viernes

Lema Orante Semanal


SER MAGO, SER SORPRESA, 
SER REGALO
13 de enero de 2020

Amanece bajo el signo de la magia, con el vehículo de la sorpresa. Y comunidades humanas festejan ese momento, como si fuera… diferente a otros momentos. Y lo es en vivencia, porque la consciencia se ha encargado de mostrarlo, de asumirlo de esa forma.
Pero si amplificamos un poco más nuestra consciencia puntual, puede ser un buen momento –el día de celebración- para darse cuenta de que cada amanecer es mágico, y con él nos regala… y nos regalan sorpresas.
Esa actitud de consciencia nos posibilita, nos capacita para hacer de cada vigilia, de cada noche, un acontecimiento mágico. Que no tiene trucos. Que tiene misterio. Que tiene secretos por descubrir. Que si –en consciencia- nos hacemos alertados, podemos percibir las casualidades, como lenguaje, e interpretar intuitivamente las circunstancias imprevistas, impredecibles…

La lógica, la razón, la productividad, la ganancia, la importancia personal y otros pequeños detalles, no facilitan –precisamente- ese postulado mágico de sorpresa, de regalo.
Los sentidos, con sus mínimas prestaciones, se han hecho dueños –a través de la herramienta de la razón- de los cálculos, los porcentajes, las estadísticas; los dominios y el control y el manejo sistemático del miedo.
Así es difícil ser mago, ser sorpresa, ser regalo.
Sí. Porque ese es el Sentido Orante de hoy.
El Universo nos ofrece una mágica expresión insondable. Eso, bajo cualquier punto de vista, es evidente. Pero nosotros estamos en ese Universo; y siguiendo palabras asumidas como retahílas: “a imagen y semejanza de ese Universo”. Y cada ser, en consecuencia, tiene su magia. Es un regalo. Es una sorpresa.
Si quitamos los prejuicios morales, sociales, políticos, económicos, culturales… seremos capaces de ver en el otro, en los otros, sus magias, sus sorpresas, el regalo que suponen.
¿No estamos, acaso, necesitados de la magia amorosa? ¿No estamos acaso… pendientes de la sorpresa gratificante? ¿No esperamos –ciertamente- que nos regalen una necesidad o capricho? ¿Que nos valoren?, ¿que nos aprecien…?
¿No es cierto que todo eso –como humanidad- todos los seres lo precisan?
Pero, evidentemente, para que todo ello acontezca, nuestra consciencia ha de estar dispuesta, con la actitud de ser herencia de una Creación permanente.
Y a poco que cada ser se conozca, se sabe regalo para alguien, se sabe sorpresa para otros, se sabe magia para alguien, para algo.
Y de inmediato vendrá el cultivo de ese mágico acontecer sorprendente, regalado.
Ese cultivo que no está en las posesiones, en las querencias, en las ambiciones, en las ganancias. Está en la intención, está en el servicio, está en la disposición, está en la gracia que cada ser emana y que debe mostrar.
Sin duda, nuestra cultura, sociedad, etc., nos ha llenado de mensajes decepcionantes. Nos ha deshabilitado como regalo o como presente. ¡Nos ha incapacitado como magos! Ha parcelado, la magia, a… a los secretos, a las mentiras, a los trucos. Ha hecho, de la sorpresa, un atraco de poder. Ha hecho, del regalo, un soborno.
Y bajo esa perspectiva, cada ser –en general; en la gran mayoría- se siente frustrado, ¡temeroso!, desconfiado, ¡dudoso!, ¡indeciso!; con un nivel de desespero latente, que tan pronto trata de huir como de llorar o de desesperarse o culparse; o declarar, a todos los demás, incapaces, malévolos o incompetentes.

Una cultura productivista, rentista, especuladora, la que rápidamente estandariza a los seres antes de que éstos se aperciban de su naturaleza, y así sean manejables, conducibles y… fácilmente explotados.

El Sentido Orante nos recuerda, simplemente, que no somos eso: estratos, niveles… rentistas, productivistas, dominadores, controladores… ¡Y que no solamente nos reciben y nos cortejan bajo esos parámetros!, sino que hacen que los seres se conviertan también en manejadores, manipuladores, controladores, mentirosos.

