miércoles

Lema orante semanal

SABER, DESCUBRIR, APRENDER… DE DIOS
1º de marzo de 2010


Habitualmente, ceñimos el saber, el conocer y el aprender, a facultades… propias de nuestra capacidad… de nuestra inteligencia… de nuestro… valor…
Desde la óptica orante, no es de esa forma. Y representa un “cierto privilegio” el que así no lo sea, puesto que nos da una perspectiva nueva, ¡diferente!, del saber, que a veces resulta pesado, difícil, aburrido… selectivo; del descubrir, que muchas veces es rechazado por lo que se pueda encontrar; y el aprender, por aquello de que quizás algún día te lo puedan reclamar.
Esas tres acciones –el saber, el descubrir y el aprender- se pueden volver, bajo la óptica vibrante de la oración, en… ¡saberes que nos conceden!, ¡descubrimientos que nos permiten!, ¡aprendizajes que nos dan!
En cuyo caso, nuestra capacidad, nuestra inteligencia, nuestro valor… no tienen ningún sentido.
¡Yupi! ¡Yupi!
“Yupi” porque, claro, visto bajo ese punto de vista, no tengo que quedarme a estudiar por las noches… no tengo que pelearme si me dedico a estudiar esto o aquello o lo otro… sino que sé –¡sé!-... que voy a aprender en la medida en que estoy despierto –y es natural estar despierto-; voy a descubrir en la medida en que soy curioso –y es natural tener cierta curiosidad-; y voy a saber en la medida en que me preocupo por lo que transcurre, lo que sucede.
Y así, la propia Creación irá seleccionando qué es lo que voy a aprender, a descubrir, a saber…
-¡Ohh! ¡Ahora aprender el tronco del encéfalo…! ¡Qué pesado! ¿Para qué quiero yo saber el tronco del encéfalo?
¡Hombre!, habría muchas razones lógicas para decirle a quien dice eso… algunos insultos “agradables”. Pero, no obstante, puede ser que la persona diga:
-No. Yo quiero saber cómo es el cigüeñal de un automóvil, del motor… pero el tronco del encéfalo… ¡No quiero saber nada del tronco del encéfalo!
-Pero ¿tú no has descubierto, no has aprendido lo que hay en un sitio tan pequeño, ¡tan increíble!…? La naturaleza, cómo ha dotado a ese tronco… ¡Que no es un tronco cualquiera! –“¡Oye, tronco!”-, no. ¡Es el tronco del encéfalo! ¿Tú sabes que puedes poner una aguja mal puesta ahí, y puedes matar a una persona?
-¿Cómo?
-Sí. ¿Tú no lo sabías?
-¡Hombre, no se me había ocurrido!
-¿El qué?, ¿matarla o ponerla?


Decían –decían- que “el saber no ocupa lugar”. Y, ciertamente, bajo las perspectivas del planteamiento que hacemos, como está ligado a lo Divino –como hemos hecho en el enunciado de la oración de esta semana-, pues el saber, saber…
-¿Quién sabe… de Dios?
-Nadie.
-¿No hay especialistas de Dios? Los teólogos, por ejemplo…
-No. Eso es un fraude, ¡por favor! ¡Por favor, hablemos en serio!
Si hablamos seriamente de Dios, ¡nadie sabe nada!
¡Pero!… pero Él, lo Divino, nos puede enseñar algo. Lo cual es distinto, ¡eh!
Muchos de los saberes, descubrimientos y aprendizajes que podemos desarrollar, con mucha frecuencia los vemos lógicos; entendibles. Y, por aquello de saber “el porqué”… –sic, sin comentarios-.
Un “porqué” muy particular, muy raquítico, muy limitado; que, hecho en determinadas condiciones, funciona, sí, pero ése no es “el porqué”. Probablemente, “el porqué” de lo que sucede, no exista, ni haya existido nunca. Pero es una forma de pensar y de plantear las cosas… muy útil para generar poder, ¡en quien sabe el porqué de las cosas!
-¿Tú sabes por qué ha habido un terremoto…?
-¿Otro?
-Sí, ahora hay terremotos por todos los sitios.
-Pues no.
-¿Ves? No sabes por qué.
-Sí, pero hay una placa tectónica que se ha deslizado…
-Pero ¿por qué ahora?, ¿por qué ahora? ¿Por qué no la semana que viene, o hace diez años?
-No, es que no se sabe.
-Uhmmm.
Pero de seguro, de seguro –y podemos coger otro tema cualquiera-, de seguro que tendrá… algún sentido; generará alguna dimensión, que no está en “los manuales” del saber… ni en los del descubrir… ni en los del aprender.
Ahí es donde La Creación, Lo Divino, nos enseña, nos descubre… todos los mecanismos que, sin razón… pero con un motivo, se producen, y nos dan una visión diferente…
Sin duda, debemos traslocar nuestras capacidades mentales –traslocarlas: colocarlas en otro sitio- para poder, mínimamente, asumir los saberes de Dios, los descubrimientos de Dios y las enseñanzas de Dios. No podemos pretender engarzarlas dentro de nuestra lógica, nuestra razón, nuestro método. ¡Eso es lo primero que descubrimos!…
¡Aleluya!


