viernes

Lema Orante Semanal


INSTINTO, EMOCIÓN, INTELECTO, ESPIRITUALIDAD

16 de julio de 2018

Y cada vez que nos llaman a orar… es para sintonizarnos con nuestra “identidad universal”, entendiéndose por ello nuestra íntima conexión con todo lo creado, seamos conscientes o no; dependerá del grado de evolución de cada uno.

Y así, cada oración se convierte en un mensaje, en una sugerencia, en una opción ligada a “recrearnos”, a crearnos de nuevo una vez y otra vez –y así indefinidamente-, con el sentido de alcanzar una consciencia ¡liberada!, y a la vez, ¡conectada!

En la medida en que ha transcurrido la humanidad como especie, ésta se ha ido haciendo cada vez más dependiente, más consumidora, más consumida, más consumadora… Con sumar y sumar, se ha hecho un número ¡torcido!; tan torcido que no parece –no parece, excepciones aparte-, no parece cambiar; no parece –eso que se dice- “evolucionar”; no parece sino… que repite y repite ¡y repite!, más allá de lo aconsejable.



La consciencia de “ser”, como un acontecimiento insólito y singular de la existencia de cada ser humano, no se tiene, ¡salvo!... salvo cuando aparece un ególatra, hedonista y soberbio que se proclama –que evidentemente no es singular, es una repetición más-.



Sólo hace falta aproximarse a elementos instintuales, elementos emocionales y elementos intelectuales.

En lo instintual, la sobrevivencia, la supervivencia, la vida animada en sí, cada vez… cada vez tiene menos ejercicio, menos vocación de expresarse, de sobreponerse; más bien, a veces da la impresión de ser grupos de vida que van directos al matadero, pero no como ofrenda o como gratitud o como perdón ante lo Divino, etc. –que pudiera ser en otro tiempo-, no, sino como ritmo de costumbre, con la frase de que “la vida es así”.

Se ha alcanzado la bonita cifra de más de siete mil millones de seres humanos, los cuales están sobre una caldera falsa de ideas, proyectos, noticias, informaciones…; y todo ello a punto de estallar. ¡Pero!... no se encienden las alertas ni las alarmas.



Las emociones vagan… así, “lánguidamente”, o a veces pasionalmente asesinadas. Pero la languidez, la apatía, la desidia, la tristeza, la depresión, ganan adeptos por segundo. Parece que nada tiene valor.



¡Ah! Y el intelecto… el intelecto está a por sus números, a por sus logros, a por sus conquistas. Lo tiene fácil, ciertamente. Con un ánimo marchito, con un instinto, ¡bueno!... bajo mínimos, el intelecto tiene muy claro el producir, el amenazar, el asustar, el perseguir, el castigar…

Ese intelecto cultural –¿cultural?- que maquilla, que engaña, que oculta, que promete... ¡Uuff! Pero es el hegemónico. Es el ¡Poder! Que despilfarra las violencias visuales, verbales, auditivas, manuales, automáticas, semiautomáticas...

-¡Claro! Parece que falta algo. “Instintual”, “emocional”, “intelectual”… ¿Ya?

-¡Oh, sí, sí, sí! Faltaba lo espiritual.

-¡Ah!, ¡lo espiritual!

-¡Sí!

-“Sí”, ¿qué?

-¡Ah! Pues “sí”, que los hay católicos, apostólicos y romanos. Los hay musulmanes de la Meca, musulmanes de Bosnia Herzegovina… Hay musulmanes también ismaelitas; hablan poco de ellos, pero es que sólo hay un rico entre ellos. Se habla de musulmanes que van a la Meca...

-¡Ah, la Meca!

-Sí.

-¿La piedra?

-Sí…

-¡Ah, bueno!

-Y los hindúes: ¡Oh!, ¡Visnú, Shiva, Brahma!… Sí; ahí está la religiosidad, la espiritualidad.

No olvidemos a los hebreos; que, aunque son en pequeño número, su influencia es grande.

¡Está todo! ¡No falta nada! ¡Hombre!, es normal que las religiones, entre sí, no es ya que se peleen, sino que se deseen la muerte inmediata unas a otras. Pero, salvo ese detalle…

-Porque todas son verdaderas...

-¡Oh, sí!



O es sorprendente la capacidad de lo Divino de diversificarse de tal forma que cree un caos que sea imposible resolver, o lo Divino no tiene nada que ver en esto, y es el hombre el que ha divinizado sus muñecos y ha creado el muñeco Yahvé, el muñeco Jesucristo, el muñeco Mohamed, el muñeco Visnú, el muñeco Brahma, el muñeco…; los muñecos –¡si habrá muñecos!- a los cuales rinde culto, lleva frutas, pone flores y... ¡y más!

Esa es la vida espiritual.

¡Claro! Resulta un tanto decepcionante, desde el punto de vista anímico –vamos a introducir brevemente el alma: “anímico”-; resulta –¡ay!-, desde el Misterio Creador…

Que quizás sea mejor nombrarlo así a lo que sea, porque no sabemos ¡nada! Saber, ¡no!, porque no pertenece a la esfera del saber.

Muchos llamados ‘creyentes’, “trabajan” –entre comillas- con lo espiritual, a través de su saber… Pero ¿¡qué se sabe!?

-Pero ¿vos qué sabés de lo Creador, de la Creación? ¿Qué sabes?

-Nada…

-¡Eso: nada!... Entonces, no tiene lugar el intelecto.

Ahora escuchamos un poco con intelecto, con emoción, con... Pero ¡no! Es una estrategia nada más. Pero el intelecto no tiene nada que ver. Pero entendamos: no tiene nada que ver, pero está ahí.

¿Qué tiene que ver la nariz con el codo?