Cuando contemplamos la vida –ésa de la que no sabemos casi nada- y vemos un reguero de hormigas que acuden a un terrón de azúcar, o vemos cómo crece el brote de una semilla, y día a día encontramos… un cambio, una sorpresa, una mágica transformación; cuando vemos que –hasta donde somos capaces de ver- la vida no engaña, no miente, se muestra, se ofrece, se da… y el ser humano es capaz de interpretarlo, verlo y darse cuenta de cómo unos mecanismos y unas funciones apoyan, organizan, deciden –en la minúscula ciencia que es capaz de desarrollar el ser-, es posible ver esa sorprendente impecabilidad del vivir: mágico.

¡Ay! ¡Ay!, ¡qué penar y pesar!, cuando el ser se somete a la rutina, a la comodidad, a la exigencia, a la demanda, a la protesta, a la queja…
Difícil es que, así, se vea la magia de los demás; se perciba la magia propia.
¡Demasiado ocupada en la queja y en el prejuicio!
Sí. Una humanidad que, tiempos tras tiempos, demuestra su incompetencia convivencial; muestra su incapacidad de dialogar; muestra sus castigos y condenas, como si no hubieran pasado ya unas cuantas. Pero, basados en ellas, se revive en las venganzas, en las rabias, en las condenas. Culminan en guerras, sí: en disparos, en muertes con medallas, en desafíos y en amenazas.
Pero, si bien eso es la demostración de una incapacidad impropia de un sapiens, de una sapiencia –¿qué clase de sapiencia es ésa…?-, lo grave no es el conflicto en sí, que se carga de bombas. ¡No! Lo grave es que el reservorio, la materia prima para que ocurra esa tragedia –como una guerra-… la materia prima está presta en lo cotidiano: se declara la guerra a las enfermedades, la guerra a la pobreza, la guerra a la especulación, la guerra… Ninguna de ellas se gana.
El comercio… la convivencia… se hace guerra, porque cada uno trata de ganar su plaza. Y esa incapacidad para dialogar, para convivir, es el caldo de cultivo para cualquier guerra. Porque ¡es una guerra!; sin bombas y sin pistolas, pero está presta a usarlas en cualquier momento.
Quizás la aparición del hombre cazador, contrario al recolector peregrino, fue el comienzo de un dominio, de una ganancia… que se fue transmitiendo a una domesticación y… –y cómo no- a la caza del cazador; y de ahí, a la guerra continua.
En ese magma, cuando se habla de paz, es la peor ofensa que se puede decir. En ese magma, y bajo esas premisas, no hay ni un solo verso que resista. No hay ni una sola ilusión que permanezca. No hay ideal capaz de defenderse.
Y la magia “de verdad” ¡es perseguida! La ilusión y la fantasía es una condena o… una droga importante para controlar.
Sí. Es preciso…
Sí. Es preciso estas matizaciones de… incomodidad –como mínimo-, de penas y dolores –como medio-, de fracaso –como máximo-, cuando... –y es preciso que sí- cuando, por una tradición invisible, imaginativa, se hace la representación mágica, se hace la sorpresa, lo inesperado, y el regalo es lo que culmina esa necesidad; que no es el objeto en sí, sino que es el saber que hay esa intención de imaginarnos el día, fantasearnos con él, hacernos magos por un día.
Es poca renta, sin duda, para la Creación. Por ello es importante recordar en qué magma nos movemos, para que así podamos incorporar… con elegancia, con  amabilidad y con rigor, nuestra mágica presencia, nuestra sorpresa creativa, nuestro regalo como expresión de nuestros dones.

El hecho de continuar, el hecho de perseverar como muestra la vida, es… no solamente una esperanza, sino una evidencia de que una magia extraordinaria, increíble, nos hace permanecer en el vacío de la Creación.
Nos hace amanecer… para nacer ¡de nuevo!
Nos brinda la oportunidad mágica de imaginarnos lo que somos.
De darnos cuenta de la sorpresa y el regalo que podemos representar por nuestro hacer, por nuestro desarrollo, por nuestra forma.
De situarnos en el espacio adecuado.
De ser testigos de un eterno acto de ¡Amor!… dándole a la palabra todo su contenido, toda su mágica expresión.



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