jueves

Lema orante semanal

PRIMAVERA
22 de marzo de 2010

La historia de la cultura de humanidad, nos muestra ritos, leyendas, cuentos… en torno a las diferentes estaciones. Sin duda, la primavera ocupa un lugar destacado, para comienzos de año, para festejar la salida del invierno… Ciclos que empapan la vida con diferentes matices y que nos brindan la posibilidad -a los sistemas vivientes- de expresarnos, ocultarnos, transmigrar, emigrar.
Las condiciones se hacen favorables para unos menesteres, y desfavorables para otros.
El sentido orante de este ciclo que oficialmente comienza hoy -o ayer, o para otros… antes-, es que es un movimiento de la Creación que se expresa en este lugar del Universo, en el que ese balanceo planetario va a producir unos cambios significativos, y que será propicia determinada actividad.
Desde el momento en que no es un acontecer producido por la humanidad, sino que es un acontecer producido por la Creación, ya es un acontecer que podríamos tildar de “sagrado”. Y, como tal, precisa de una pequeña referencia o leyenda para darle las dimensiones que tiene y su incidencia en la vida. Y, más particularmente, en la vida de humanidad.
Igualmente, sin duda, cada cambio estacional es un acontecimiento sagrado, y merece una dignificación y una identidad con ellas, con esas estaciones, a fin de sintonizarnos con lo que este planeta nos ofrece. En la medida en que estamos en sintonía con lo telúrico, con lo celeste, lo humano se hace uno con Todo, y podemos percibir la grandeza del Todo.
Y, en ese Todo, ahora todo el planeta se inclina en el hemisferio norte, hacia la primavera. Y en el hemisferio sur, hacia el invierno. Total, es dejarse caer un poco y entran ustedes en invierno… si trepan, entran en primavera.


Pero, sea cual sea el hemisferio, el sentido del ciclo y la aparición de la primavera, supone, en principio, la manifestación.
¡Ah!, manifestación.
Eso implica manifestarse, en lo que cada uno es, en lo que cómo es. El invierno que nos precedió, facilitó la voluntad, el trabajo cerrado, el frío nos concentró, las palabras se hicieron parcas… pero se modificó el medio y, ahí, se facilita que los seres se manifiesten. Excelente ocasión que brinda la Creación para que cada cual se exprese en lo que es, que se diga a sí mismo y diga al entorno, cuál es su motivación, su interés, su proyección, su futuro. Es la época de ir enseñando las cartas.
Es la oportunidad para que nuestra calidad de vivir, nuestra manifestación amorosa, tenga una lectura, una interpretación, manifestándose en lo que supone de belleza, equilibrio, armonía, arte.
Es el tiempo del llamado “nacer”, que no es el comienzo, no, es una fase de lo interminable.
Nacer. ¿Cuántas veces, en desdichas, en rabias, penas, en contrariedades, el adulto se dice: “¡Ay!, si volviera yo a nacer otra vez”? Y resulta que nace todos los días, y no se da cuenta. Y resulta que nace expectacularmente todos los años, y tampoco se da cuenta. Se quedó atascado en el canal del parto, y entendió por nacer, únicamente el salir por allí, y berrear sin decir ni una sola palabra coherente.

Pero se supone que la inteligencia –o la inteligensia- se desarrolla. Y podemos, evidentemente, adivinar que nacemos muchas veces, muchas. Al menos una vez por día. Pero nos damos a conocer a todo el mundo, una vez al año.
Nacer implica ese contacto con otra perspectiva. De la perspectiva oscura, invernal, fría, a la que le faltaba un contacto con todo lo que será luego su desarrollo, de repente y poco a poco, de esa oscuridad se hace la luz.
Es el momento propicio –por nacer- de descubrir la luz sobre aquello que está oscuro, sobre aquello que no se ve claro, sobre aquella actitud que no se acaba de definir. Es el momento adecuado –el nacer- para saber que hay una infinidad por delante. Es el momento adecuado –el nacer- a agradecer, por dar testimonio de vida. ¡Nos han elegido para vivir!, no lo hemos elegido nosotros… nos han elegido. La Creación, la casualidad, la suerte, el azar, la necesidad… pónganle cualquier palabra, pero ha habido una elección. Y, el hecho de que hayan decidido –quienes sean, lo que sea, quien sea- que seamos vida, que nazcamos, de entrada, es un privilegio. No sabemos dónde estábamos antes, si éramos grupos de carbono o conglomerados de oxígeno y nitrógeno… pero, cuando nacemos, nos apercibimos de que estamos.
Unas gracias por vivir, por habernos elegido para estar.
Y ese nacer, también supone una ternura, también supone una flexibilidad, también supone una blandura. Y eso es una forma de orar, una manera de cultivar nuestra ánima, una forma de relacionarnos sin tanta violencia.

