domingo

Lema Orante Semanal

 

Tomar consciencia de que somos “de” la Creación

26 de febrero de 2024


La Llamada Orante nos sitúa en este Universo, para nosotros, impredecible, inabordable, impresionante y, a la vez, sorprendente.

Con estos calificativos... se nos sugiere que abordemos nuestro estar, nuestro hacer cotidiano. Podemos quedarnos en nuestras razones, nuestra cultura, nuestra historia, nuestros intereses, nuestras pérdidas, nuestras ganancias, nuestros dolores, o tamizarlos... –de momento, así- tamizarlos con el hecho de que se sitúan en ese misterioso, increíble, inabordable, sorprendente Universo.

No resulta fácil, puesto que las tendencias de nuestra corporeidad están muy fijadas a lo que llamamos “instinto”, “tendencias”, “intereses”, “sobrevivencias”, “supervivencias”...

Pero, para mejor entenderlo, fijémonos en cómo, a lo largo de la historia, pre-historia... y todas las historias que se puedan contar, nos relatan el hecho de un combate permanente. Sí. El combate permanente que tiene cada ser entre esa Creación, esa Fuerza, ese Misterio Creador, y esa tendencia, esa razón, esa inteligencia. Y el desacuerdo; el desacuerdo entre esas dos, ¡como si fueran dos fuerzas semejantes!

Y aunque seamos creados “a imagen y semejanza”, la semejanza puede distar infinitos lugares, tiempos y espacios, y distancias. Es “semejante a”, pero...

Quizás, quizás se quiso decir –sin decirlo- que proveníamos de un Misterio Creador, que emanábamos de algo desconocido. Pero que “emanábamos” de ello.

Y en ese sentido, sí: “a imagen y semejanza”. Pero rápidamente se fueron antropomorfizando las historias, y “la imagen y semejanza” de nuestro origen era un venerable anciano sentado en un trono, impartiendo ley y justicia. Y lo que es más significativo: con unas tendencias diferentes a las nuestras.

Quizás por eso tuvo que surgir el “libre albedrío”. Y sea cual sea el lugar donde nos criaron, nos cultivaron, aprendimos o desaprendimos… ¡da lo mismo! Es igual. Es igual, pero no es lo mismo, cierto. Pero es igual en cuanto a ese combate entre lo que siento que debe ser, cómo debe ser... y lo que percibo del cómo es y el qué hay que hacer.

Y así aparece el sentimiento-razón-lógica-consciencia, dual: una cosa es lo que pienso, siento y hago, y otra cosa es lo que creo –creo, creo, creo- creo que debe ser, cómo debe ser, pero me siento incapaz, inútil… Me rebelo ante ello y esgrimo mi identidad.

Pero eso ocurre... continuamente.

Y esa lucha, quizás sea más... más dañina de lo que parece. Esa lucha quizás sea más feroz de lo que parece.



Se decía... –quizá también se dice de alguna otra manera- se decía que había que estar en paz con Dios.

.- ¡Guau! Pero si no sé quién es.

.- Sí. No se sabe quién es, pero se siente, se percibe, se intuye, se muestra, se refleja…

.- ¡Ah!...

Y por eso se decía “estar en paz con”. Porque, normalmente, pues... lo que se dice paz-paz…

Sólo hay que fijarse en uno mismo, antes de lanzarse a las batallas del exterior, y en este momento orante, preguntarse: “¿Estoy en paz con la Creación? ¿Estoy en paz con lo que intuyo que es la virtud, la bondad, la generosidad, la convivencia, la entrega, la pasión, el amor, la fidelidad? ¿Estoy en paz con ello?”. Que son cualidades que, en alguna medida, adornan al Misterio Creador.

Bueno, cada uno responderá.

Pero la Llamada Orante nos llama para que nos demos cuenta de esa puja, de esa apuesta, de esa actitud con la que habitualmente el ser se desarrolla; con la que habitualmente nos encontramos.



