jueves

Lema Orante Semanal



Un círculo de estacas clavadas...

7 de agosto de 2017

Y los seres de humanidad… han ido configurando –poco a poco o rápidamente, dependerá de factores de X estados de desarrollo- han ido configurando su propia visión de vida, mundo, rodeado de reglas, normas, costumbres, leyes, edictos, fiestas…
No suena… –pregunta-. ¿No suenan, todos estos pilares, a acotar un espacio, a limitar el espacio infinito? ¿No suena esto, a rodearse de unas barreras entre las que apenas si se ve algo de lo que hay, suponiendo que se llegue a ese nivel?
Y nos podemos dar cuenta de que la mayoría de los seres están expuestos ahí a un espacio limitado por sus… ancestros de los ancestros de los ancestros, que dejaron religiones, culturas, conocimientos…
Un sinfín de estacas clavadas, formando un círculo, para que… incluso pareciera que estamos en un lugar… ¡amplio y generoso!
Ahora imaginemos que esto sucede en cada persona; cada persona, que pertenece a un continente… que tiene también sus estacas correspondientes. Y que hemos llegado al siglo XXI de esta era, con una serie de estacas clavadas, que generan un estado de consciencia limitado, limitante, limitador…; y, en consecuencia, controlado, controlable, controlador…; y, por supuesto, prejuicioso, juicioso, condenador…
¿Hay alguna comunidad que se salve de esas premisas?
Es como si el pollito nunca hubiera salido del huevo. Y sigue maniobrando dentro de su huevo, de su cáscara, que en nuestro caso son estacas clavadas: en el espacio, como las fronteras; en el tiempo, como la manipulación de ritmos; y en la propia persona, por sus consciencias de importancia personal, poder…
Diferentes niveles de barreras y estacas que, sin duda, imposibilitan… ¡ver más allá!, ¡soñar más allá!, ¡imaginar más allá!, ¡fantasear mas allá!, ¡ilusionarse más allá!, ¡esperanzarse más allá!...
Resulta… resulta que se sabe, “intelectualmente”, que estamos en un planeta que forma parte de una galaxia; que esta galaxia es una pequeña galaxia de una familia galáctica; y que… ¡bueno!, hay una infinitud de cuerpos estelares, entre los cuales nos encontramos nosotros. Pero todo eso… –que se puede amplificar más, claro, y que nos lleva al Infinito Misterio-todo eso, para el que habita –y lo sabe; sabe todo eso, que es no saber nada, pero sabe que “más allá existe”-… todo eso, salvo excepciones, no modifica ni un ápice la consciencia reclusa, la consciencia de espacio limitado, limitante, de conceptos “claros”…
¿Cómo se puede decir, en un Universo infinito, que tengo el concepto “claro”? “Claro”. Tan claro, que no me arrepiento de nada de lo que pienso, siento o hago.
¡Pero si todo eso ha sido producto de una reclusión... en un espacio de estacas!, dominado por las secuelas de los ancestros, de los que estuvieron antes.
¡Hasta qué punto puede llegar la ignorancia!
¡De ahí que… –¡increíble!- de ahí que se creen credos y religiones, creencias que piden y suplican que… las conclusiones y las previsiones, ideas y propias creencias se mantengan! ¡Se oran a sí mismos para seguir con ese concepto, con ese criterio, con esa claridad!...
La seguridad con la que se imponen y se desarrollan actitudes, comportamientos y pensamientos es demoledora.
Sí, porque no generarán generaciones que se salgan de ese cortijo, sino que redundarán en esas seguridades; cada vez tendrán menos perspectivas, aunque “teóricamente” se sepa “que”…: eso de las galaxias, del Universo, de la Creación, del Misterio, de… tatatá. Sí, sí.
