miércoles

Lema orante semanal

REVELACIÓN, EMOCIÓN, CONMOCIÓN, IGNORANCIA.
14 de setiembre de 2009

Somos como cámaras oscuras donde penetran continuamente impactos de luz creadora, pero no revelamos. No revelamos ese impacto y, así, todo nos parece oscuro. Una oscuridad que no es de Universo sino de ignorancia.
Recluidos en la propia cámara oscura, se termina convenciendo el ser de que ése es su habitáculo natural.
Sí, le han hablado o ha escuchado algo de “revelar”, pero es una inquietud tibia. Falta la emoción, la conmoción de sentirse sorprendido por los pequeños o grandes acontecimientos.
Y se siguen disparando fotogramas una y otra vez sobre ese ser de vacío, de recursos, de posibilidades, pero que se ha recogido, se ha plegado en su oscuridad gris. No se atreve o… o en su indiferencia de aburrido, no se atreve a revelar lo que llega, lo que acontece, lo que casualmente sucede. Establece un código de interpretación de lo cotidiano y con eso se siente completado, halagado, equilibrado.
Y otra cosa es su creencia, su… su experiencia espiritual, la que realmente ocupa en su cámara oscura apenas un recuerdo de leyenda.
Es similar a esa postura en la que, cuando aparece un conflicto, una dificultad, una inconveniencia, la persona sensata, equilibrada, inteligente, trata por sus medios de solucionar esa pena, esa preocupación. Y así lo expresa. Y cuando no ha podido más, también nos expresa: “Y he recurrido a la oración para… pero nada, tampoco…”
“He recurrido a la oración, pero nada, tampoco”… ¿Y qué esperaba? ¿Que iba a estar allí Santa Klaus o Papa Noel, para darle la pastilla o la sentencia de cómo resolver sus incomodidades? ¿Esa es la idea y la vivencia que de lo Divino se tiene? Ese señor y esa señora circunspectos, serios, equilibrados, acomodados, sensatos, inteligentes, con la cabeza bien armada…
La historia sería: “Dios, el último recurso”.
Así se sucede y ocurre en la mayoría de las creencias. Y no es una cuestión de opiniones o puntos de vista, basta simplemente ver el comportarse del ser. ¿Se comporta según criterios que va revelando en referencia al sentido de lo Divino? ¿O realmente se comporta siguiendo los dictámenes de cultura, conocimiento, ciencia, entendimiento, razón, lógica?
Es evidente que este segundo aspecto domina de forma clara el hacer humano.
Es semejante a como cuando los ejércitos existen y se arman para garantizar la paz. ¿Qué clase de paz es ésa que hay que defenderla con pistolas, cañones y muertos? ¡Ah!, eso sí, los ejércitos tienen su capellán, su sacerdote, para que todo salga según las bendiciones de sus dioses.
No es –y eso es lo que nos resalta el orar de hoy-, no es prioritaria la preferencia del ser hacia su vinculación Divina. Ni siquiera en los radicalmente creyentes. Siempre, salvo excepciones, se emplea ese radicalismo para justificar el pensamiento razonable humano.
El interés, la renta, la egolatría, la atracción subyugante del poder, impide revelar la conmoción Divina de cada día, y hace al ser un absoluto ignorante.
Y cierto, cierto es que, si nos circunscribimos al secuestro oscuro y gris, la vida es así. Y responde a los parámetros con los que oficialmente y sabiamente, nos movemos.
¡Ah!, pero si por un descuido, la luz del diafragma impacta de tal forma que nos revela algo que no tiene sentido, pero que ocurre, entonces toda la arquitectura que el hombre había fabricado ya, carece de valor.
¿De qué le sirven al peregrino en el desierto sus riquezas, cuando tiene sed? No puede comprar agua en el grifo del desierto. ¿De qué le sirve su conocimiento, sabiduría y poder, cuando el dolor aprieta, cuando el sufrimiento cerca, cuando la enfermedad estruja? ¿De qué sirven los planes cuando salen mal?
De tanto insistir en la importancia personal, en el individualismo a ultranza, en el materialismo eficaz, se ha cerrado el espacio hacia Dios. Apenas una tibia rendija, una pequeña oquedad, queda como… como un suspiro lejano, lejos… Ese suspiro lejano que decía “Amarás a tu Dios con toda tu voluntad, con toda… con toda… con toda…”
No, esa experiencia conmocionante, emocionante, de esa relación, ha sido sustituida por el amor al perro, el amor al gato, el amor a papá, a mamá, al cigarrillo, a la cerveza, a la juerga… cualquier morcilla, es amor.
La experiencia en lo Divino, no como experiencia de tiempo largo y edad, sino la experiencia, el haber vivido instantes –uno- en lo Divino, nos lleva a referenciarnos en todo hacia esa conmoción que, por añadidura, nos da ese amor hacia el entorno, como el amor que nos tenemos hacia nuestra identidad.
Y, desde luego, no es esa conmoción-emoción hacia lo revelado, una labor de voluntad, de perseverancia… no, no, no. Eso es otro síntoma de vanidad y de poder. Es la actitud hacia la referencia de lo imprevisible, de lo inesperado, de lo sorprendente, de lo enamorado.
El creer, no es un empeño personal. Es una disposición, una orientación que nos hace percibir lo que no es propio. Si me oriento hacia el norte, veré las influencias del norte; si me oriento hacia el sur, veré las influencias del sur; si me oriento hacia el este, las del este; al oeste, las del oeste; si giro en torno a las orientaciones, veré unas fracciones de cada una. Si me oriento hacia mi ombligo, sólo veré mi ombligo.
Hay muchas formas de plantear la ignorancia, muchos niveles en los que podemos referenciarnos. Pero aquél que ignora –por actitud, por comportamiento, por inteligencia- su vinculación en la Creación, su comunión en lo Creado, quizás sea el verdadero ignorante. Y todo lo demás que sabe, no tenga valor en ese Universo. Quizá lo tenga en su barrio, en su cultura, en su entorno.
Nos emocionan -y hasta nos conmocionan- determinados momentos emotivos. Pero si se quedan en la causa y efecto de lo ocurrido, pronto se harán tibios y fríos. Si, en cambio, revelamos que su procedencia es un suspiro, un aliento, un poema de lo Desconocido, perdurará.
No se trata de ser un revelador oficial de Lo Divino. Sería otra muestra de poder.
Se trata de velar. De velar con lo sucedido, con lo que acontece en cada momento, y situarlo en la verdadera dimensión del Misterio: Aquella que nos hace sonreír sin saber por qué, pero nos llena, como cuando el amor nos llega. ¿Acaso sabe por qué el recién nacido, cuando termina de mamar, sonríe? ¿Sabe por qué sonríe? ¿Se lo ha planteado alguna vez? ¿O simplemente, en la sabiduría Divina, se entrega a la complacencia de su alimento?
Cualquier momento -por aquello de sentirnos en lo intemporal- es el apropiado para empezar a revelarse y a revelar lo que acontece.
¡YA!
También dejarse emocionar y conmocionar por lo que ha transcurrido y transcurre. Y sólo sentirse sabio ante el Misterio permanente.

Ten Piedad.

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