domingo

Lema Orante Semanal

 

Nostalgias de paraísos

25 de diciembre de 2023



Hierven… hierven las heridas del pasado; cuecen los dolores transcurridos; se agitan las promesas incumplidas; gritan los esperanzados futuros.

Como ruedas que transcurren, que giran, que tienen manecillas de tiempos, de relojes imperecederos que repiten: las tres, las cuatro, las cinco, las seis, las siete… ¡y parecen nuevas!

Y así la humanidad se agita en sus historias latentes. No ve… no ve el transcurrir de las estrellas, siempre diferentes.

¡No se atreve a lo imposible! Se agarra a lo posible.

Nostalgias… sí, nostalgias de paraísos, de vidas sonrientes. Nostalgias de “mundos a la medida”, que requieren esclavos a la porfía. Y que cualquier logro sea producto de un combate, de una esforzada actitud. Si llegara “por casualidad”, sería poco valorable.

¡Ay! Se escinden, se encienden las alarmas, cuando el desespero se agita.

Y ya, vencidos, imploran y rezan.

Y el verdugo no tiene clemencia.

Demasiado tarde.

¿Es posible que humanidad –humanidad de ahora- agote la paciencia de la Providencia?

¿Es posible... es posible que, al amparo de las sapiencias, el ser se proyecte al sacrificio constante, a la épica muerte de aplausos de silencio? De esos que la muerte nunca escucha.

Y se dice que se aprende.

Se dice que se avanza.

Y se emplean comparaciones, para inclinar hacia un lado –u otro- la balanza.

¡Ah! Ya se dijo que las comparaciones eran odiosas. Sí, quizás aludiendo a que cada ser debe ser la identidad que le reconforta, la identidad que le identifica con su consciencia de ilusiones, con su carisma de improvisaciones, con su sentir de Universo.



Nos llaman a orar en sentencias, con versiones de prosa poética. Esa que puede entrar por alguna rendija, a la escucha, a la escucha dormida y acostumbrada a solo oír lo que apetezca.

¡Ah! ¿Y será porque un verso te puede hacer ver lo que la ceguera de la egolatría no te permite?



Y se reclama como proeza llegar a los abismos, ¡al precipicio! E igual fama reclama caerse y despeñarse, que librarse y volver indemne. Las dos posiciones tienen su codicia y su aplauso.



¡Ay! Pero los abismos sólo están para que la Misteriosa Creación nos lleve a las profundidades del nacimiento de las estrellas, esas luminarias que guían hacia la contemplación eterna.

¡Sí! ¡Los abismos están para que nos lleven a percibir el nacimiento de las estrellas!, como si de un parto se tratara.

¡Ay!, ¡qué poco se ven los cielos oscuros! Nos reclaman nacimientos. Nos tocan la puerta para abrirla y ventilar nuestros alientos.

Para eso están los abismos. No para sentirse héroe muerto o vivo.



Y llegan las noticias y los avisos de las advertencias de esos pájaros de mal agüero que disfrutan con la insolencia de la mentira y con el temblor del miedo.

Esos que te avisan de que has de volver a la senda que ya está pisada y repisada... y que palpita en desesperos.

¡Ja! La norma, lo normal llama la puerta. Viene con “juez de paz” y con “notario de fe”... y con la anuencia de ciencias de sapiencia.

Y el ser se postra y obedece, vencido en una guerra más.



El orar se hace esquivo y... vergonzoso. ¡Apenas si se lo puede nombrar! No se le ve la renta inmediata.

Así que hay que guardar, esconder la oración en algún armario o baldosa o disimulada pared falsa.

Que no se vea. Que sólo se evidencie que ¡soy yo! No vayan a pensar que soy un cobarde que me escudo en la oración.

Y los valientes son los triunfadores, los que logran, los que consiguen, los que tienen.



Sí, siempre queda la ruleta. La bolita va... –“¡no va más!, ¡no va más!”, dice el crupier- y salta de un sitio a otro, entre negro y rojo, y entre número y número… ¡y casi toca! “Casi”.

Y al que le toca, se envalentona y apuesta más.





Y decía la exclamación: “¡Señor!, ¡Señor!, líbrame de las aguas mansas, que de las bravas me libro yo”.

Sí; tiene sensatez el dicho. Lo grotesco se ve venir. Lo sibilino y aparente... penetra y sorprende… y hasta parece fiel.