¡Sí! Descubrimos que, en las enseñanzas, en los descubrimientos y en los aprendizajes de Dios, nuestros métodos… ¡no sirven!
-¿No sirven?… Y entonces, ¿qué método empleamos?
-Ninguno.
¡Yupi!, otra vez. O sea, esto…
-¡Sí! Dios es gratis.
-¿Gratis?
-Gratis... ¡Está!, ¡interviene!, ¡se inmiscuye!, se enreda… se enrolla…
Y si abandono mi razón, mi lógica, mi ciencia, mi intelecto –no como enemigos, no como…; no, simplemente no los aplico-, y “contemplo”, van a aparecer una serie de… explicaciones, de ideas, de sugerencias…; muchas de ellas, catalogadas por nuestro intelecto como locas, raras, extrañas…
¿Es que acaso Dios no es loco, raro y extraño?
Sin saber nada de Él, ¿podemos decir algo… sensato? ¡Nada!
Ni siquiera aquello que se decía de que “premia a los buenos y castiga a los malos”… ¡Es justo al revés! Premia a los malos y castiga a los buenos… ¡por bobos! Porque todavía no han aprendido lo que es La Bondad, y siguen pensando que “lo bueno” es aquello que piensa cada uno, para poder manejar, ayudar, dar… y así inhibir a todos los demás… ¡Por ejemplo! “Por ejemplo”.
Saber…
Aunque existan explicaciones que en nuestro raquítico pensamiento tengan su validez, se quedan, bajo la óptica Divina, inútiles; y, sobre todo, ¡falsas!
Esto, en principio puede parecer una aberración… Pero, con el mismo saber humano ocurre que, bajo unas perspectivas –newtonianas, por ejemplo-, la realidad es de una manera, pero bajo unas perspectivas quánticas… ¡no cuadra, ni pega, ni con la mejor cola ni con el mejor pegamento!; ¡ni con tres y medio, ni con cuatro y medio, ni con cinco y medio!... Es decir, ¡no!
–Eso, dentro de nuestro conocer y saber… estrecho-.
Pero las perspectivas y las evaluaciones que se hacen en un saber y en otro –poniendo ese ejemplo- nos dan otra… ¡otra dimensión de cómo funciona, cómo se desarrolla… la vida, completamente diferente!
En consecuencia, no es muy descabellado –sabiendo que por nuestros propios recursos somos capaces de crear abismos en el saber-, no es muy descabellado pensar que, en el saber “en Divino”, “en Creación”, hay grandes abismos con todos los saberes que tenemos ahora como “conocidos”.
Hay… hay en esa evolución, o en esa transformación, o en esa creación –depende de cómo lo quieran plantear- todo un… conglomerado de recursos almacenados –que podríamos tachar genéricamente como “memoria”, pero que se queda corto-, una innata presencia en nuestra estructura –y quizás en la estructura de todos los seres vivos- acerca y a propósito de “la Creación”. Está, por así decirlo, inscrito en nuestro genes, y quizás almacenado en toda la estructura.


Quizás, si le preguntáramos a los códigos genéticos de una célula –tanto al nuclear como al mitocondrial- que nos contaran algo de la vida, y de cómo surgió y porqué y qué sentido tiene, y hacia dónde va y cómo es…, el día que hablen, nos van a desbordar; y no se va a parecer en nada a lo que hoy sabemos y manejamos. Ya sólo el hecho de nosotros investigar esas partidas del código genético, nos está dejando absolutamente absortos. ¡Sorprendidos! Insisto, dentro de nuestros métodos de saber, que son ¡torpes y cerrados! ¿Cómo será si no aplicamos ningún método y dejamos que libremente se exprese?
¿De seguro que un neurotransmisor transmite tal información?… ¿o tal, tal, tal, tal…?
Evidentemente, hay personas que no les interesa para nada lo que es un neurotransmisor… ¡Es un transistor!… metido en la cabeza. “Transmite”. Pero claro, si se es muy esotérico, pues se piensa:
-Yo, ¿para qué quiero saber eso?
-¡Para nada! La Virgen María te lo dirá en una revelación.
¡Pues no! No funciona así. No.
Cada vez que desechamos un saber, cortamos algo de nuestro cuerpo; ¡mutilamos algo de nuestra estructura!... ¡Es una pena, pero es así!
Y es un rechazo continuo, el que tiene el ser hacia el saber –ya, de por sí, limitado-.
La propuesta es que, ante cualquier situación en la que nos encontremos, y con las palabras que manejemos, nos abramos a… a ver qué dice nuestra “información filogenética”, a ver qué dice nuestro “saber innato”, a ver que nos dice La Creación a propósito de…
¡Preguntémosle!
¡Pero no nos preguntemos a nosotros! Nosotros vamos a tener la respuesta de Wikipedia, en cinco segundos… Que, ¡vale!... ¡Para estar por casa…! –en zapatillas, claro-.
Pero, basados en la creencia –¡puesto que nos atrevemos a orar!-, abramos nuestras perspectivas, y situémoslas en esa innata sabiduría que tiene el ser… Y preguntemos, ¡sin exigir!, ¡sin mandar!..., con humildad, ¡con entrega!… el saber de... cada circunstancia en la que nos encontramos –que son cientos de miles diarias-.

