “saber” sin estudio, sin preparación. Un “saber” que se deja llevar.

Como decía el salmo: 1Llévame en pos de ti.

Y ese “ejercicio” –llamémoslo así- no es un maniqueísmo esotérico –con respeto a todo ello-. No. No es un maniqueísmo esotérico. Es una practificación en el estar. En el “buenos días”, “hola”, “qué tal”; en la sonrisa, en la seriedad.

Es mostrar las transparencias.

Ese don de importancia personal que nos ha hecho –y que pretende hacernos- sólidos bloques inamovibles e irreductibles, racionales, sedentarios y obtusos, en realidad, todo eso es una transparencia. Pero el hedonismo, al perder lo importante –que es “destacar”-, hace que esa transparencia se vuelva espesa, densa. Deja de ser translúcida.

Y la Llamada Orante nos invoca a esa transparencia, la cual no impide la intimidad, la silenciosa posición, la trayectoria del mensaje personal...

Ni somos cristales rotos ni opacos, ni somos transparencias expuestas a ser pintadas, golpeadas o... a esconderse para no romperse.

Lo traslúcido del ser no tiene miedo. Se expresa en lo adecuado, en la oportunidad que surge, que reclama. ¡Y nos sorprende, y sorprendemos! Y eso es el reflejo traslúcido y es la innovación creativa, expansiva.



La Llamada Orante nos recuerda que la Especie Vida es un acontecer insólito e insondable, y que tenemos que ejercitar esa consciencia, a la hora de estar, en la que todos son imprescindibles y necesarios. Que los que están, los que transitan y los que aún no están... son absolutamente necesarios.

Y en esa necesidad está el que cada ser aporte sus bondades, ¡sin esclavitud!, sin renuncia a su mensaje. Porque cierto es que, en la comunidad de la materia viviente humana, se da esa posición sacrificada, de renuncia, para que otro progrese.

Eso es una ofensa al ama-necer. ¿Acaso cuando amanece –nacemos por el Amor-, el Universo hace un sacrificio? ¡No! No es “no”.

Pero en lo convivencial es fácil que, para que uno resplandezca u obtenga o tenga o logre o alcance, tiene que llevar una corte de sacrificados, esclavos ‘renunciadores’ de su mensaje.

Y no por ello –“y no, por ello”- negar el servicio, la abnegación en ocasiones, la dedicación, por una transparente necesidad. ¡Claro! Pero sin que ello constituya un sacrificio. Porque hay más sacrificios humanos de los que parece, y que se cuenta en la historia como “¡algo que pasaba en el imperio maya!”, como “algo que pasaba en…”.

Algo que pasaba… ¡y pasa!

Si no, que se lo pregunten a lo femenino: si pasa o no pasa.



Con-viene –de “lo que viene con ello”, que es lo que nos lleva-, en ese translúcido instante, saber ser servidor, pero a la vez, en el servicio, ser servido. Que forme parte de nuestro destino. Un destino que no es un fatalismo protagonista, no. Un destino que es el “tino” que tiene la Creación para que cada ser disponga de su virtud, con la cual ha sido dotado por necesidad del misterio de la Especie Vida, del misterio de la materia viviente.

No hay rebajas. No hay aplazamientos. No, “lo dejaré para luego”; no, “más adelante ya veremos”. Insistimos: ¿acaso llega con retraso el amanecer?



La luz se abre camino por la bondad insondable de la oscuridad. Y hasta la egolatría luminosa admite que el Universo es oscuro en materia y energía, y no es... conocido. Es Misterio. Pero es “Creador”.

Y en ese símil o en esta muestra, podríamos decir que cada ser es un translúcido instante en la insondable oscuridad. Y, en consecuencia, somos –cada uno en sus distintas posiciones- ese “luminoso” que nos alumbra... y que la Creación utiliza para llevarnos.

¡Aleluya!



Sí. ¡Aleluya! porque, de ser así –y así se expresa la Llamada Orante- no precisamos ser importantes, no precisamos ser fundamentales ni precisamos ser protagonistas, ni precisamos ser sabedores de microbios, de universos, de bacterias, de materiales o de cualquier cosa de la que decimos saber.

Como decía otra Oración: “somos extras de la película, ¡no somos protagonistas!”. ¡Qué alivio!...

El que se erige en protagonista diariamente –y es lo más frecuente-, aparte de gastar una energía enoooorrrrme en acicalarse, en cuidarse, en callarse, en ocultarse, en mostrarse... ¡Uff! ¡Qué fatiga! ¡Qué fatiga, ser lo que no se es! ¡Fatigosísimo! Hay que ponerse la careta, la capa, la espada… ¡Por favor!

Por el contrario, tenemos la oportunidad constante, en esa translúcida posición –“la oportunidad constante, en esa traslúcida posición”-, de ser luminarias: como las luciérnagas, que en un salto iluminan.

Y no tenemos que hacer ningún curso ni ningún máster especial. Simplemente tenemos que ser lo que somos. Cada uno debe ser lo que es y sabe… –así, no a ciencia cierta, sino a intuición emocional- un poquito, un poquito, quién es. Intuye por qué le han traído, y quizás se atreva a mostrarse en lo que debe hacer.

¡No puede haber más momentos de gloria!, comparados con el protagonista, que se tiene que arreglar, preparar y demás… todos los días. No. La gloria está en ser cada uno lo que es: ¡glorioso! Porque se da cumplimiento a la necesidad y a la complacencia del servicio. Ya descubrimos el momento de gloria de cada uno. ¡Ya no hace falta ser importante!

