lunes

Lema orante semanal

LLAMADA ORANTE

03-10-2011

COMPRENDER, ENTENDER, ¡SENTIR!... Y HACER… se nos muestran como una cascada de sucesos, que configuran un comportarse, una muestra, un perfil, una manera, una forma… de nuestro ser.
Comprender y entender parece que son –según nos cuenta la ciencia antropológica, paleontológica- una adquisición relativamente reciente, llena de disquisiciones, interpretaciones, valoraciones, medidas, pesos, observaciones… Se atribuyen a la corteza cerebral, todos esos procesos… complejos por momentos o… inexplicables, por otros.
Lo cierto es que… parece ser que el ser ha sufrido, a lo largo de su historia, una “cerebralización”. Pero… si nos fijamos, esos niveles –entender, comprender, sentir, hacer- tienen diferente naturaleza, y dentro de cada uno –comprender, entender- hay… ¡multitud de niveles!
-¿Qué entiende y qué comprende un asiático, a propósito de la dinámica de Marte?
-¿Dinámica de Marte?
-¡Sí! ¡El planeta ése, rojo, que hay por ahí!…
-¡Ah, ya!
-¿Y qué entiende un astrónomo, por Marte? ¿Qué entiende, qué comprensión tiene cada uno de ellos?
-El asiático ¿de dónde es?
-De Hong Kong.
-Hong Kong… ¿Por qué de Hong Kong?
-Bueno, pues… de Sumatra…
-¡Vale!…
Pues, ¡probablemente!, la diferencia de comprensión entre uno y otro… –el entendimiento, el saber- sea “abismal”: uno sepa localizarlo visualmente, telescópicamente, y conozca datos “a propósito de”, al igual que su mitología y su investigación a lo largo de años, de un planeta que prometía mucho, y ahora promete menos; y tenía agua, no tenía agua… ¿quién se la bebió?… –no se sabe-.
Y el otro –de Sumatra, ya que no vale el de Hong Kong- pues… pues sí, le suena:
-Debe de ser… –él sólo terminó el bachillerato- Saturno, Neptuno… ¿De esos son, no?
-Sí; de esos…
-¿Usted sabía que se le asociaba con Marte, el Dios de la guerra?
-¿Marte, el Dios de la guerra? No sabía de ese… de ese Dios.
-¡Sí, hombre! Ese es el Dios más… más de moda, que hay. Aunque se inventó ese slogan: “Haz el amor y no la guerra”, pues… ¡casi nadie lo entendió!... Realmente se entendió: “Haz la guerra, que es lo mismo que el amor”… –si analizamos los hechos-.

En cuanto a los sentires, emociones, sensaciones… ¡Uf! Desde “el llorante” que… con la calidez de la mama se conforma –y experimenta ¡vaya usted a saber qué sentires!, pero el efecto es casi inmediato-, hasta el místico –por poner una referencia- sufí, que gira y gira como derviche, y se extasía en la plenitud de Alá –el tres veces bondadoso-.
¿Qué ha pasado en todo ese trayecto? ¿Cuántas posibilidades hay de combinar diferentes niveles, con otros?
Y cuando llegamos al hacer… ¡irremediable!, pareciera que “entender”, “comprender” y “sentir”… como que están, ¡no en el mismo plano, pero… pero especulan! “Especulan”. Es decir, que elucubran; es decir, ¡que no necesitan “la masa en las manos”!, sino que… miran, oyen, ven… Y todo eso, sin moverse de su cuerpo –“sin moverse de su cuerpo”-.
-¿Y cuando llega la… la extraña ¡materia!?
-¿La materia? ¡Ah! La materia…
-¡Sí! Esa que hace… esa que hace que circule la linfa, la sangre, el impulso nervioso, el latido cardiaco, el funcionamiento del hepatocito… –es una célula como cuadrangular, que existe en el hígado, también llamado “fécato” en italiano-.
-Eeee ¡puuuubbbb!...
Es una expresión: “eee puuubbb”. Es decir, como decir: “¿Y qué hago con esto ahora?”. “Eeee Puuubbb”… “y taaaa”… ¡Con lo a gusto que yo estaba con mis pensamientos, con mis damiselas, con los castillos, con las olas que venían e iban… de color turquesa! ¿Dónde están?
-¡Estás en La Mancha!
-¡Ah! ¡Se han manchao!… ¿Y qué hago con mi poesía turquesa?... ¿Qué hago con ella?