Y parece una realización difícil. Sí, quizás por la historia de repeticiones y de insistencias permanentes. Primero, en las interpretaciones que del Misterio Creador se hacen. Y segundo, de las tendencias de nuestra naturaleza, propiciadas por nuestra constitución, nuestra configuración.



Y así, por ejemplo, sabemos que tal respuesta no es la mejor, pero se hace. Sabemos que tal pensamiento no es el más indicado, y se piensa. Tal sentir y tal opinión no es la correcta, y se tiene. Tal prejuicio no tiene sentido, y se le da.

Y en lo cotidiano, se está... –y es lo mismo, es un reflejo- se está de parte de una fracción o se está de parte de otra. Con lo cual, la lucha, el combate, está servido.

Yo soy de...”.

¡Ah!, ¡qué palabra!: “de”. ¿¡De quién!?

¡Escucha, creyente! ¿¡De quién eres!? ¿¡De quién procedes!?



Se dice en el clan gitano: “Es el hijo de la Dolores”, “es el hijo de la Angustias”, “es el hijo de María”, “es el hijo de Dulce”, “es el hijo de Amparo”... “Ese es el niño de... Puebla”, “es el niño de...”.

De”... ¡Tan corta la palabra! Tan aparentemente insignificante. Pero que ahora tiene un sentido diferente, en lo orante.

Es la niña de... de los González, de los Álvarez, de los...”. “Es el hijo de la Tomasa”.

De”.

Y he aquí que, cuando aparece el soplo Krístico, cambia totalmente la partícula, la preposición “de”. “El hijo de Dios”. ¡Guau!



No era la primera vez, no. Los emperadores, reyes... eran hijos de los dioses. Ya los griegos se encargaban de hacer sus travesuras neurolingüísticas para ver nuestras procedencias –caníbales, por cierto- de los dioses. Pero en ese caso –en el soplo Krístico- el “de” adquirió otra naturaleza.

Y se expandió y convirtió y... ahí está.

Ya en cierto declive, porque la interpretación…

Aunque luego se decía que todos somos “hijos de”...

Sí, pero hay que creérselo. Y al creérselo, el ser entra en otra consciencia. Ya no es hijo de... la Tomasa y de Antonio, no. Ya no es de Murcia o de Zaragoza. No, no. Ya no es europeo o africano. Ya no es de Australia o de Dinamarca, no. ¿De dónde es?

Diríamos: “de la Creación; del Misterio Creador”.

Claro, esto resulta como aparentemente vacío, ¿no?: “¿Y dónde está y cómo está...?”.

Y nos aferramos... –y ahí incide la Llamada Orante- nos aferramos a nuestros conceptos, ideas... y no nos desenganchamos de que “esto es así”.

Y al decir que “esto es así”, pues... “Soy de Bilbao”, “Soy de Astorga”, “Soy de...”. Finalmente aterrizo ahí.

Quizá no me atrevo, o no se atreve el ser, a decir: “Soy hijo de la Nada.

¿Nada? ¡Con lo importante que soy yo? ¡Con lo que me quiere mi madre y mi padre? ¡Con lo que yo quiero a mi perro? ¿Que yo soy nada?, ¿que yo soy hijo de la nada?

¡Hombre! ¿Y mis bíceps?, ¿y mi muslo?, ¿y mi esternocleidomastoideo? ¿Qué pasa?, ¿que eso no existe, o qué?”.

Esas son las típicas respuestas de la rebeldía menor, mayor, mediana, del protagonismo insolente, indolente del ser humano. Entre paréntesis: (impresentable).

Si con sólo ver cómo amanece, o ver dónde estamos por la noche y cómo anochece, todo lo que se acaba de decir –de mis músculos, tendones, padres y madres- pierde... Se diluye. Es... nada.

¡Claro! Así se puede llegar a decir: “Como es nada, pues nada importa, nada es útil, nada sirve, nada…”.

El radicalismo racional del ser humano es atroz. Hay todavía –como se ve- palabras para describir acontecimientos.



