sábado

Lema orante semanal

MUJERES
13 de diciembre de 2010
Mujeres que hoy, casualmente –o causalmente-, han empezado el pre-amanecer con cánticos de dulzura, de agrado, de suavidad.
Mujeres que hoy, en la cultura cristiana, resaltan la figura de María como “Inmaculada”.
¡Ay! Mujeres que hicieron, del paraíso, eso: un paraíso.
Mujeres que –¡ay!- por (…) se convirtieron en traidoras. Eso dicen. ¡Pecadoras! Mujeres que prostituyeron la especie. ¡Ay! Y sobre las que todo malo hervía.
Mujeres que tan sólo se salvaban por la maternidad que la biología quería.
Mujeres, ¡esclavas!, dadoras de placeres y pleitesías. ¡Ahhh! Mujeres, en todas las culturas, ¡estúpidas! Inconscientes, raras, inentendibles, absurdas.
¡Ah! Pero mujeres, como trofeo de caza; como marca en culata de revólver.
Mujeres, bien utilizadas por religiones de machos cabríos repletos de cuernos, y sin cojones.
Las persiguieron, las quemaron, las torturaron, las encerraron, las prohibieron… mientras que, en la oscuridad, abusaban, disfrutaban y las empleaban como deleite; como miel de segunda mano.
Mujeres que, ¡ya derrotadas!, buscaban sobrevivir en el fango de sus pecados.
Mujeres que buscaban sus culpas –¡aunque no fueran culpables!- para hacerse serpientes y poder estrangular poco a poco, o morder de repente.
¡Ah!
¡Mujeres!, de las que sólo se salvaban las que madres propias eran; las demás, ¡putas! ¿Acaso alguien podría admitir que su madre era una puta? ¡No! Pero el resto, sí.
Mujeres. ¡Ay! Tanta costumbre había, hay –y se ve que habrá- de que sean consideradas segunda, tercera mano, o quizás algo peor…
Fácil se las engaña con un halago, un piropo, una pequeña autoestima: “¡Tú vales mucho, niña!” Pensando y sabiendo: “La tonta, se lo cree”.
¡Ay, mujeres! Y se lo creen, y se embaban, y se engarzan… Y van haciendo sus vidas con muletas, moretones, golpes, ofensas, envidias… Y conseguido ha, la especie, que entre ellas, además, también se devoren.
¡Ay! ¡Qué fácil sería recordar a la Virgen María! ¡Sin más! “Llena eres de gracia”. Y... “El Señor está contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres”.
Casi como decir: “Tú eres la única bendita; las demás son unas hijas de puta”.
¿Querría decir eso? ¿Sería eso la intención para así –para, así, ahora que no está María, la Inmaculada- poder tratar a la tropelería como es: ¡chusma!?
“Uso, abuso, disfruto, desecho. ¡Amén!”
¡Oh, sí, sí, sí! La oración siempre es exagerada. Siempre. ¿No es acaso una exageración, orar? ¿Una actitud sin razón, sin lógica, sin entendimiento, sin ciencia? ¡Ah! ¡Locuras, locuras! ¡Fantasías! ¡Orar!… ¿A quién?
Sí. Bien podría llamarse a esta oración: “Una película de terror, de horror”.
Porque cada uno ya está concienciado y conceptualizado de que las cosas no son tan exageradas; que, realmente…“¡Qué barbaridad! ¡No es así!”
¡No hay peor ciego, y ciega, que la que no quiere –que el que no quiere- ver!
No obstante, como para aplacar el clamor de protesta ante tanta exageración, decir, en honor a las doncellas, que no hay entre los hombres un “bendito tú eres entre todas las mujeres". Ni "bendito es el fruto de su vientre”. ¡Ni siquiera Jesús!
¡Pin! De repente, hay una cualidad, ¡al menos en una mujer! ¡Una! –que se fue al ver cómo estaban las cosas-.
¡Ay! Cuando se vive en la penumbra, sólo se ven penumbras.
¡Mujeres!... No solamente son vientres de frutos; madre de hijo. Antes, están llenas de gracias.
¡Sí! ¡Gracias, gracias, gracias! ¡Gracias, mujeres, por vuestro perfil!; gracias por vuestra insinuación; gracias por vuestros “impensamientos”; gracias por vuestras bellezas. Gracias. ¡Gracias por vuestras dedicaciones!; gracias por vuestro impulso; gracias por vuestro tesoro; gracias por vuestra custodia; gracias por vuestra dedicación; gracias por vuestros cuidados; gracias por vuestras estéticas; gracias por vuestras lógicas irracionales; gracias por vuestras locuras que curan; gracias por vuestros pucheros olientes; gracias por vuestras caricias; por aquel primer beso; o quizás mejor, por aquel quinto –para que no haya nada “malo”-.
