domingo

Lema Orante Semanal

HACIA LA COMUNIÓN AMANTE CON LA CREACIÓN

2 de noviembre de 2020

 

Habitamos en un Universo de infinitas proporciones. Desconocemos sus límites, porque quizás… no los tenga. En probabilidades, más Universos coexisten con el Universo en el que estamos.

 

En la Infinitud… no puede permanecer lo finito.

En lo Eterno… no puede residir lo terminal.

 

La luz precisa de la oscuridad. Sin ella no se hace evidente.

Y del Misterio Creador –Misterio… oscuridad…- emana, como de una fuente, una continua Creación que, a decir de nuestra perspectiva, se mueve. A la vez que se transforma. Y en su transformación, progresivamente se hace Creativa… y Liberadora.

 

La Llamada Orante de hoy nos sitúa, nos recuerda, nos plantea con qué actitud se asumen… los tiempos. “Sin tiempo”. Porque el infinito no lo precisa. “Permanente”. Porque lo Eterno permanece. Y en su infinitud, una transfigurada, transformada y creativa actitud.

Si en nuestra consciencia “senti-mental” de sentires e inteligencias, se conjugan éstos hacia un estar de Universo… –un estar de Universo… un estar de Universo-, de seguro que, a los aconteceres que nos toca vivir –y la vida es una partícula elemental en ese Infinito Eterno-… de seguro que les daremos otra valoración –a lo que transcurra, a lo que suceda, a lo que esté ocurriendo-...

 

 …Rebajando y rebajando y rebajando nuestro protagonismo personal, mientras se acrecienta y se acrecienta y se acrecienta la Presencia Providencial.

 

No estamos a la deriva, olvidados –como se suele decir- “de la mano de Dios”. Ni un... ¡ni un solo gesto de color, de movimiento, de expresión!… escapa al Misterio Creador.

Él ¡encarna!... todos los procesos.

Saber, en consciencia, de Su Presencia –la Única Presencia-… nos proyecta hacia una disposición, hacia una actitud que vamos a ir descubriendo en la medida en que nos apercibimos de dónde estamos.

Decía ese dicho –o dice el dicho, mejor dicho-: “Allí donde fueres, haz lo que vieres”.

¡Ah! ¿Dónde me han traído? ¿Quién me ha traído? ¿Qué es lo que veo?

Y, en consecuencia, ¿qué hago…?

Si a poco que eleve los sentidos hacia la oscuridad de la noche, me siento ¡tan pequeño!…

Si a poco que observe, en la luminosidad de la vigilia, la biodiversidad que me rodea, y que apenas atisbo a ver una franja…

¿Qué es lo que veo? –“allí donde fueres haz lo que vieres”-: lo infinito, lo inabarcable, lo ¡deslumbrante!

En consecuencia, ¿qué he de hacer? Si lo que veo es infinito, ¡inabarcable!, me dejaré impregnar por lo que veo y, en consecuencia, haré y actuaré ¡en clave de Eternidad, en clave de Infinitud!...

Aunque no pueda asumir todo el Infinito Misterio que ello trae consigo.

 

Enredarse en lo cotidiano, sin apercibirse de la presencia de las estrellas, es demoledor. Es eutanásico. Es una posición que trata de… –una y otra vez- de dominar, de controlar, de poseer. Y una y otra vez se le escapa.

Y así surge el exterminio…; el exterminio de ideas, proyectos, sensaciones, experiencias… Es un poco vergonzoso –¿no?- estar en el magma de la Eterna Infinitud, y enredarse en la obsesiva compulsión del poder de cada día.

 

El agua que brota de un manantial se precipita inevitablemente buscando imprevisibles caminos. Esa referencia puede ser una imagen –que vale más que mil palabras- en la que nos podemos ver reflejados como manantiales que brotan y transcurren, pero no se aquietan, ¡no se pertenecen!, no se posesionan. Siempre aparecen vertientes que le hacen seguir, porque el manantial es INAGOTABLE. Podrá haber un momento de estancada circunstancia, pero la continua llegada del agua del manantial desbordará el dique, y seguirá persiguiendo inevitablemente la MAR del AMAR.

El manantial sería el instante enamorado de una sensación inexplicable que nos precipita hacia la comunión. ¡Hacia la comunión amante con la Creación!, expresada en la Mar, en el Amar.

Cualquier incidencia que transcurra en ese recorrido es “incidental”, pero no… trascendente; no... de impedimento.

Si sabemos que somos manantiales que brotan y brotan, en ningún momento estaremos en el mismo sitio. Un transcurrir incesante, ¡enamorado!… que puede adoptar infinitud de formas: desde el minucioso riachuelo, hasta el caudaloso río que desborda; que, como marea inexorable sin olas, acude a “el abrazo de la Mar” –del Amar-.

 

No somos estanques. No somos… aquietadas aguas de contaminados efectos.

Es preciso reavivar la consciencia del ser, en ese panorama en el que se encuentra. ¡Que no precisa de ninguna especulación! Que ni una sola de las palabras que se han mencionado puede ponerse en duda, a poco evidente que el ser contemple.

Por tanto, el Sentido Orante, que nos llama hoy a esa actitud de Infinita Eternidad, lo hace con la evidencia de que ¡nuestros sentidos!, ¡nuestros sentires!, han de hacerse conversos, transfigurados, en el instante de cada consciencia.

 

Cuando la vida se hizo brote de manantial… sorpresivamente se sintió Ama-necer: nacer hacia el Amar. Y una atracción irrefrenable reclamaba a ese manantial para que acudiera a su cita de fusión enamorada.

¡Y eso ocurre permanentemente! ¡No estamos en una parte del recorrido! No estamos a cuarto y mitad de llegar “a”. ¡No! Ya todo está ¡fundido! Pero ocurre que, en su Misterio Creador, no albergamos la consciencia de que todo está cumplido, lo cual no significa que esté terminado sino que está en abundante proceso de creación y recreación infinita. Pero, en nuestra limitante capacitación, lo vemos como… a los 15 años, a los 20, a los 30, a los 50, a los 70, a los 80…

¡NO ES ASÍ!

La imagen del manantial nos hace sentirnos, simultáneamente –simultáneamente-, un brote amanecido y una fusión enardecida. Y el día a día transcurre –sí, sí-, pero están las dos potencialidades vibrando a la vez.

Y así, mi consciencia es un manantial enamorado que abraza al Eterno Misterio.

¡Y ESO SOY! ¡Y con ello transcurro! Y así, cada palabra, cada juego, cada actividad, ¡adquiere otra dimensión!

 

Nada tengo que reclamar. Nada tengo de queja. Nada tengo de poder. ¡Todo eso se diluye!...

 

Se vive en una consciencia equivocada del Agua de Vida, que se arremolina en torno a una piedra y no transcurre, se estanca. Y aunque ésa no sea la auténtica evidencia, el ser se sujeta a ello como... como una necesidad de… “importancia”.

Y así, deambula dando vueltas y vueltas en torno a un remolino que no encuentra cauce.

No salta a su consciencia de simultáneo manantial y abrazo Divino.

 

Busquemos esa simultaneidad que nos lleve a una consciencia de evidencias… que no esté en un estanque retenida.

 

 

 

 

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