¿Por qué hay tanto problema con la Nada? ¡Ahhh, sí, claro! No se la puede poseer. No se la puede controlar ni dominar. Aunque es la idea más sensata ante nuestra presencia en este Universo insondable. Y si nos preguntan: “¿Tú eres hijo de quién?”. “De la Nada”. Pero, claro, hay que remontarse a la creencia. Y ver que esa Nada es operativa; que está con nosotros, en nosotros y entre nosotros.



No se trata de creer “en nada”, ¡no! A la hora de asignar al Misterio Creador como referencia verbal, nos permite estar en esa Nada, con un cordón, con un hilo argumental que nos permite ver lo imprevisto, lo inesperado, lo sorprendente, lo casual, lo mágico –¡ah!, lo mágico-, lo caótico.



Y lo que es más sorprendente aún, en esta línea:

Si somos hijos –mantengamos esa palabra todavía- si somos hijos –genéricos: de todos los géneros posibles- del Misterio Creador, en algo, dentro de nuestra ignorancia ignominiosa…

Sí. Digo “ignorancia ignominiosa”, porque a veces la persona se dice “ignorante”, pero es ignominioso, porque en el fondo cree que lo sabe todo. Véase “español”. ¿Hay algo que no sepa un español? ¡Vamos! Tú pregúntale lo que sea, que él te va a decir algo, algo te dirá.

Lo sorprendente es que, si eres el hijo “de”, eres “de”, ¡en algo!, en algo, dentro de... –insisto- de nuestra insolente ignorancia –cuando se hace insolente, pero es que habitualmente se hace-, algo, algo –volvemos con la frase; hay que puntuarla bien, ¿eh?- algo, ¡en algo nos tendremos que parecer!

¡Sí! Pues tú ves... pues el padre es alto, la madre es alta, y habitualmente el niño es alto. El padre es bajo, la madre es baja, y el niño habitualmente es bajo. A veces hay sorpresas, pero también sabemos de dónde vienen, ¿no? El niño es blanco, el padre es blanco... y la madre es un poco oscura. Empieza a haber cosas que no cuadran.



Este detalle de “de”: “en algo tendremos que parecernos”; aparte de la imagen y semejanza, “en algo tendremos que parecernos”. Y claro que sí.

El primer –bueno, el primer-…. uno de los signos en los que nos parecemos son los sueños. Sí. Todos soñamos. A veces recordamos, a veces no… Los sueños llegaron a ser, con Sigmund Freud, el sumun del determinismo y de la interpretación. Luego se vinieron un poco abajo. Pero antes de él, los sueños del faraón, los sueños… eran la clave.

¿Pero qué pasa en los sueños? Pero ¿qué ocurre?

¡Ahhhh!...

Lo que sorprende de los sueños es, o bien su “sinsentido” –desde el punto de vista ya del despierto-, su sinsentido, su mezcla, su ¡caos! –desde la óptica de la razón, claro- y, sobre todo, que están fuera de nuestro dominio.

Por eso en otras épocas, en otras culturas, en otros momentos, los sueños eran claves para... a la hora de discernir sobre ellos, eran mensajes divinos que indicaban hacia dónde estaba la caza o cómo evadir la sequía o cuándo era propicio plantar o… Ejemplos, millones. Millones de ejemplos muy diversos, en diferentes culturas.

Es ahí, en los sueños, como un signo en el que estamos en el seno de la Nada. Y fíjense todo lo que pasa en el seno de la nada: “Pues estabas tú en un sitio, y yo te veía, y entonces corría... y entonces cayó una bomba, pero tú la recogías y no la dejabas explotar, la lanzabas contra las nubes, y llovía. Y en eso que apareció un caballo inmenso-inmenso, color plata y, ¡wow!, te montaste en él y me dijiste “adiós”, y yo no lo pude aceptar y corrí detrás y le agarré la cola al caballo y me subí detrás de ti. Y te pusiste tan contenta, tan contenta... Y en ese momento desperté. A ver, interprétamelo”. ¡Wow!