¡Cuánto queda por hacer! ¡Tanto!, que... todo está por hacerse.

Faltan vidas, en cada vida, para alcanzar la visión lejana –pero con la esperanza cercana- de cómo nacen las estrellas.



Pronto, que es ¡ya!, se nos pide nuestra identidad, que debe ser, para que sea idéntica, igual a lo que se muestra. No valen las apariencias.



Pero ¿cómo sería un mundo sin apariencias...?



Parecen ser necesarias para limar asperezas, para crear expectativas, para generar confianzas.

Vanidades disfrazadas, que hacen al roce, suave, pero la herida aparece.



Nos llaman a orar entre ráfagas de desespero, como en callejones sin salidas; cuando, en realidad, lo que hacen –al llamarnos así- es quitarnos las costras, quitarnos las apariencias, resaltar nuestras consciencias... y darnos el empuje y el atrevimiento de sincerar nuestras palabras, de promover nuestro mensaje, de sabernos intermediarios entre lo Inconmensurable, lo Innombrable, y la nimiedad realizable de cada día.





¡Pronto!, ¡ya!, se piden, los Universos –los Universos que nos rodean-, se piden entre sí explicaciones de por qué esta especie de materia viviente, ególatra, soberbia y vanidosa, ocupa un lugar. Ocupa un lugar.

¿Qué virtud le adorna –dicen los Universos reinantes- para permanecer...? ¿Qué belleza posee para prevalecer...? ¿Qué logro ha conseguido para... ensalzar su presencia?”.

Los Universos no obtienen respuestas. Se vuelven contra la Suprema Decisión. No en rebeldía, puesto que se sienten en consciencia herederos de la decisión de lo Innombrable, pero sí como curiosas preguntas.



¿Es que... –dicen Universos- es que no recibieron suficiente Amor de Creación? ¿Es que no tuvieron suficientes mensajeros de promoción? ¿Es que les faltó algún recurso, para no llegar a ser transparentes en ilusión?”.

¿Qué misterio guardas, Misteriosa Creación?



Quizás –dice otro Universo reinante-... permanece esa extraña creación, por detalles insignificantes, por momentos de... extraordinarios, excepcionales, únicos e insólitos momentos. Y no están sujetos a eternidades infinitas de eones inconclusos.

En consecuencia, ¿esa “nimiedad” de aconteceres extraordinarios, insólitos, excepcionales, únicos, son los que mantienen la…?”.

Parece escucharse a lo lejos… un “¡Sí!”.

Y con ello, la Llamada Orante se hace revelación, para inculcar –en cada acción, en cada posición, en cada respuesta, en cada palabra, en cada suspiro de vida-… hacerse consciencia extraordinaria, excepcional, única, insólita.



Quizás ése sea el aliento inmortal que ronda a la vida; a eso que se llama “vida”, que tiene principio y final.



.- ¿Y queda tiempo y lugar para…?

.- ¡Nunca existió el tiempo! Y el lugar es infinito.



.- ¿Estamos, entonces, habitando sobre medidas... falsas?

.- Sí... Son rentables, manejables, poderosas, siempre y cuando los seres no se decidan a ser lo que son. Y no caigan en la falsa ilusión de poseerse a sí mismos.



Despojarse de la herrumbre de lo pasado.

Renovarse en la ilusión de lo que acontece, sin la sombra aparente de lo que ocurrió, con la entusiasmada ilusión de lo extraordinario, lo excepcional, lo único.

Y es así como podemos ir respondiendo a las preguntas de los Universos que habitan, que preguntan.

Y es así como intuimos, en la Llamada Orante, las sugerencias, los lenguajes entre palabras, ¡y con ellas!, que nos hacen ver nuestras envolturas.

Y así, ir limando las apariencias, para que puedan abrirse los pétalos que están encerrados.

El perfume de amor es selecto. Elixir de exclusividad.

Y ese adorno está; está en nosotros.

Está, pero las conveniencias no aconsejan sus perfumes. Las justificaciones no son partidarias.

¡Qué lastimosa presencia! Urge ¡la rebelión! Esa que no castiga ni golpea, sino que revela y hace emerger la imagen, la flor, el perfume, su selección.





El aleteo de las alas del arco iris no se ve, pero es incesante.

Es el amanecer que envuelve... y nos aposenta en la insólita posición: esa que sabemos y nos da vergüenza.



Si es hoy, mejor.







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