domingo

Lema orante semanal

Orientación. Orden. Concierto.

2 de agosto de 2010

Es una necesidad… orientarse.
Esto permite al ser iniciar un proceso, un camino, un sentido.
La orientación es variable según el momento… la necesidad… la circunstancia.

Podemos describir como tres tipos de orientación: aquella orientación que geográficamente nos mueve en este planeta; la orientación que toma la vocación de un ser; y la orientación del alma y el espíritu… en referencia a lo desconocido.
La orientación geográfica en este planeta nos la da habitualmente nuestra llegada al mismo: nuestro nacimiento.
La orientación vocacional va a surgir de la relación del ser con su entorno, sus influencias, sus descubrimientos, sus inquietudes…
La orientación en lo anímico y lo espiritual va a surgir de las sensaciones, las culturas y las propias experiencias que el ser tiene con acontecimientos que no logra explicar.
Es ahí cuando surge la orientación orante. Es ahí cuando la oración se convierte en el vehículo, en el vínculo, en la comunión del hombre con
la Creación.
E
s ahí cuando el ser descubre que la orientación está en lo Divino, está en lo Creativo, está… en un Universo inabordable, en un Misterio constante, ¡en un Milagro imprescindible!
Cuando el ser se orienta en base a su ¡fé!, en base a su ¡amor!, en base a su… necesidad, las orientaciones físicas, concretas y ambientales pasan a ser auxiliares de esa orientación.

La fé con su fidelidad, el amor con su enamoramiento, la confianza con su testimonio, se hacen los elementos prácticos de esa orientación del ánima y el espíritu.

Orientados hacia esa Creación, buscamos un sonido vibrante que nos permita sintonizarnos en esas perspectivas.

Se ha buscado, sin encontrarse, un orden en el universo.
Quizá por eso, la humanidad ha tratado, también, de establecer un orden en la comunidad humana.
El orden resultante del esfuerzo por ordenar, termina siendo un desorden. O bien se convierte en un discurso plano, sin alternancias.
El orden establecido se convierte rápidamente en un sistema de ¡poder!; de obligación; de continuas repeticiones, sin el número justo de ellas para poder establecer las variables.
Habitualmente, el ser ha sido educado en órdenes y en ordenamientos, que rápidamente han censurado o reprimido la espontánea impresión de
La Vida.
E
l ser humano se ha colocado como referencia de un orden: antiguo, actual o… ¡un nuevo orden! Y, ciertamente, detrás de ese orden, lo que había eran ¡órdenes, obligaciones, imposiciones!

Desde nuestra ignorancia, ¿hemos sentido alguna vez a La Creación, a Lo Divino, de manera ordenada? ¿Hemos vivido la experiencia amorosa como un orden ¡perfecto!? ¿O más bien lo que ha ocurrido es que nos han desordenado?
La experiencia amorosa nos ha conturbado, ¡nos ha traslocado!, nos ha orientado en el ánima y en el espíritu, y nos ha dejado sin referencias físicas.
Cuando realmente nos ordenamos de acuerdo a
la Creación, ¡perdemos el poder y la imposición ¡¡de mandar!!, ¡¡de ordenar!!, ¡¡de obligar!!!... Dejamos de ser importantes. Pasamos a ser "importados". Un producto de importación que se mueve caóticamente por la vida. O, mejor dicho, La Vida lo mueve caóticamente.
Podríamos llamar a esta experiencia: “El orden de los muñequitos”.
Sí, porque la experiencia de ese acontecer –el amar-, como lo más cercano al orden de
La Creación, es sentirse “muñequito”. Un “muñequito” que mueven, que llevan, que suben, que bajan…

Dejarse ordenar en lo sencillo, en lo espontáneo, en lo intuitivo, hace que el ser pierda esas imposturas y esforzadas rigideces del ¡drama del “mando" y el "ordeno”!
Las partículas elementales –de las que se dice que forman la estructura íntima de la materia- se mueven desordenadamente; caóticamente. Pero, gracias a ello, la materia existe.
En consecuencia, el ordenamiento no es la expresión ¡del mando del hombre!
Cualquier orden que se roce con
La Verdad, resulta flexible, imprevisible, inesperado… ¡alegre!

¡Deja siempre un espacio A LA IMPROVISACIÓN!...
Es lo mínimo por donde se puede empezar el sentido creativo del orden, de la orientación adecuada: dejando un espacio, ¡aunque sea minúsculo!, a la improvisación. Para que puedan entrar las influencias que nos conmuevan. Para dejar por un momento de ser esclavos de lo que nos mandan, de lo que nos ordenan, de lo que nos obligan. ¡Para que, por fin, podamos obedecer a lo que sentimos!, a lo que intuimos, a Lo que… nos reclama.

El concierto, el concertar, el "con-cierto"… –puntos suspensivos- son diferentes maneras de sintonizarse.
Un concierto puede resultar ser… el ponerse de acuerdo ¡en ciertos aspectos!
Un concierto puede resultar ser el acople de sintonías y frecuencias que amplifican sus sentidos.
El concierto siempre nos lleva a una comunión, a una implicación, ¡a una confianza mutua!, a alguien más que uno mismo.
Vivir “en concierto” nos muestra nuestra incrustación en la dinámica de
La Vida.
Vivi
r “en concierto” nos descubre los cuidados y ¡las necesidades!... que tenemos que dispensarnos ¡unos hacia otros!

El concierto se nos abre como la opción de constituir una hermosa melodía; la oportunidad de saberse y formar parte de algo que produce ¡el deleite a otros!
El concierto implica intercambio; implica la consciencia de Un Todo.
El concierto supone, además, el respeto a cada partícula, a cada elemento.


El concierto supone sentirse parte de la armonía de
La Vida; sentir que mi presencia es una musicalidad de La Creación; sentir ¡la necesidad de mi ser!... en sintonía con otros.
"En concierto"… somos partícipes de la magnitud. Es decir, nos damos cuenta de que formamos parte de algo ¡integrado!; de algo más grande que uno mismo.

Desde ese concierto, ¡en ese orden sin mando!, en esa orientación en lo creativo, en ese microespacio de la improvisación... se gesta el hombre en su “estelaridad” y su universalidad.

Pertenecemos a una orquesta caótica que se ordena en base a la improvisación, buscando una melodía que agrade a La Creación.

Y cada componente es un instrumento que suena a través de sus palabras, como expresión de sinceridad; como autenticidad ¡de lo que siente!

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