El Sentido Orante nos advierte del riesgo continuo de estar cortejado por un círculo de poderes de arraigo ancestral… que dictamina y determina lo que se debe hacer, lo que hay que hacer, cómo se debe comportar, qué es lo justo, qué es lo injusto…
¡Terrible!
Durante generaciones y generaciones, las familias han ido transmitiendo sus herencias “residuales”, y los herederos las han cogido como seguridades, y las han propalado y propagado de manera ¡contundente!, amparados en no se sabe qué –esa palabra, ¿cómo es, cómo es?-, ¡ah!, sí: el amor familiar, sí, eso, eso; mezclado con la sangre también, me parece. A veces.
Y eso: hasta hablar de “familias galácticas”. ¡Increíble! ¡Qué pobreza de lenguaje! Las galaxias nunca se han constituido en familias. ¡Por favor! Pero a los astrónomos también se les pega. ¡También tienen su familia!: sus hijos, su casa, su coche…
¡Ay!, ¡qué de pena!, ¿eh? “Ay, qué de pena”. Es una expresión un poco… pero es como decir: “¡Ay, qué pena!”.
¡Pero habitualmente tampoco sirve de nada lamentarse!, porque es un lamento en el que, sí, qué pena, pero… “no me queda más remedio que…”.
“No me queda más remedio”. O sea, ¿no hay más remedios?
Y el que se alejó un poco alguna vez… ¿Se acuerdan de los hippies? Cuando se acabó el dinero de los padres, volvieron al seno de la burguesía internacional.
Nunca nos olvidaremos de un famoso personaje, Daniel Cohn-Bendit, “El rojo”, que “poltronea” a gusto en la asamblea europea. ¡Es un ejemplo! Como es personaje público, nos permitimos nombrarlo. ¡Pero como tantos otros! “El mayo francés”, “el marzo finlandés”… ¡yo qué sé!
¡Y pronto el redil se hizo circular y envolvente! Y como se cazan ahora los atunes: se les engaña lentamente con redes inmensas, y se les va trayendo… “Poco a poco te vas acercando a mí”…
Pero si yo era astrónomo, y era matemático, y era…
Pero y tus hijos, y tus nietos, y tus primos, y tus amigos de la Hispanidad, ¿qué va a ser de ellos?
¡Pues que se pierdan en el infinito!... y dejen de molestar, ¡de condicionar!
Todavía, ¡todavía!... –¡parece mentira!- todavía no se apercibe el ser ¡de que Dios es grande!, ¡que no es una estaca clavada!, ¡que no es mi tío ni mi padre ni mi madre… ni mi mujer ni mis hijos! ¡¡Que no pertenezco a ninguna consanguinidad!! ¡¡Que pertenezco a la Creación!! ¡¡Que soy creación y soy creado!! ¡¡Y que mi función es recrearme en ello... y no estancarme en un redil!!
El Amor, quizás algún día fue ciego. Sí. Sin los sentidos que atraparan. Pero cuando los sentidos empezaron a recluir al amor, lo hicieron cautivo; y, en su cautividad, lo desecharon, lo divorciaron, lo castigaron, lo arrinconaron…
¡Cuando se habla de maltrato!... ése sí que es un maltrato.
¡Ah!, pero en el redil las cosas se ven claras, ¡muy claras! Y el amor termina convirtiéndose en el estiércol, ¡en los residuos!… Y por eso se desecha, se aparta, se recolecta, se… ¿rehace? ¡Se recicla! ¡Ah, sí, sí! Se recicla en bolitas de jabón, o en bolitas de jamón, con sabor a jamón. ¡Y el sujeto se vuelve a enamorar!, y a querer, y a… hasta que los sentidos le recuerdan que es un residuo: que tiene pecas, que tiene manchas, que es mayor, que es menor, que es cojo, que no entiende, que ronca…
¡Millones de cosas! Y de nuevo, estiércol. ¡Que es bueno para la tierra, sí, para la cosecha!...
Pero ¿somos… somos tierra y cosecha… ¡o quién sabe qué somos!? ¿Podemos vivir sin saber quiénes somos? De hecho, eso es lo que ocurre. Lo que pasa es que algunos lo saben todo. Lo tienen ¡tan seguro!, ¡tan claro!, que es aterrador. Tan aterrador que a los niños, no hace mucho tiempo se les decía, en algunas escuelas –el profesor, cuando los recibía-: “La primera cosa que tenéis que aprender es que todos nos vamos a morir”. Para que estuviera claro. “Ésa es la única verdad y la única evidencia que existe”.
