lunes

Lema Orante Semanal

Dar gracias. Ver la gracia. 
Ser referencia.
11 de septiembre de 2017
La Llamada Orante se hace el eco Creador… que orienta, que sugiere, que guía, que advierte a… el hacer de humanidad, al estar de humanidad, al pensar y al sentir de humanidad.
En cada ambiente, en cada circunstancia, en cada lugar… la presencia de lo humano, como expresión de La Creación, tiene unas connotaciones aparentemente diferentes. Y se dice que “aparentemente” puesto que la lectura —según cultura, religión, filosofía, estilo de vida, etc.— que se hace es muy particular, muy posesiva.
La Llamada Orante de hoy nos incita a universalizar nuestras particulares versiones de personas, de grupos, de comunidades, e insertarlas en… otras aparentes y diferentes realidades.
Y son “aparentes realidades”, puesto que constituyen la actividad de la misma especie. Que, aunque se vean modificadas por su trayectoria y su ambiente, tienen la incidencia Creadora que envuelve a toda la vida.
Consecuentemente, la expresión que con frecuencia se ejercita, de: “¿Yo qué tengo que ver con eso? Ese es un problema de aquel, del otro…”. “No. Yo no tengo ninguna responsabilidad. Eso es un asunto entre… coreanos, americanos, europeos… Pero yo soy musulmán. Pero yo soy cristiano”…
Ese desentenderse de la dinámica de nuestra especie conlleva un demérito; un demérito hacia nuestra valoración, un exclusivismo absurdo y una pobre renta de exclusividad.
¡Sin duda, no somos todos iguales! Cada uno tiene y tiende a una propensión, porque cada uno ha llegado con una propuesta, con una misión, en virtud de La Creación. ¡Pero! insertado en esa vida; comunicándose con todas las vidas.
¿Se puede… se puede aprender a leer y a escribir?
¡Ah, sí! En multitud de lenguas. Pero es leer y escribir.
El hecho en sí es común. La particularidad del lenguaje es una expresión de la variabilidad de La Creación. Pero lo cierto es que debo emplear el lenguaje. Necesito expresarme… hablando, escribiendo, leyendo…
Es un ejemplo.
¡Es-tamos! capacitados para tomar consciencia de que nuestras acciones… no se quedan en el patio, en la casa, en el campo, en la ciudad. Inciden sobre toda la naturaleza viva. “Sobre toda la naturaleza viva”. Más clara y significativamente sobre la de la misma especie humana.
La consciencia —el despertar a ella— universalista de nuestras posiciones, actos, actitudes… no puede ser tampoco una obsesión, porque probablemente no logremos razonar… las implicaciones de nuestro ser, hacer y estar.
Ahora bien, si sabemos —porque nos lo dicen, nos lo revelan en oración— que nuestro proceder no se agota en nosotros, sino que se expande y se comunica con todo lo de naturaleza viva, poco a poco, recordando permanentemente ese sentido, nos iremos apercibiendo de la incidencia que tienen nuestras actuaciones, nuestras acciones, nuestras posiciones, nuestros silencios.
Por ejemplo: han transcurrido dos intensos meses de actividad en este lugar, en los que se ha mostrado, básicamente, la cosecha de un tiempo anterior. Pero, dado el sentido que cada momento ha tenido, y por la vocación de Escuela en la que se producen los procesos, evidentemente lo transcurrido no se ha quedado aquí, no se ha limitado a los asistentes, sino que se ha expandido a lo indefinido. ¡No sabemos!... Ha incidido en países, personas… Y somos tan solo una minúscula acción humana, guiada orantemente.
Y a poco que cada uno depare en ese transcurrir de intensidades en intensidades, ¡diferentes!, quizás no cueste mucho trabajo descubrir una Providencia que, como auxiliar —aunque es la fundamental, pero “como auxiliar”, por aquello de respetar el irrespetable protagonismo humano—, se ha hecho presente: Lo Providencial.