Y como éste que acaba de surgir, pues todos recordarán muchos; algunos impactantes, algunos terribles, pero... caóticos.

Luego sí –luego sí- está la Nada. Sí se ejercita en ella. Porque, evidentemente, cuando el ser está dormido, está en la Nada, desde su consciencia; desde su consciencia consciente. Pero en cambio no es así, su consciencia... sí que está en la nada; su consciencia o su supra consciencia o el contacto con la supra consciencia –bueno ya entramos en terminologías muy, muy sui géneris y muy discutibles; no es ése el objetivo-.

Recordarán, algunos, oraciones en las que mencionábamos –no hace demasiado tiempo, pero sí-, que decíamos “no soy de mí”.

Ahora aparece de nuevo el “de”, para que dejemos de luchar contra lo imprevisto, lo inesperado. Para que realmente empecemos a tomar consciencia de que somos de” la Creación. Para que realmente estemos en paz con ese fluir caótico; que tenemos que ordenar, claro, que tenemos que argumentar, que tenemos que situar, y posicionarnos. Porque el entorno es duro, racional, impositivo, dominante.



Claro. Es fácil deducir que, si asumo que soy “de”, y me ejercito de la mejor manera posible, voy a tener problemas.



Y no... problemas como los de Houston: “Aquí Houston, tenemos un problema”. No. ¡Más!, más.



Y nos conoceremos, como se dijo: “Por sus actos los conoceréis”. Claro. Y las actuaciones como “hijos de” no suelen... –en el dominio dominante del ser de la especie humanidad- no suelen estar en consonancia con las manipulaciones, los controles. No.

En consecuencia, vamos a tener... –hay que fijarse bien en esto; hay que fijarse bien en esto- vamos a tener, por una parte: Sí, me he liberado. Soy hijo “de”. Consciente de ello soy, y en el caos de la Nada me voy a ejercitar.

¡Guau! ¡Qué bien queda esto! Pero en cuanto me ejercito, mi madre me echa una bronca impresionante, mi padre no está de acuerdo, mis amigos… –buah, “amigos”- desaparecen, algunos no…. ¡Guau! Pasan muchas cosas, ¡che! Entonces... he creado un conflicto.

Sí, estoy en paz con el Misterio Creador, pero estoy en guerra con todos los demás.

No. Ellos están en guerra contigo, contra ti. Primera aclaración. Segunda aclaración: si tú lo consideras guerra, será una guerra. Si tú tienes la piedad, la condescendencia, la paciencia y la esperanza suficiente, el otro o los otros tomarán nota de su –de su, de su- procedencia.

Y sí, es... –en principio, al medio y al final; da igual, es intemporal- es, por momentos, duro. ¡Claro! Porque hay que estar con los perros, los gatos, los conejos, el padre, la madre, el tío, el amigo, el sobrino, el jefe… ¡Sí! Porque son todos “de”, pero unos lo descubren o lo reconocen, y otros no. La mayoría de la mayoría, no. Entonces si tú ejercitas, te ejercitas como “de”, vas a entrar en conflicto.

Pero lo primero que tienes que recordar, repito: ellos entran en conflicto; uno debe permanecer. Permanecer significa continuar con su testimonio, con su posición: esa que proviene “de”.



Quizás te deshereden, te retiren el saludo, te ignoren... y un largo etcétera. Bueno, “quizás”, no. Seguro.

¡Pero!... –el “pero” es para aclarar y animar- pero el “de” la Nada, “de” el Misterio Creador –como operativo de esa Nada-, “de” esos sueños... ¡ah!, es incondicional, es permanente, es AMOR con mayúsculas, es compasivo, es misericordioso.

No hay que temer”.

Y es ahí cuando ejercitamos nuestra liberación. Y es ahí cuando nos hacemos verdaderamente descendientes “de”.



Deeeeeeee...






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