Ese tránsito entre la confabulación del “sentir” y “comprender”… –¡lo incomprensible, claro!-; lo cual, por cierto –“comprender lo incomprensible”-, es como decir que no he comprendido nada.
-¡Claro! ¡De eso se trata!
-¿¡Cómo que “de eso se trata”!? Y entonces, ¿para qué investigo Marte?
-Pfff… Porque está ahí.

¡Ah! Estábamos con “las manos en la masa”:
“¡Las manos en la masa! Y… ¿y ahora qué hago para que la masa… ¡no sea una “maza”!, y sea comestible, sea bella, sea tratable; que, en alguna medida, ¡pueda corresponderse con lo que siento y con lo que pienso!?”

Pude comprender y entender que Dios hiciera el mundo… ¡a su gusto! Y empleara algunos días… y los relatara de esa forma para que lo entendiéramos. En realidad, lo único que quería crear era “la semana”. ¡Nada más! Una semana, con su día festivo. Que, en realidad, es lo que luego se ejercita: “¿Cuándo es domingo?”
Porque, claro, llega el sentimiento y dice:
“De domingo a domingo, te vengo a ver…
¡Cuándo será domingo, cielito lindo,
para volver!... Ayyyyy”

¿¡Y qué le importa a ése, el lunes, el martes, el miércoles, el jueves, el viernes y el sábado!? ¡Nada!, ¡nada! ¡Nada! No entiende, no comprende… Solo está enfila’o en el domingo. Y hará luego lo que pueda, pero… pero está ahí, como “encallado”.

¡Bueno! Quizás, la Divina Providencia no pensó solamente en crear la semana, sino luego complicarlo con “el mes”, “el año” y… y todas esas cosas de fácil comprensión y “entendí-miento”.
Pero sentir, sentir, sentir, lo que se dice “sentir”, ¡siempre es en domingo!
El domingo, además, se identificaba –emocional y sensualmente- con las campanas y con las tetas. ¡No sé por qué!... había una extraña relación entre feligresas, iglesia, campanas y tetas. Y eso hacía –en realidad- que los hombres fueran a misa. ¡Si no, no iban!
¡Qué cosa ¿no?! ¡Qué “ménage à quatre”! –a quatre, a cinq, a six… bueno, a todos-. El “catre”. ¡Sí! Porque todo eso configuraba luego la homilía del sacerdote: “¡Pecadores!... ¡cabrones, hipócritas! ¡¿Qué hacéis aquí?!”. Y el que más o el que menos bajaba la “testuz” reconociendo sus pecados, mientras miraba de reojo las tetas de la vecina. Dice: “¡Pero si es que no puedo evitarlo!…”

“Entender”… –ahora que ha salido el templo-: ayer, en la capital de este reino, un ser humano entró en una iglesia y –¡así!-... eligió –sin motivo aparente- a una señora embarazada que estaba en el templo aguardando a la eucaristía, con su hija, y le disparó a bocajarro. ¡Allí, en la iglesia! Luego siguió andando y vio a otra persona interesante, y también le disparó –y está muy grave-. Y luego, se puso ante el altar mayor… y se pegó un tiro en al boca.
¿Qué pensó? ¿Qué sintió? ¿Se dio cuenta de lo que hizo? Allí mismo llegaron las unidades sanitarias y practicaron una cesárea a la madre –ya fallecida-, mientras la hija sufría un ataque de pánico. Y el bebé está muy grave en la UVI.
¿A qué se parece esto? ¡A Noruega!
¿Qué piensa el hombre del siglo XXI? ¿¡Qué siente!? ¿Qué extraño comportamiento tiene el cristiano, que ‘devoradamente’ se traga a sus hijos –como los antiguos dioses- y los devora? ¿Qué le contaremos al bebé –si sobrevive- a propósito de su nacimiento? ¿Nos quedaremos simplemente con decir: “¡Un loco –un loco- que entró en un templo!”?
No hace mucho –¿verdad?- las personas se refugiaban en el templo. Y era como un lugar… ¡sagrado!, donde –¡bueno!- incluso te podían dar pan. Ya, las cosas –con la Segunda Guerra Mundial- cambiaron, y en Ruanda –por ejemplo- con los Utus y los Tutsis, llevaban a unos o a otros a los templos y, allí, cerraban las puertas y les prendían fuego. También practicaron esta técnica los yugoslavos. Sí. Los templos ya… dejaron de ser lo que eran. Antes, estaban abiertos de par en par, y ahora, a determinada hora, el capellán –el sacerdote, el párroco- cierra las puertas.
¿Estaba en el lugar equivocado, esa madre con su niña, a la que educaba en una fe?
¿Preguntaremos también –como hace el Papa-: “¿Dónde estaba Dios ayer, que se le escapó este pequeño detalle?”, o realmente… nos constreñimos en el pensamiento y en el sentir de los que han tenido que vivir ese drama? Los que se han ido están –seguramente e incomprendidamente- pensando: “¿Cómo es posible?”. Aunque pronto les contestarán.
Sin duda, no nos vamos a rasgar las vestiduras, ni vamos a pensar que este es un drama terrible –¡que lo es!-, porque hay otros dramas todos los días, y en ellos no se depara: cuando ese hombre se llena de municiones en su cuerpo, y se inmola en una mezquita –¡grave!, ¿eh?-, y deja cincuenta muertos, treinta, cuarenta… depende de los que haya alrededor –grave, ¿eh?-. Fueron a la mezquita a rezar, el viernes, y alguien entendía y sentía que lo mejor era hacer una inmolación. ¡Voilá! Y otros, simplemente iban a pedirle a Alá –el tres veces bendito- la misericordia y la paz. Y ¡¡¡BOOOOM!!!!...
Otro hermano musulmán –por extrañas razones- se convirtió en retales, y se llevó por delante a… a cualquiera. ¡Sin distinguir!
¡Pero eso no es tan raro!, cuando Estados enteros reclaman en sus slogans: “¡Patria o muerte!”.
¿Patria… o muerte? Pero ¡qué es eso! ¿Cómo puede reclamar –la vida- la muerte?