¡Sí! Y las gracias se prolongarían sin límites. Pero además, ¡gracia albergáis en vuestro talle!, en vuestro timbre de voz, en vuestra recogida imaginación. Gracia albergáis en el ejercicio de la fe; en las ganas de la esperanza. Gracias tenéis en la alerta ¡y en la alarma!... y por ello “histéricas” os llamaron, como si un cerebro nuevo albergara el vientre.
Gracias albergáis al cultivar la paciencia, la perseverancia, la constancia.
¡Ay! ¡Gracias enormes tenéis!... por el perdón constante; por el perdón inherente, quizás… por el estigma que os cayó de “culpables”.
¡Pero no! Sabéis perdonar para que la especie evolucione. ¡Qué sería sin vuestro perdón de gracia!, que se extiende hacia la prole; que se pliega y se adapta; ¡que no es rígido ni duro como el sable!
Gracias albergáis, porque sois el cultivo de la esperanza. Cuando lo biológicamante objetivo declara, vosotras aún tembláis y sudáis de fe, aguardando el milagro.
¡Sí! Gracias, porque sois las portadoras de milagros… que luego parecen lógicos y naturales, y no reclamáis patentes a vuestro favor.
¿Son también exageradas estas gracias? ¿No es para tanto?
Quizás… –¡Dios lo sabe!-… a la Creación, para ser como tal, le faltaba un detalle; y ese detalle es: ¡La mujer!
¡Ah! ¡Escándalos!... –dirán unos-.
¡Ah! –otros dirán- ¡Total… para lo que hacen…!
Otros dirán: ¡No!… ¡Es materia prima utilizable!
Otros dirán: ¡Qué barbaridad!
Otros dirán: ¡Podríamos vivir bien sin ellas!
Otros dirán: ¡Bueno, bueno, bueno, bueno!… ¡Eso habría que verlo!
Otros dirán: En definitiva, de la costilla de Adán salió.
Y así, ¡tantas opiniones!...
¡Pocos!... –¡y muy pocas!- apostarían por ser el detalle imprescindible de la Creación –de esta especie, al menos-.
Sería el colmo de la gracia.
¡Oh! Sí, sí, sí. ¡Qué exageración! Tan solo orar así, es parecerse a la Creación.
¿No es acaso una exageración, tantos universos, tantos planetas, tantas estrellas? –tres veces más de lo que conocíamos-. ¡Qué exageración! ¡Total, para un puñado de “mierdas” que viven en la tierra!
¡Qué exageración!, tantos, tantos y tantos océanos, y millones y millones de bacterias y aves y…
¡Qué exageración! ¿¡Para qué tanto!, si existe la especie humana que es la única que importa?
¡Qué exageración! ¡Siete mil millones de cucarachas hambrientas, que buscan su razón, su lógica! ¡Qué exageración! ¡Que se creen en posesión de la verdad! ¡Que maltratan, persiguen… se mueren y se olvidan de resucitar, y en petróleo se convierten!
¡Qué exageración! ¿Hay algo… hay algo que, desde el punto de la mesura –es decir, “medida”-, dentro de la vida, no sea exagerado? ¿Para qué billones y billones de neuronas? ¿¡De qué coño sirven!... si el sujeto se marea y se marea con tanta ponzoña en la cabeza…? ¡Y repite la misma idea!, ¡y repite el mismo error!, ¡y repite la misma tragedia!, ¡y repite la misma opinión! ¿De qué sirve tanta exageración?
Pero ahí está…
¿Para qué tantos órganos? ¡Tantos! Uno en el centro, uno a la derecha, uno a la izquierda, dos lóbulos, tres lóbulos… un lobo, dos lobos, tres lobos… un hígado grande, dos riñones, una vejiga… ¡Pa qué tanto! ¡Pa qué tanto! Si, ¡una ameba!, se mueve, da un latigazo y… y tiene un orgasmo. ¡Una ameba!
¡Para qué tanto! ¡Qué tanta exageración!
¡Para qué tanta sangre! ¡Cinco litros! ¡Hala…! ¡Ni que fuéramos vampiros!
