domingo

Lema Orante Semanal


SIEMPRE SABÍAN, LOS MISTERIOS, QUE ESTARÍAMOS
9 de diciembre de 2019

Y las mareas del estar de la especie humanidad… tienden hacia el drama y la tragedia a través del miedo persistente, a través de la consciencia de seguridad, que necesita ser asegurada –y ésta, a su vez, también ser asegurada-.

Y el drama… parece darle a la especie el protagonismo del vivir.
Y la tragedia le otorga el protagonismo de morir.
Y así se… vacilan… tragedias, dramas, seguridades y miedos.
Así se trajinan sus identidades.
Con lo cual, la identidad creativa, la opción de equilibrio, la postura solidaria, la actitud de respeto, la posición de alivio… ¡alegre!, la alegría de lo ajeno y… la fe –¡ay!- se hacen extrañas.

Y así, cuando… con esos medidores –que pretenden ser los visionarios de la realidad: tragedias, dramas, miedos, seguridades-, se caen las consciencias en los desesperos –¡ah!-, cuando eso ocurre… ¡se acuerdan de orar!, ¡se busca el milagro!, ¡se exclama… e incluso se exige la Providencia!

Y surge el “creyente desespero”; el descompuesto panorama.
Un descompuesto panorama en el que el ser se descubre incapaz, ¡con todo lo capaz que era antes! Con todo lo protagonista que fue en su drama: exigente con los otros; tolerante consigo mismo. Con todo lo promotor de miedos y garantizador de seguridades…
Todo ello, sin dar una opción… a algo más que no sea uno mismo; a algo más que no sea “otros”; a algo más que sea Misterioso, que no esté bajo la tutela humana.

Ante la aparición del desespero, la búsqueda del “anhelo” de salir de ese atolladero que lleva a la melancolía, a la tristeza, a la soledad… y al desprecio por el vivir, que se hace tenso y duro por sólo contar con el propio protagonismo, o el impuesto a otros, o el que otros te imponen.

El polen sabe del viento. El viento recorre… ¡y corre!… aireando el vacío y solventando la tierra.
Pareciera despreocupado…
Lo está.
No se nota la angustia de la sequía o… el auxilio de la tormenta. Parecen liberados de cualquier drama o tragedia que incluso puedan –aparentemente- provocar.

No parece que el amanecer se queje, y que reclamen protagonismo e importancia personal las estrellas del firmamento, cuando el sol aparece.
Parecen no tener competencia.
Parecieran insípidos. Parecieran… poco vitales.
Claro. Acostumbrados al drama, a la tragedia, al miedo, a la seguridad, a la huida, al desespero… sí, “pareciera”.

Y seguramente, en el Sentido Orante, si percibiéramos por un instante el perfume del amanecer…
Si nos diéramos cuenta de que las gotas de lluvia caen, sin importarles… –parece- a quié﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽gan con las criaturas,..én mojan...
Pareciera por momentos… que el frío y el calor juegan con las criaturas, sin ningún miramiento.

Si por un instante… se contemplaran los colores trashumantes del otoño. ¡Si por un momento se hicieran presentes los recuerdos mágicos –sí, mágicos- que sucedieron…! Y mágicos, porque no tuvieron explicación.
Si al menos se pensara –¿pensar?-… se pensara que no estamos aquí por nuestra propia decisión, sino que nos han traído para ser fieles reflejos de la Creación…
Y esta Creación, contemplada en las noches de estrellas, no parece desesperada. No, no, no… no se nota que esté triste o amargada.
¡Ay! Cuando el ser, ¡los seres!, decidan… –¿será posible?- decidan dejar de atribuir sus cuitas desesperadas… –con sus nomenclaturas correspondientes-, dejaran de atribuir esos sentires, a los vientos, a las lluvias, a los temblores, a los tifones, a las siembras, a los colores, a los trinos de los pájaros…
¡Ahhh!, sí. Cuando el ser deje de ser la referencia a partir de la cual se califica, se cualifica, se juzga, se prejuzga, se condena, se ataca…

Sí… sí. Cuando dejemos de atribuir cualidades que vivimos, que nos atribuimos; cuando dejemos esa “obligada referencia”, y nos abramos a esa Divina Indiferencia
Y entendiéndose por indiferencia, “misteriosa”: ¡que no se comporta como nosotros!
Cuando se asuma… –y es la intención orante de hoy- se asuma que nunca decidimos venir… Siempre –¡siempre!-… sabían, los Misterios, que estaríamos.

Cuando se diluya ese protagonismo pertinaz de querer controlar la vida, y hacer de la muerte ¡la única evidencia!… y se perciba que se está dentro de la vertiginosa carrera del Universo hacia contemplarse…
Y verlo y sentirlo ¡sin prisa!…; dándonos la primavera, el otoño, el invierno, el verano, el estío… ¡gratis!
¡Ay!... Y cuando lleguen los sentidos a confluirse en ¡sentires!... y dejen de ser espectadores, para llegar a ser actuaciones de vida, y en consecuencia, ¡sentires de emociones!…
¡Ay! Y cuando la gracia del Amar despierte, aparezca inesperadamente, y no tratemos de poseerla, sino más bien de cuidarla, de andar como si sobre fuego estuviéramos caminando…
Si se asume ese “toque” de imprevisible presencia… como una gracia más de la Creación, y en ello depositamos nuestra confianza, nos abandonamos a ese sentir que nos reboza, que nos acuna, que nos recoge… ¡y nos hace ver que no somos de nosotros!…
“No somos de nosotros”. “No soy de mí”.
Soy del embrujo sorprendente.
Soy del asalto alborozado de un Misterio ¡enamorado!… que me subyuga con el color, con el aroma, con… ideales, con proyectos, con fantasías, con insondables preguntas que ya no busco responder…
Que asumo los aconteceres… con la subjetiva actitud del que no sabe, ¡del que se deja sorprender!...
 Y ello no me evita ¡buscar! –por mi curiosa esencia, por mi procedencia misteriosa-; pero hacerlo con esa certeza de que lo que descubra habrá sido porque se me ha presentado, porque se me ha abierto, porque me han dejado.
¡Y no por ello dejaré de apreciar la pericia de mi idea, de mis intuiciones, de mi cuerpo!… Pero sabiendo que estoy engalanado, cuidado y alentado… hacia un vivir ¡sin muerte!; hacia un vivir… ¡sin la tragedia y el drama!; hacia un estar… sin miedo.
Sabiéndose acompañado. Dejando… ¡dejando que la escena me diga!, que el director me oriente –ese, misterioso-. ¡Que no es mi obra! Que soy el intermediario intérprete… al que le susurran aires creativos.
Y por ello ¡inventa!, y por ello ¡descubre!, y por ello ¡se asombra!, y por ello ¡disfruta!

¿Podríamos desocupar nuestra ocupada preocupación, como se dice coloquialmente: “lanzando nuestras campanas al vuelo”? ¡Que se soltaran de los campanarios!, y que el viento se las llevara y las cimbreara para que sonaran. Que no estuvieran secuestradas en iglesias, ermitas y templos.
Y en ese sentido nos reclama el mantra:

EeeeEEEiIIIIIIIII
EeeeEEEEEiiIIIIIII


***