Parece que la evolución que ha llevado a esa “cerebralización” no está aún en su sitio –¿verdad?- y tiene como necesidad de hacer; y lo más fácil es… “des-hacer”, “des-truir”. ¡Es fácil! ¡Lo puede hacer cualquiera! No hace falta haber ido al instituto, ser licenciado o… o diácono de la diócesis de Canterbury. ¡No! ¿Destruir…? ¡Fácil!
Pero parece ser –y hay que rescatarlo desde el sentido orante- ¡parece ser! que nuestra consciencia “cerebralizada” –de comprender, de saber- ¡estaba diseñada para construir, no para destruir!... Para construir y –así- sentir el enorme gozo que significa… ¡vivir!

¿Será eso: que –en su inmadurez- el comprender, el entender y el saber… no saben aún cómo hacer? En cambio, tiempo atrás –antes de llegar a esa “cerebralización”- se hacía sin saber por qué. ¡Ni se requería saber por qué!:
-A mí me enseñaron a hacerlo así, y yo lo hago así.
-Pero, ¿por qué lo haces así? ¿Qué significa hacerlo así?
-¡Ah! No sé…
-Pero ¿no tienes curiosidad por comprender, por saber…?
-No, no. ¡Ninguna!
-¿Y qué sientes… cuando lo haces?
-¿Cuándo hago esto? ¡Nada!

Nada, ni siquiera instintivo. “Pre-instintual” podría ser esa fase. Y luego se fue “sentimentalizando”… Y luego se desentendió de ese sentir, y se hizo lógica, razón, especulación…
Pero no son unidades separadas. Es una trinidad enlazada que busca una unidad. Y para ello invierte ¡un tiempo!… de masa que ha de fermentar; que ha de poder amasarse –como el pan-; que hay que esperar su ascenso y… ¡y que hay que saber merodearla con el fuego!, para que luego se convierta en alimento de nuestros pensamientos; para que luego pueda ser entregada –como ofrenda- a nuestros sentires.

En el sentido del Islam, podríamos decir: “Que no salga de tu boca… palabra que no sienta tú corazón”. Y podríamos –además- añadir: “Y que no puedas representar con las manos…”


Desde la quietud de la configuración de la “masa”, se gesta el proyecto, la idea… que hace sentir. Quizás, este camino –aparentemente inverso- desde nuestra configuración hasta nuestra fabulación, cuando vuelva, haga que nuestras manos fabriquen eternas primaveras. Por ello, “la quietud… del Ausente”… puede ser el punto de partida: contemplar en oración; puede ser el instante iniciático en el que la idea… comprende, entiende y, a la vez, siente. Y luego… actúa.
Quizás, esa variable interpretativa de “ida y vuelta” –¡y no de “orden e ida”!- modifique las posturas de poder, de hegemonía, ¡de destrucción! Y, en el ejercicio perseverante, el ser encuentre esa consciencia de fusión, ¡que puede especular con la dicción –en palabras- de cuerpos distintos!, pero que es uno… el que da: con sus palabras o sus muestras, la idea; con sus abrazos y sus besos, los sentires; y con sus adornos… como de fiesta, sus haceres.


Contemos con que la Misericordia está presente.

Ámen

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