¡Aleluya! –por eso decíamos: ¡Aleluya!-.

¡Ay! Es que fulanito...”. “¡Ay! Es que menganito...”. “¡Ay! Es que el grupo tal...”. “¡Ay! Es que el pintor cual”.

Vanidades. ¡Puras vanidades! Con chinches sin chinches... –esto no se entiende pero no hace falta-. Con chinches sin chinches. Y ahí, atados a esa historia.

Pero ¿qué es esto? ¡La vida es liberación, no es atadura!

No, porque Picasso...”. “No, porque Beethoven...”. “No, porque Pascal...”. “No, porque tal…”. Y estamos ahí, en el enredo estrangulador de una historia falsa que va demostrando sus flaquezas. Pero parece que los seres ¡no se animan a ser lo que son!, y necesitan el diapasón para marcar el ritmo; necesitan la frecuencia para…



Venimos, somos y estamos para liberar, no para esclavizarnos en ninguna especialidad.

¡Aleluya!



Y al compás de la lluvia...

Sí. Ese compás de cada gota; ese roce de lo intangible, que se diluye en contacto con lo material, y cada vez se reúne...; ese plurimorfismo del agua nos da una muestra de nuestra disposición –que agua somos-, para que seamos capaces de ese constante segundo de gloria y de ese permanente estar ‘ser-vidor’.

¡Aleluya!

Y ¡no!, no es una oración de prédica protestante, no; o de evangélicos, no. No nos identificamos con ninguna posición, ¡ni tenemos antecedentes! Cada oración es una sorpresa, un bálsamo estimulador.

Pero respetamos y recogemos lo que se reconoce, lo que en alguna medida es útil.

¡Aleluya!



Todos somos pastores y ovejas a la vez. Todos llevamos el claxon del tolón-tolón en el cuello, indicando dónde estamos, para saber con quién vamos. Sin esclavizar. Sin sacrificar.

¿Es que acaso podemos llegar a pensar que ese Misterio insondable Creador, del Universo, genera a sus criaturas para sacrificarlas cada día?, ¿para someterlas?, ¿para…? ¡Por favor!

Sí. Bajo el punto de vista hedonista –y más que hedonista, ególatra- podríamos decir que la lluvia son las lágrimas de Dios –¡sin duda!- por la posición de la humanidad.

Otra versión, pero ególatra.

Lo Divino no llora. No precisa ninguna cualidad humana. ¡Por favor! Pero sí es válido referenciarnos para sentirnos parte de toda la Creación.





La Llamada Orante se hace impulso…; impulso revelador. Un privilegio...

Un privilegio que nos inunda en nuevas magnitudes.

Y por ello debemos estar en ese Sentido Orante, para ser dignos representantes de ese amanecer; y al aparecer la primera claridad, sentirnos que somos parte de ella.

Sí. Porque... amanece para todos. ¿Y no será, no será que cada ser es una partícula infinita de ese amanecer?

¿No será que el sol –como tal estrella de mediana magnitud o pequeña magnitud, que está en la mitad de su vida- es una apariencia? ¿No será que la materia viviente, la Especie Vida, bajo el Misterio Creador, es la que nos muestra ese amanecer?; ¿que, si no estuviéramos, no habría amanecer?

Y es fácil deducirlo. Hasta desde el punto de vista físico. ¿Qué necesidad habría de amanecer, en un lugar donde no hay vida?

En consecuencia, ¿no es la vida –la vida de cada ser, incluidos los humanos procederes- la minucia de luz que hace posible el amanecer?

En consecuencia, cada uno se puede considerar un amanecer. No como “importante”, pero sí como “presente”.

Y deberíamos estar todos inmensamente agradecidos –a unos y a otros y a otros y a otros-, porque gracias a nuestro quantum de luminosidad amanece.

Y nos hacemos ecos de nacer por Amor.



Sí. Nos puede parecer exagerado, o simplemente un sistema comparativo, pero eso es por nuestra razón y nuestra ‘complexión’ de motivaciones, que ya está organizada y estructurada; y al escuchar algo que no cuadra y no cuaja, se rechaza... o se somete a discusión o se… o se vota.





Y, al orar, no dejar que la duda ocurra. No dejar que el discernir opine. Es sentir que es ser el que ora, el que escucha. ¡Porque imploran por él! Porque cada oración es un implorar de la Creación. Nosotros, tímidamente tratamos de imitar, e imploramos a la lluvia en la sequía, e imploramos a la sequía en las inundaciones, e imploramos por nuestras pretensiones....

No es ésa la posición.

Resulta –sí- misterioso y contradictorio, que el Misterio Creador implore por nosotros.



¿Nos quita protagonismo...?

Será eso.

O será que, como no podemos entenderlo, no entra en nuestro esquema.



Pero ¿es que acaso nuestro “sen...tir” entra en nuestro esquema?



Nuestro esquema se ha egolatrizado e idolatrizado por su razón, su inteligencia y su capacitación. E incluso hasta tal punto que, cuando siente –“siente”-, encontrará alguna razón para explicarlo. Y cuando la encuentra, deja de sentir.



Que el suspiro… que el suspiro luminoso, en el amanecer, se haga translúcido ¡ahora!

Y que la atrevida vida se anime a ejercitarse, por ese implorar insondable.



¡Aleluya!

***

1 Canta ese verso de “El Cantar de los Cantares”.