Y fue pasando el tiempo, ¿verdad? Y con la micro ciencia, bastante deficiente y decrépita –aún a pesar de eso-, hoy, hoy, sí…
Y no hace mucho, cuando una vez dijimos la palabra “inmortal”, nos silbaron y nos dijeron: “¡Fuera!”…
Pero hoy, hoy ya, los llamados “científicos”, de universidades prestigiosas, jefes de departamentos ortomoleculares, micromoleculares, ¡buah!, dicen –y no los encierran y no les pitan-… ahora nos dicen –con criterios, con fundamentos, con experimentos, con experiencias- dicen que asistiremos, a poco tiempo –40 o 50 años; ¡100!- al final de la muerte. ¡Ya no será una evidencia!, sino que el sujeto morirá cuando quiera.
Resulta que, dentro de esa decrépita ciencia, se descubren mecanismos que explican perfectamente –¡sí, todavía en animales de experimentación!, pero también… ya también en personas- que cualquier cicatriz se repara, y además de eso, cualquier órgano por sí mismo se regenera; con lo cual no hay la evidencia y la certeza de que la muerte es segura, cierta, inevitable.
¡Voilà! Claro, los temerosos de las cercas dicen:
.- ¡No, no, no! ¡No, no, no! Eso… ¡bueno! Eso, ¡alguna vez quizá llegue, pero está muy lejos!
.- ¿Sí? Pero ¿qué es muy lejos? ¿Cien años?
.- Bueno, quizá menos.
.- Entonces, no es una verdad absoluta.
Por ejemplo.
¡Mon Dieu, mon Dieu!
Entonces, sí. Resulta como esperpéntico y ridículo que, al lado de eso –que es peccata minuta-, los seres se aferren a verdades y a criterios y a consciencias, de una radicalidad absoluta.
¡Triste!
¡Es deber orante el poner en evidencia! Nos llaman a orar para decirnos, para trasmitirnos; para que seamos fieles testigos, y luces que realmente alumbren más allá de las estacas cautivas.
Y es así como la oración nos puede ¡liberar!… Realmente, nos puede hacer soñar. Nos puede hacer tomar consciencia expansiva de nuestra “comunión” de especies, de nuestras comuniones de vida.
La brusca intolerancia, la brusca decisión, la brusca determinación, la brusca condena… no se corresponde con la sutileza de un instante, tan pequeño-tan pequeño… que se puede hacer tan grande, tan grande, tan grande… que puede llegar a explotar.
Sí. Es sutil. “Sutil”. Lo radioactivo –era el ejemplo- es sutil. Es un… ¡pequeño cambio!, y todo se pone en marcha. Y, de la sutileza, se hace una grandeza que, igual que se muestra destructora, sutilmente se hace constructora.
Si nos hacemos –porque lo somos en la inmensidad de la Creación- “sutiles”, estaremos en posición, en disposición de expandirnos, de situarnos en la consciencia creadora de sentirnos “parte”… o, mejor, sentirnos “expresión” de esa consciencia, ¡y vivir en esa consciencia!
¡Ahhh! Pero una de las cosas que marcan esas estacas de redil, es que… el miedo a perder, el miedo a no tener, el miedo a –por supuesto- cualquier pequeño cambio, ¡es tan atroz!... que encadena.
El guardarse siempre algo “por si acaso”, señal de desconfianza hacia el resto del rebaño, y carecer de confianza hacia la inmensidad de la Creación, es un obstáculo francamente muy difícil. ¡No digamos que insalvable, pero… muy difícil!
¡Cada cual se siente propietario de sus residuos!, y está en capacitación de transmitirlos de generación en generación, de herencia en herencia. ¡Ah! ¡Y que no se atreva nadie a tocarlos!
“Dolor”...                                    
El remedio… está expresado. El tomarlo… está al alcance.
No hay tiempo para enterrar antes a tus muertos… o dejar arreglada la cocina.


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