Es propio, en consecuencia, decir que… buscando, buscando un resquicio de ¡humildad!, procede un “dar gracias” a Lo Providencial, a Lo Invisible, a Lo Misterioso, a Lo Infinito, a Lo Eterno.
¡Y seguramente, al dar esas gracias!, nos podemos dar cuenta de... ¡de todo el auxilio! que se ha producido a lo largo de esta fracción de tiempo, de encuentro.
Las casualidades, las coincidencias, las sorpresas, los imprevistos, los inesperados, la suerte, la ayuda, la cooperación, la sencillez y la ‘humorización’… han sido oportunas y de repente.
A La Providencia se la cata, se la percibe por los “detalles”. Es tímida ante la egolatría del hombre.
¡Y en la media en que nos damos cuenta de ello!, nos descubrimos como mediadores, como intermediaros, como peregrinos que son llevados en brazos a través del infinito.
Y enseguida, ese pequeño detalle —¡por quizás haberlo nombrado!: Providencia, Providencial­— nos advierte, con el ejemplo, que no es que ya haya pasado: “ya pasó”. ¡No! Sigue y, por ponerlo en evidencia orante, nos promueve, nos exige, ¡nos incita!... a lo que se avecina: a ese ‘por-venir’, que ya está, y que ya reclama organización, previsión, ordenamiento, actividades, proyectos…
Pareciera que no hay descanso; y así se puede sentir, cuando se mantiene la consciencia de llegar, cumplir y… “ya veremos”. Pero si la consciencia está avisada de que es peregrina en Lo Eterno, hacia Lo Infinito, sabe que cada ciclo o ritmo es promoción para otros ciclos o ritmos que tienden, evidentemente, a engrandecer nuestra realización, a aclarar nuestra posición, a ‘virtualizar’ —en el sentido de “virtud”— nuestras acciones.
Cada “gracias” a Lo Providencial se corresponde con millones de “gracias” a nuestro entorno… humano, animal, vegetal, mineral…
Y además —y además—, esas “gracias” deben implementarse con el saber ver que en consciencia nos corresponde: ver la gracia de cada uno, de cada cosa, de cada circunstancia; la gracia, como aquella flor que se abre y nos muestra su belleza y su perfume. Aunque, en el criterio racional, nos parezca inadecuada expresión para algunas circunstancias doloras o dolosas…
Pero, ¡ay!... ¡Ay, lo que queda aún por ver!, que no se ve, y a lo que se está ciego… por el egoísmo personal; por el transcurrir de este sentido de vida, que tiende a aborrecer la misma vida y a utilizarla como esclavitud. ¡Ay!...
Por ello, aunque sea ¡momentáneo!, el ver esa gracia, esa belleza, esa originalidad de cada visión que tenemos del entorno, en personas y en cualquier acontecer, es otro de los llamados orantes de hoy. Igual que nos gratificamos y agradecemos y universalizamos, y nos sentimos comunicados, comunicantes, el agradecer a Lo Providencial implica el agradecer a lo pequeño, a lo cercano, a lo íntimo.
El recalar en esa gracia particular es como descubrir… —y no está muy lejos— descubrir el sentido original por el cual ese ser, ese detalle, ese acontecer, está ahí, ha venido; cuál es su sentido en su transcurrir.
Cada amanecer se hace sorpresa… porque, desde la oscuridad, la claridad nos permite perfilar nuestra presencia. Y esa presencia tiene el impulso, y se debe canalizar hacia la realización, hacia el servicio conjugado, compartido, congeniado, ‘colaborante’…
Esa vigilia de la luz, que nos perfila, nos permite recrearnos —“recrearnos”— en la belleza, en el equilibrio, en la armonía.
Que cada uno sea el vigía, como el faro en la costa, que avisa. Y, como vigía, referencia de no se sabe qué, pero que se aposte como remedio, como intermedio, como referencia por su buen hacer.
Limpio…

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