Dice: “¡Hombre! Ver, ver, ver, no se ven; pero están, claro”.

Pero la pretensión… –en este tiempo en el que la humanidad es intelecto, dominio, poder, mando-, el empleo de esa fuerza para entrar en sintonía con lo llamado “espiritual”, es un fraude.



Los finos hilos de la casualidad, de la sorpresa, de lo imprevisto, de lo inesperado, de ¡la suerte!, de la probabilidad, de la posibilidad… son los hilos que maneja el Misterio Creador para llamarnos a orar y para inspirarnos y situarnos en sintonía con la Creación.

Y si repentinamente aparece un ruido impensable e incalculable, en el momento justo en el que se dice tal o cual palabra, puede que digamos: “¡Bah! Una casualidad; el viento”… Ya está el intelecto ahí. Todo es casualidad, todo… todo se justifica… ¡Todo!



Realmente, la vida anímica, ¡almada!, espiritualizada, es mínima. ¡Mínima! Y su incidencia en nuestro hacer, en nuestro estar, es ¡mínima! De ahí la necesidad, como eternos aprendices, de acudir a la Llamada Orante, para tomar consciencia y hacerse promesas, hacerse diarios de acciones, de correcciones…; que hay que recordar que somos permanentemente recreados todos los días, cuando ¡ama-nece!, cuando gracias al amor de la Creación nacemos otra vez.

Nos parece que puede ser muy natural, pero hay algunos que no amanecen; “algunos” muchos.

Podríamos decir que el sueño –esa antesala de la contemplación- es el momento que la Misteriosa Creación emplea para re-componernos, re-armarnos –¡sin armas!-, regenerarnos...



Si, con honestidad, deparamos en nuestra configuración, llegaremos a la inevitable conclusión de que somos ánima, un ánimo; que sí, que está rodeado de cabeza, tronco, extremidades, fascias, aponeurosis, corazón, intestinos… Sí, sí.

O sea, si cogemos esta frase nos podemos ir a decir:

-Entonces, ¿todo lo que hemos hecho de instinto, de sentimiento, de intelectualidad, es rigurosamente erróneo?

-¡Sí, señor, señor! ¡Sí, señor!… –como contestaría un marine entrenado-.

-¡Ah!                                                                               

¡Claro! Porque resulta que somos ánima, somos espíritu –si queremos llamarlo así-, aunque cuesta trabajo, al intelecto, asumirlo. Nada más que somos eso. Es decir, ¡nada!

¡Lo que ocurre es que las apariencias engañan! Entonces, nos ponemos ropa, zapatos…; hablamos, hacemos bombas... y alguna que otra vulgaridad más. Pero, si no fuera por que hay el ánimo, el ánima, como ocurre cuando estamos dormidos…

O sea que algo de razón tenían las culturas primitivas –que resultan no ser tan primitivas-. Véase esas culturas como la de Mohenjo Daro –en India-, antes de la llegada de la bestialidad indoeuropea; por ejemplo, ciertos aspectos de los pre-incas o algunos elementos de los mayas… –por situarnos, ¿no?-.

Una vez que nos situamos un poco –¡un poco!-, vemos que esas culturas, lejos de… –muy lejos- de ser “primitivas”, en el término vulgar de la palabra, eran culturas animistas cien por cien… ¡Y vivían! Y cultivaban. Y hacían regadíos con especial artesanía. Pero su estar, su hacer, estaba permanentemente promovido por lo anímico-espiritual. Eso marcaba su sentido.

Todos ellos desaparecieron, y no dejaron apenas legado.

¿Desaparecieron o se fueron? ¿O les hicieron desaparecer?

Pero algunos ecos quedan. Luego podría pensarse que en otros tiempos era viable vivir bajo el único sentido de lo animado, de lo espiritualizado, de lo solidario con el entorno y con la propia especie, sin la prepotencia del poder, sin el manejo de la violencia.

Porque hoy, hoy nos plantean que eso es vital: un Estado ¡fuerte!…

¡Un Estado?... ¡Qué horror!

Pero claro, si no se conoce la definición de “Estado”, que es “una estructura erigida por elementos que se constituyen en poder y que justifican el empleo de la violencia en caso necesario para mantener su orden establecido” –eso es un Estado-, pues nos parece… –si no se sabe- nos parece normal que exista un Estado.

¡Eso es una aberración!

También nos parece normal que exista un gobierno. Más aberraciones.

Y parece que somos una especie tórpida, abocada al absoluto fracaso, si no tenemos ante nosotros un látigo, un miedo o una zanahoria flotante que nos diga que comiéndola obtendremos la felicidad. Y el que más o el que menos, se lo ha ido creyendo. Y claro, la especie se va automatizando; robotizando.

Y claro, ¿dónde está el ánimo, dónde está la espiritualidad? Está, sí, está; pero está ¡tan abolida!, está tan... cercada, que cualquier aliento que sugiera búsqueda de sinceridad, de claridad, de creación, es tachado rápidamente de reaccionario, sectario, terrorista o cualquier otra cosa.



Parece claro que, como fuerza, que como soplo que somos, se nos sugiere un cambio, una actitud y un ejercicio de adaptabilidad, de fe, de esperanza y de creatividad permanente, hacia una convivencia clara, transparente… que nos permita sentir ¡un sentido!, un estilo de vivir que aborde el convivir como un arte de belleza, de posibilidades, de asombro, ante este Universo que nos contempla, ante este nacimiento que se nos brinda cada día...



Y así, hacer... hacerse promesa diaria de un servidor de vida, de eternidades, que se plasma en cada momento, en cada humor, en cada amor.

Sentirnos ¡sin límites!... y actuar en consecuencia.









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