Descubramos, ante circunstancias o acontecimientos desconocidos –muchas veces, de los que hacemos uso diariamente-, descubramos cómo… ¿cómo puede ser esto?
Probablemente, sin duda, vamos a… –inevitablemente, de paso- a saber o a conocer o a descubrir, lo que dice el ser humano de ello. Pero eso… nos interesa poco. Pero, de paso, se va a colar, inevitablemente. Lo importante es lo que va a surgir luego, cuando entremos en nuestra verdadera dimensión: la ignorancia… el vacío… la nada.
Y ahí sea la propia Creación la que nos suministre ideas, sugerencias… que nunca habíamos percibido; y que, por supuesto, ya verán –si así se ejercitan; ésta es una oración para ejercitarla- cómo desafían la lógica, la razón y el entendimiento más sencillo.
Porque todos esos mecanismos que el hombre ha ido gestando y generando, no han sido ni más ni menos que… ¡usurpar y condicionar el saber, el descubrir y el aprender, ¡¡a su imagen y semejanza!!!
-Y si el dato no me cuadra… ¡lo hago cuadrar! Y si no cuadra, ¡le pongo una constante!, ¡y ya está! ¡Sale!
El “ubicarnos en otras coordenadas; en otras perspectivas”, como si fuera una locura… ¡No! No se corre el riesgo de enloquecer. En absoluto. Se corre la esperanza de aclarar… de suavizar…, ¡de agradar!, ¡de dar!... sin nada esperar.
¡Claro!, claro que aparecerán los terrenos ¡fantásticos!, los increíbles, los impensables… En ésos está Lo Divino. No en el análisis cerrado y estrecho que el ser hace cada día.
De ahí que, si somos capaces de conceder un instante orante a cada jornada, bajo el descubrir, el aprender y el saber… de Dios, nos sorprenderemos en un magma gigante, en un espacio que nos desborda, ¡con silencios inmensos!
Y, ¡sin duda!, lo que se vive cada día, lo que se experimenta cada día, toma otra naturaleza. Y, en su imbricación con lo que se sabe, lo que se ha descubierto y lo que se ha aprendido, va a lubrificar esas rígidas concepciones, y vamos a tener otra dimensión… ¡divina!, de lo que continuamente aprendemos, continuamente descubrimos, y continuamente sabemos.
Y continuamente sabremos, continuamente descubriremos y continuamente aprenderemos. Situación que, por otra parte, no suele ser habitual…
Y pasan los años y…
-¿Y qué has aprendido?
-Pues… no sé…
-¿Y qué es lo que sabes que antes no sabías, y que te haya sorprendido?
-Pues no sé…
-¿Y qué has descubierto?
-¿Descubierto? ¡Los cubiertos!
-Ah, los cubiertos… ¡Bueno!, menos da una piedra… Aunque creo que una piedra da más… ¡Sobre todo si te pega la piedra!..., no necesariamente en el tronco del encéfalo.

Si ya podemos asombrarnos y maravillarnos de la minucia que sabemos, ¡y nos quedamos absortos!..., si realmente queremos saber, descubrir y aprender, cuando nos sometemos a otro tratamiento –como saber, descubrir y aprender en Divino, en base a la filogenesia de nuestras estructuras, y con el empuje de nuestro creer-, la Bondad Superior nos irá mostrando… insólitas perspectivas.
No puede… ¡no puede pasar un día, como un día cualquiera, como un instante vulgar! Se puede hacer la prueba, ¡tan solo una semana!... Nada se va a perder.
Y en cambio, sí puedo saber, descubrir y aprender otras perspectivas… que me han sido dadas, por mi creencia, ¡por mi actitud orante!, por mi posición despierta, atenta, alerta…


Ámen.
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