Flexible, blando, tierno. Atributos que pueden convertir lo duro, lo rígido, lo intratable, en adaptable, plegable.
¡Es una oportunidad! Sí, es una oportunidad también –el sentido sagrado primaveral-, una oportunidad de más de un día. La oportunidad de hacer de nuestra nueva infancia –desde adultos- en una nueva expectativa. La Creación se pone favorable para entrar en ese nacimiento, en ese oportuno momento.
Es momento, también, de crisis, de esa adaptación que supone un medio a otro, tan distinto, tan diverso. Hay que poner rápidamente en juego los recursos de la oportunidad de vivir: antenas, gustos, sabores, visiones, movimientos, palabras, actitudes.
Es ese nacer, la expresión unitaria, singular, de lo que cada uno es.
Es el momento en el repique de los tambores –como en el circo-, que anuncian el “más dificil todavía”. “Y con ustedes… yo soy…” Es el mejor instante para desvelar la identidad.
Es la oferta que hace lo Divino para que el hombre –como humanidad- se presente con honestidad. ¡Ay! Y, como nacido, está sin rémoras, no tiene nada pendiente, todo está por hacer. Acaba de nacer.
Un nuevo bautizo de su vida. Que no es una nueva oportunidad, es ¡la oportunidad!
Esta primavera. No se puede llevar el anclaje de la anterior o de la que venga. Serán otros nacimientos, serán otros seres… Aunque el ser piense que es el mismo, se equivoca. Ahora es el momento de soltar el lastre, porque dificulta para crecer.
¡Ah!, crecer. Otra palabra de primavera, del ambiente sagrado de primavera: El templo crece, se amplifica y, en él, convergen las mejores intenciones, las más bellas virtudes.
Y crece, y crecen las expectativas por el recién nacido. Crecen las expectativas por sus tendencias, por sus gustos. Es el momento de rescatar los anhelos, las fantasías, los idealismos, los proyectos… nuevos. ¡Ahora!

Crece y crece, por instantes.
Es el Dios mismo el que nos desgaja y nos expande.
Orar en primavera, es un privilegio. Porque es el momento de la sintonía con la precipitada huída de Dios, allá hacia los confines del más allá, podemos ir, crecemos.
Y si es el momento para mostrarse, si es momento para nacer, si es momento para crecer en sintonía con lo Divino, ¿qué obstáculo puede haber? No hay obstáculos, eran fantasmas de los miedos extendidos. Eran orgullos de la vanidad dura y rígida que se batía en sables.
¡La vida no es una oposición! Es una facilitación de un privilegio.
Y cada vez que nos encontramos con un obstáculo o una dificultad, sin duda ésa no la ha puesto la vida en sí, la ha puesto el que quiere usurpar la vida, el que quiere secuestrarla, domesticarla, dominarla y manejarla. Y busca la palabra encendida, busca el comentario inadecuado, busca la actitud indebida. Y obstaculiza y bloquea.
La vida no es una carrera de obstáculos. Y es importante recordarlo.
Lo Divino invierte en liberación, en vuelo libre. No en obstáculo, en obstinación, en dolor, en desespero. Eso es producto del desarrollo de las opciones y oportunidades de la vida, y que la humanidad ha elegido usurpar las fuentes libres y convertirlas en pagaderas, en comercios, en ofertas y demandas.
Mientras, Dios contempla.
Y la oportunidad de recalar en la primavera, como expresión de nacer y de expandirse ¡sin! obstáculos, debe permitir al ser, al encontrar las dificultades, evadirlas; no prestarles tanta atención, porque es justamente la atención que se desvía de la expansión y que se ancla en la aparente dificultad, la que se obstina, la que no puede continuar. Por supuesto que con sus razones, con sus explicaciones y su verdad.
El presentarse, el crecer, el nacer, el expandirse, no necesita razones. Es un privilegio el nacimiento, y no hay ninguna razón. Ni siquiera necesita verdades, de esas que se esgrimen en los obstáculos y en las dificultades.

¡Es, orando en primavera, la ocasión de modificar los esquemas de relación. Donde no había hierba, surge; donde no había flor, aparece; donde no había fruto, se hace oloroso y atractivo. Es la ocasión de otros esquemas de relación, que permitan el abandono de los que tanto tiempo han esclavizado, más allá de largos inviernos. ¡Es la oportunidad!, de nuevo, la que nos reclama la opción de otra percepción. De, al menos, decirse:
-¿No será esto de otra manera?
-No, si yo siempre he pensado que era así, y todo el mundo piensa que es así…
-Ya, pero, ¿y no será de otra manera?
Es muy posible que sí.
De otra manera realmente nueva, que renueve lo estancado, lo bloqueado, lo impedido, lo dificultado.
¡Ay!, orando en primavera, los secretos y las ocultaciones tienen su gran oportunidad, porque serán comprendidos, serán entendidos, serán fáciles de expresar. Esos fardos pesados que se ocultan como seguros, pero que minan por dentro la naturalidad, y hacen de la expresión, una farsa, una imitación. Y cada cual sabe dónde están y cómo son.
Orando en primavera, la visión de esos encadenados, se hace ligera. De nuevo, otra nueva oportunidad: librarse de lo decadente, de lo que realmente cada cual considera indecente, y mostrarse resplandeciente.“Yo soy…” Sin nada ni nadie que nos pueda señalar o reclamar.
¡Ay! ¡Qué alivio poder andar sin peso!
Poder soñar con besos,
poder cantar sin hormas,
poder imaginar sin pesos.
Nada pendiente. ¡Qué transparencia! ¡Qué anhelo!
La gran oportunidad: Ser transparente como el cristal.

He nacido, he crecido, me he expandido, me he liberado de lo pesado, de lo oculto y de lo enajenado. Me he hecho transparente, me he mostrado, me he plegado, me he ablandado, me he enternecido. Realmente es primavera.
Toda una expectativa… naciendo, que se nos brinda a todos los seres. Que se nos facilita para que la flor sea distinta; el fruto sea realmente enriquecedor; la rama sea amplia; el tronco, fuerte; y todo flexible, para encantar al viento y hacerse cómplice de sus sonidos.
Orando en primavera, es adjuntarse al silbido de la precipitada expansión de Dios, con la ligereza que da el amor vivido, el enamorado encendido.
La vivencia de la eclosión hacia el gran Vacío, hacia el espacio sin límites, a lo que está por ser conocido.

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