¡Linfas, puses, líquidos cefalorraquídeos, fascias, aponeurosis, músculos, tendones!... ¿Para qué tanto? ¿No es una exageración?
¿Y los pelos? –los que lo tienen-. ¡Tanto pelo! ¿Tanto pelo para qué? ¿¡Para qué tanto pelo!? ¿Para qué? Razón tienen los calvos: hay que ser austeros. ¿Para qué tanto pelo? ¿No es una exageración?
¡Veinte dedos! ¡Si con uno!… ¿pa qué más? ¡Veinte dedos!
¿Y qué decir de la exageración de los dientes? Molares, premolares, incisivos, caninos… ¡más lengua! Duro y blando conspirando a la vez, entre chocolates amargos, picantes. Aguas masticadas de placer. ¿Para qué tanto? Con un diente –como el pulpo- es suficiente. Pero… ¡pero no!
¡Oh, sí! Seguramente se pueda decir: “¡Total!”…
"Total"… es una exageración. "Total", como “teoría del Todo”, es una inmensidad. Cualquier exageración verbal se queda cor-tí-si-ma.
¿En dónde quedó la Inmaculada Concepción? ¡En un puente, con la Constitución! ¿No es degradante?
Podría decirse: “Dios os encumbra, mujeres, porque estáis llenas de gracias. El Eterno está con vosotras. ¡Benditas! Los frutos que producís van más allá que la reproducción. Sois portadoras de la antorcha de la luz; y capaces de arder como tal, con tal de iluminar los caminos.
¡Sí! ¡Rogad! ¡Sabéis rogar! Sabéis rogar por todos… porque sois escuchadas”.
¡Sí! Quizás esta versión de “la Salve” no sea lo más ajustado pero, orantemente, sea lo más cercano a lo que equivale: Mujer.
Mujeres. Sí. Ahí están. No se han dado aún de baja en la vida. Al revés, ahora se las reclama como fuerza productiva. Se las exhibe bien en concursos de belleza –¡y algunas migajas más!- para cultivar su inutilidad.
Pero habiendo brazos, manos y pies, aún pueden rendir más; lo que se saque –"lo que se saque"-… para seguir igual, y para que otros vivan ¡mejor!
¡Oh! ¡Qué exageración!
He visto mujeres pudrirse en un lupanar, preñadas hasta vomitar, buscando clientes para poder seguir vivas.
He visto mujeres… cargar losas pesadas, polvorientas y duras, sobre sus cabezas. Exhaustas. Y al borde de la muerte, pedirles más.
He visto mujeres golpeadas hasta la saciedad, que no te explicas cómo aún pueden respirar. ¡He visto el terror del alma de las mujeres!, cuando alguien les levanta la voz, o alguna envidia las ronda.
He visto sus sueños inquietos; ¡su miedo ancestral! Las he visto esclavas, ¡atadas a un pedestal! ¡Entre rejas, pudriéndose!... desnudas, lavadas a chorros. Las he visto gritar… ¡y gritar!, porque ya no tenían palabras.
“He visto”.
Quizás sea una exageración más. ¡Quizás!... poco testimonio representa. Pero, por si sirve de algo, en una exagerada oración… decirlo se ha de hacer el que, en todas esas tragedias –e infinitas más-, en todas, Dios estaba.
¡Rabia me daba! Quería acabar con Él, porque lo que me mostraba era ¡cruel! Pero algo, ¡algo más que Dios, es Dios! Sí. ¡No es fácil de entender!, y menos aún de asumir: “Algo más que Dios, es Dios”. Y antes de abalanzarme y estrangularle, algo, algo en mí florecía.
No me daban asco sus mierdas, ni sus bocas sucias, ni sus vaginas podridas. ¡No! ¡Algo había pasado! “Dios es algo más que Dios”.
¿Qué… qué se quiere mostrar ante tanta exageración?
¿Será que todo este exagerado momento –¡ahora!- es tan sólo… un estúpido instante de debilidad?
No hay que excluirlo. ¡No! Mas eso no se siente, aunque algunos lo piensen.
Al menos, podemos decir que es… ¿justo? –una interrogación suave- recordar a mujeres… como vibrantes seres de “algo más que Dios”.
Te he visto, “Dios más que Dios”, a través de las rendijas de los sufrimientos femeninos.
Te has asomado en sus heridas… y has cautivado mi corazón para que luego lo cuente. Aunque de nada sirva… Túuuu lo escuchas.
“He visto”.




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